¿Qué pensaría del Nueva York actual un neoyorquino de 1975?

En este pasaje de su nuevo libro, Richard Florida explica cómo el “urbanismo de ganadores absolutos” ha empeorado la desigualdad, la segregación y la pobreza… y lo que las ciudades pueden hacer al respecto.

Vista de Nueva York durante los años 70.
Vista de Nueva York durante los años 70.
Imagen (New York National Guard/flickr)

Imagina que podrías viajar en el tiempo a 1975, secuestrar a cualquier neoyorquino al azar y luego soltarlo en la ciudad hoy en día.

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El Nueva York que conocía ese neoyorquino de 1975 era un lugar que estaba en un declive económico pronunciado. Las personas, los empleos y la industria todos estaban huyendo a los suburbios. Sucio, peligroso y violento, Nueva York se tambaleaba al borde de la bancarrota. ¿Qué pensaría ese neoyorquino de la ciudad hoy en día?

Bueno, no tendría problema para orientarse. El Bronx todavía quedaría arriba, el Battery abajo y la Estatua de la Liberad seguiría dominando el muelle. La mayoría de los grandes puntos de referencia de la ciudad –los edificios Empire State y Chrysler, los centros Rockefeller y Lincoln– se verían casi como antes. Las calles aún estarían atascadas de tráfico. El neoyorquino de 1975 podría tomar los mismos metros a lo largo de Manhattan y hasta los bordes de Brooklyn, Queens y el Bronx, el tren PATH hasta New Jersey y también New Jersey Transit y Metro North para llegar a los suburbios exteriores.

Pero muchas otras cosas hubieran cambiado profundamente. Tristemente, las Torres Gemelas –nuevecitas en 1975– ya no existirían. El distrito financiero reconstruido de la ciudad estaría repleto no sólo de personas de negocios sino también del tipo de familias acaudaladas que durante los 70 hubieran vivido en las afueras. Cerca de ahí, en lo que antes era un páramo de escombros y muelles deteriorados, un largo parque verde con un sendero para ciclistas correría al lado del Río Hudson a lo largo de todo Manhattan. Times Square aún tendría sus luces y carteleras destellantes, pero donde antes había sórdidos cines y tiendas de sexo el neoyorquino del 75 encontraría una versión urbana de Disneylandia llena de turistas, algunos relajándose en mecedoras puestas ahí para su disfrute. Y donde antes los artistas ocupando departamentos ilegalmente en SoHo más los hippies y punks de Greenwich Village antes deambulaban, encontraría restaurantes elegantes, cafés y bares llenos de banqueros especialistas en inversiones, techies, turistas y más que una celebridad casualmente paseando por ahí.

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Del Meatpacking District habrán desaparecido las plantas de procesamiento de carnes, los almacenes industriales y los apartados bares fetichistas populares entre los gays. En su lugar se encuentra un atestado parque linear que fue construido encima de una abandonada vía elevada de tren. A lo largo del parque habría unos nuevos y lustrosos condominios y torres de oficina, el nuevecito Whitney Museum, hoteles boutique y tiendas elegantes. La cercana factoría Nabisco se habrá convertido en una elegante zona de restaurantes y el antiguo (y enorme) edificio de Port Authority estaría lleno de techies trabajando para Google, una de las múltiples empresas de alta tecnología en el vecindario. Al cruzar el East River o el Hudson, vería que las factorías, los deteriorados edificios de departamentos y las casas en hileras de Brooklyn, Hoboken y Jersey City se habrán transformado en vecindarios donde profesionales jóvenes y familias viven, trabajan y juegan. Caminaría por las calles de noche sin preocuparse por el crimen.

La opulencia —y desigualdad— de la moderna Ciudad de Nueva York asombraría a un viajero en el tiempo que vendría de la escuálida Gran Manzana de mediados de los años 70.
La opulencia —y desigualdad— de la moderna Ciudad de Nueva York asombraría a un viajero en el tiempo que vendría de la escuálida Gran Manzana de mediados de los años 70.
Imagen TIMOTHY A. CLARY / Getty Images

Pero por muy pulida y bien equipada que pareciera la ciudad, el neoyorquino de los años 70 también sentiría las tensiones burbujeando debajo de la superficie elegante. Vivir allá sería hoy para él mucho menos asequible de lo que era para una persona trabajadora en 1975. Los departamentos que se habían vendido en $50,000 en su tiempo ahora se venderían en millones; otros que el neoyorquino pudo haber alquilado en $500 al mes ahora costarían $5,000 al mes, $10,000 al mes o más. Vería torres brillantes elevadas por la 'hilera billonaria' de la Calle 57, muchas de ellas casi totalmente oscuras y sin vida cuando cayera la noche. Oiría a la gente quejándose de la creciente desigualdad, el auge del 'uno por ciento' y cómo la ciudad se había vuelto cada vez más inasequible para la clase media.

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Entre todo el dinero nuevo y los turistas, vería grandes tramos de desventajas persistentes, ubicadas con frecuencia justo al lado de los nuevos baluartes de riqueza. Encontraría que la pobreza y problemas sociales como el crimen y el uso de drogas –los cuales habían plagado la ciudad en su tiempo– se han trasladado a lo que antes eran suburbios sólidamente de clase media. Quizás le sorprendería ver que un demócrata había regresado a la alcaldía en 2014 después de dos décadas de gobernación por conservadores, uno de los cuales fue un multimillonario que estuvo en funciones durante tres términos completos. Le asombraría todavía más que el nuevo alcalde –un antiguo activista comunitario de Brooklyn– ganó su puesto mediante una campaña que clamó contra la transformación de la Ciudad de Nueva York en dos ciudades: una rica y otra pobre. Y cómo sucedió esto – la “historia de dos ciudades”, tal como lo expresó el nuevo alcalde– mayormente sería la historia de lo que se había perdido en esos 40 años.

Yo he vivido dentro de y alrededor de ciudades y las he observado detenidamente mi vida entera, y he sido un urbanista académico durante más de tres décadas. He visto a ciudades decaer y morirse y les he visto revivir. Pero nada de eso me preparó para lo que enfrentamos hoy en día. Justo cuando parecía que nuestras ciudades realmente estaban dando un giro, cuando personas y empleos estaban regresando a ellas, un montón de nuevos retos urbanos –desde desigualdad creciente a vivienda cada vez más inasequible y más– han pasado al primer plano. Aparentemente de un día para otro, la muy esperada renovación urbana se ha convertido en un nuevo tipo de crisis urbana.

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Aunque muchos comentaristas han identificado y han luchado con elementos de esta crisis, pocos aprecian su profundidad ni entienden qué tan sistemático se ha vuelto. Una enorme brecha intelectual divide a los principales expertos urbanos en dos bandos distintos: optimistas urbanos y pesimistas urbanos. Cada bando describe las realidades importantes del urbanismo hoy en día… sin embargo, el sesgo de sus puntos de vista no nos ha dejado entender las dimensiones totales de la actual crisis urbana para que descifremos una solución para salir de ella.

Los optimistas urbanos se centran en la renovación impresionante de las ciudades y el poder de la urbanización de mejorar la condición humana. Para estos pensadores (entre ellos yo mismo me encontraba, no hace mucho), las ciudades son más ricas, seguras, limpias y sanas que jamás han estado y la urbanización es una fuente pura de mejoría. Según dicen, el mundo sería un lugar mejor si los estados naciones tuvieran menos poder y si las ciudades y sus alcaldes tuvieran más.

Por contraste marcado, los pesimistas urbanos ven a las ciudades modernas como si se les estuviera dividiendo en áreas doradas que son prácticamente clausuradas para fomentar el consumo ostentoso de los superricos, con tramos enormes de pobreza y desventaja para las masas cercanas. Según piensan los pesimistas, la revitalización urbana es impulsada por capitalistas rapaces que obtienen ganancias al reconstruir algunos vecindarios y deteriorar a otros. Se le está imponiendo la urbanización global al mundo por una implacable orden neoliberal capitalista y sus características determinantes no son el progreso ni el desarrollo económico, sino barrios pobres, junto con una crisis económica, humanitaria y ecológica de proporciones asombrosas.

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La gentrificación y la desigualdad son los frutos directos de la recolonización de la ciudad por los ricos y los privilegiados.

Entonces, ¿cuál cuadro es el correcto? ¿Son ciudades los grandes motores de innovación, los modelos de progreso económico y social que celebran los optimistas? ¿O son las zonas de gran desigualdad y división de clases que denuncian los pesimistas? La realidad es que son ambos. El urbanismo constituye una fuerza económica tan poderosa como dicen los optimistas y al mismo tiempo es tan desgarrador y divisivo como afirman los pesimistas. Al igual que el capitalismo mismo, es paradójico y contradictorio. Entender la crisis urbana de hoy requiere tomar en serio a tanto los pesimistas urbanos como a los optimistas urbanos. En mi intento de luchar con este asunto, he tratado de sacar de los mejores y más importantes aportes de cada uno.

¿Qué es exactamente la nueva crisis urbana?

Durante más o menos los últimos cinco años, he centrado mis investigaciones y energía intelectual en definirla. En colaboración con mi equipo de investigación, desarrollé nuevos datos sobre el alcance y las fuentes de la desigualdad urbana, la extensión de la segregación económica, las causas clave y dimensiones de la gentrificación, las ciudades y vecindarios adonde se están mudando los superricos globales, los retos presentados por la concentración de start-ups de alta tecnología en las ciudades y el supuesto enfriamiento de creatividad artística y musical a medida que las ciudades se han vuelto más caras.

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Al combinar mi interés de larga data en el desarrollo económico urbano con las perspicacias de sociólogos urbanos en cuanto a los efectos corrosivos de la pobreza concentrada, tracé las nuevas y profundas divisiones que aíslan las clases en vecindarios separados y rastreé el crecimiento de la pobreza y la desventaja económica en los suburbios. Escarbé profundamente en los múltiples retos que enfrentan las ciudades de rápido crecimiento en las economías emergentes del mundo en donde la urbanización no está estimulando el mismo tipo de crecimiento económico y el aumento en el nivel de vida que provocó en los países avanzados.

La Nueva Crisis Urbana es diferente de la crisis urbana más vieja de los años 60 y 70. Esa crisis anterior fue definida por el abandono económico de las ciudades y su pérdida de función económica. Esa crisis fue forjada por la desindustrialización y la huida de los blancos; su sello distintivo fue un vaciamiento del centro de la ciudad, un fenómeno que los teoristas urbanos y legisladores llamaron el hueco de la dona (rosca). A medida que las ciudades perdieron sus industrias esenciales, se convirtieron en lugares de pobreza creciente y persistente; se deterioró su vivienda; incrementaron el crimen y la violencia; y aumentaron los problemas sociales, entre ellos el abuso de drogas, el embarazo adolescente y la mortalidad infantil. A medida que las economías urbanas deterioraron y los ingresos fiscales disminuyeron, las ciudades se volvieron cada vez más dependientes en el gobierno federal para el apoyo financiero. Muchos de estos problemas siguen con nosotros hasta el sol de hoy.

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Pero la Nueva Crisis Urbana se extienda todavía más lejos y es más global que su antecesor. Aunque dos de sus características esenciales –desigualdad creciente y precios de la vivienda en aumento– se discuten con mayor frecuencia en relación con centros urbanos renacientes y en auge como Nueva York, Londres y San Francisco, la crisis también castiga fuertemente a las ciudades en declive del Rust Belt* y en las ciudades dispersadas del Sunbelt** con economías insostenibles impulsadas por energía, turismo y bienes raíces. Otras características esenciales –segregación económica y racial, desigualdad espacial, pobreza arraigada– se están volviendo tan comunes en los suburbios como lo son en las ciudades. Visto desde este punto de vista, la Nueva Crisis Urbana es también una crisis de los suburbios, de la misma urbanización y del capitalismo contemporáneo, pero magnificada.

(*Nota: el Rust Belt es una región de EEUU que se extiende hacia oeste desde Nueva York hasta Wisconsin en el Medio Oeste que antes florecía debido a varias industrias pero que ha deteriorado con el declive de la fabricación en EEUU. **El Sun Belt se refiere a los estados de EEUU en el sur de país que se extiende desde California a Florida).

Las cinco dimensiones de la nueva crisis urbana

Primero: hay una brecha económica profunda y creciente entre una pequeña cantidad de ciudades superestrellas –tal como Nueva York, Londres, Hong Kong, Los Ángeles y París– junto con centros líderes de tecnológica y conocimientos, como la región de la bahía de San Francisco, Washington D.C., Boston, Seattle y otras ciudades a lo largo del mundo. Estos lugares superestrellas tienen cuotas extremadamente desproporcionadas de las industrias líderes de alto valor, innovación de alta tecnología y start-ups, y el mejor talento. Como un solo ejemplo: solamente seis áreas metropolitanas –la región de la bahía de San Francisco, Nueva York, Boston, Washington DC, San Diego y Londres– atraen a casi la mitad de toda la inversión de capital riesgo de alta tecnología a lo largo del mundo entero. El auge de este tipo de urbanismo en que el ganador se lo lleva todo termina creando un nuevo tipo de desigualdad entre ciudades, con la brecha económica volviéndose más y más amplia entre los ganadores y las filas mucho más grandes de otras ciudades que han perdido sus posiciones económicas debido a la globalización, la desindustrialización y otros factores.

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La segunda dimensión es la crisis de éxito que plaga a estas mismas ciudades superestrellas. Estos ganadores enfrentan increíblemente altos y cada vez menos asequibles precios de vivienda y niveles asombrosos de desigualdad. En estos lugares la mera gentrificación ha escalado para convertirse en lo que algunos han llamado 'plutocratización'. Algunos de sus vecindarios urbanos más vibrantes e innovadores se están convirtiendo en insensibles distritos de trofeo en donde los superricos globales guardan su dinero en inversiones en viviendas de lujo en lugar de comprar lugares en donde vivir. No solamente son los músicos, artistas y trabajadores creativos los que están siendo desplazados: cantidades crecientes de trabajadores de conocimiento que ganan bien están viendo cómo los altos precios de vivienda en estas ciudades consumen sus salarios y están empezando a temer que sus propios hijos nunca podrán costear el precio de entrada de estas urbes. Pero son los obreros y los trabajadores de servicios –junto con los pobres y los necesitados– que enfrentan las consecuencias económicas más nefastas. Se están sacando a estos grupos de las ciudades superestrellas y se les está negando las oportunidades económicas, los servicios, las comodidades y el ascenso social que estos lugares ofrecen. Es difícil sostener una economía urbana funcional cuando maestros, enfermeros, trabajadores hospitalarios, policías, bomberos y trabajadores de restaurantes y de servicios ya no pueden permitirse vivir a una distancia razonable de sus centros de trabajo.

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La tercera dimensión de la Nueva Crisis Urbana es más amplia y en muchas formas es mucho más problemática: se trata de la creciente desigualdad, segregación y clasificación que está ocurriendo dentro de prácticamente cada ciudad y área metropolitana, ya sea ésta una ganadora o una perdedora. Si el hueco de la dona encarnó la crisis urbana de los años 60 y 70, la Nueva Crisis Urbana está marcada por el medio que está desapareciendo: el desvanecimiento de la clase media que antes era grande y también de sus vecindarios que antes eran estables, los cuales eran la encarnación física del Sueño Estadounidense. Entre 1970 y 2012, el porcentaje de familias estadounidenses viviendo en barrios de clase media disminuyó de un 65% a un 40%, mientras que el porcentaje de familias viviendo en barrios pobres o bien ricos aumentó considerablemente. A lo largo de la última década y media, nueve de cada 10 áreas metropolitanas estadounidenses han visto la reducción de sus clases medias. A medida que se ha vaciado el medio, los vecindarios a lo largo de EEUU se están dividiendo en grandes áreas de desventaja concentrada y áreas mucho más pequeñas de riqueza concentrada. En lugar de la vieja división de clases de ciudades pobres frente a suburbios ricos, ha surgido un nuevo patrón: una metrópoli de retazos en que pequeñas áreas de privilegio y grandes secciones de apuros y pobreza entrecruzan tanto las ciudades como los suburbios.

La cuarta dimensión de la Nueva Crisis Urbana es la pujante crisis de los suburbios, en donde la pobreza, la seguridad y el crimen están aumentando y la segregación económica y racial se están volviendo más profundas. Olvídese de esas imágenes idílicas de la vida suburbana de clase media del pasado: hoy día, hay más personas pobres en los suburbios que en ciudades: 17 millones frente a 13.5 millones. Y las filas de los pobres suburbanos están creciendo mucho más rápidamente de lo que están creciendo en ciudades: un asombroso 66% entre 2000 y 2013 en comparación con un aumento del 29% en las áreas urbanas durante ese mismo período. Alguna de esta pobreza suburbana se está importando de las ciudades a medida que las familias desplazadas buscan lugares más asequibles donde vivir. Pero mucha es nativa: más y más personas que antes eran miembros de la clase media han caído de ésta como resultado de la pérdida de empleos o precios de vivienda en aumento. Hace mucho tiempo que los suburbios han sido las sedes de la comunidades más ricas de EEUU pero ahora sus desigualdades cada vez más rivalizan a las de ciudades.

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La quinta y última dimensión de la Nueva Crisis Urbana es la crisis de urbanización en el mundo en vías de desarrollo. Los optimistas urbanos creen que al final, la urbanización traerá crecimiento económico, mejores niveles de vida y una creciente clase media a estos lugares, tal como hizo en EEUU, Europa, Japón y, más recientemente, en China. Después todo, las ciudades históricamente han impulsado el desarrollo de economías nacionales. Pero esta conexión entre urbanización y un mejor nivel de vida se ha descompuesto en muchas de las áreas de urbanización más rápida del mundo en vías de desarrollo, las cuales ven poca o ninguna mejoría en sus niveles de vida. Más de 800 millones de personas –2.5 veces la población entera de EEUU– viven en horrible pobreza y en condiciones inferiores en barrios malos… y las cantidades de ellas seguirán creciendo a media que la población urbana del mundo aumenta.

Aunque la Nueva Crisis Urbana tiene múltiples manifestaciones, está moldeada por la contradicción fundamental causada por la aglomeración urbana. Esta fuerza de aglomeración tiene múltiples caras: junto con sus atributos positivos, también tiene muchos atributos negativos que son significativos.

Por una parte, la aglomeración de industria, actividad económica y personas talentosas y ambiciosas en las ciudades ahora es el motor básico de la innovación y del crecimiento económico. Ya no son recursos naturales ni incluso corporaciones grandes que impulsan el progreso económico, sino la capacidad de las ciudades de aglomerar y concentrar personas talentosas, permitiéndolos combinar y recombinar sus ideas y esfuerzos, lo cual incrementa enormemente nuestra innovación y productividad.

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De esa fermentación salen los nuevos inventos y las iniciativas de personas emprendedoras que impulsan la prosperidad. Es asombroso el nivel al cual se ha concentrado la actividad económica en las ciudades y áreas metropolitanas. Las 50 áreas metropolitanas más grandes a lo largo del mundo albergan sólo el 7% de la población total mundial, pero generan el 40% de la actividad económica global. Sólo 40 megaregiones –constelaciones de ciudades y áreas metropolitanas como el pasillo que conecta a Boston, Nueva York y Washington, D.C.– son responsables de aproximadamente dos tercios de la producción económica del mundo y más del 85% de su innovación… mientras que albergan sólo el 18% de su población. Es todavía más asombrosa la cantidad de actividad económica comprimida en espacios urbanos pequeños dentro de las ciudades principales. Por ejemplo, sólo un pedacito del centro de San Francisco atrae a miles de millones de dólares en capital riesgo cada año, más que cualquier nación del planeta menos EEUU. Es por eso que creo que es más útil referirse al capitalismo contemporáneo como el capitalismo urbanizado de conocimientos en lugar de llamarle capitalismo basado en conocimientos.

Por otra parte, incluso mientras la aglomeración urbana impulsa el crecimiento, también talla divisiones profundas en nuestras ciudades y en nuestra sociedad. No todo se puede aglomerar en el mismo espacio limitado; al final, algunas cosas desplazan a otras. Esta es la esencia del nexo urbano de tierra… un producto de la aglomeración extrema de actividad económica en partes muy limitadas de una cantidad muy limitada de ciudades y la competencia cada vez más feroz por ellas. Y tal como sucede con la mayoría de las cosas en la vida, los ganadores en la competencia por el espacio urbano son los que tienen la mayor cantidad de dinero para gastar. A medida que los ricos y los privilegiados regresan a las ciudades, colonizan las mejores ubicaciones. Los demás se aprietan como sardinas en las áreas en apuros que quedan en las ciudades o son desplazados hasta los suburbios. A su vez la competencia moldea una paradoja económica relacionada: la paradoja de tierra. Hay cantidades aparentemente infinitas de tierra a lo largo del mundo, pero no hay ni remotamente suficientes cantidades donde más se necesitan.

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En esta nueva época de capitalismo urbanizado de conocimientos, el lugar y la clase social se combinan para reforzar y reproducir la ventaja socioeconómica. Los que se encuentran en la cima se van a vivir en comunidades que les brindan acceso privilegiado a las mejores escuelas, los mejores servicios y las mejores oportunidades económicas, mientras que los demás reciben los vecindarios que sobran, los cuales tienen versiones inferiores de todas esas cosas y por tanto ofrecen menos posibilidades para avanzar en la vida. Los ricos –quienes viven en una cantidad relativamente pequeñas de ciudades privilegiadas y una cantidad todavía más pequeña de vecindarios privilegiados dentro de ellas– obtienen una cuota desproporcionada de los aumentos económicos para ellos y sus hijos.

La victoria sorprendente de Trump y los republicanos significa que por lo menos durante los próximos cuatro años, tendremos poca inversión federal en nuestras ciudades y poca o ninguna inversión en la vivienda asequible. Aunque la administración Trump ha prometido gastar más en infraestructura, es probable que sus prioridades sean vías y puentes en lugar del transporte público. Alguna combinación de gobierno local, organizaciones sin fines de lucro y fundaciones filantrópicas tendrán que tratar de llenar las brechas que resultan de la inacción republicana y de los fuertes recortes que probablemente se hagan a la ya deteriorada red de seguridad social de EEUU, los cuales golpearán fuertemente a las personas y vecindarios necesitados. Ahora más que nunca, alcaldes y autoridades locales tendrán que tomar las riendas en cuanto al transporte público, la vivienda asequible, la pobreza y otros asuntos urbanos urgentes.

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Al final, el urbanismo para todos que se requiere para avanzarnos tiene que desarrollarse en torno a siete pilares clave:

  • Reformar códigos de zonificación y construcción, así como políticas fiscales, para asegurar que la fuerza aglomeradora funcione para el beneficio de todos.
  • Invertir en la infraestructura necesaria para provocar densidad y aglomeración y limitar la dispersión urbana costosa e ineficiente.
  • Construir más vivienda asequible para alquilar en ubicaciones céntricas.
  • Expandir la clase media al convertir empleos de servicio de bajos sueldos en trabajos que mantengan a familias.
  • Abordar directamente la pobreza concentrada al invertir en personas y en lugares
  • Participar en un esfuerzo global para construir ciudades más grandes y más prósperas en las partes del mundo emergente que se están urbanizando rápidamente.
  • Investir de poder a las comunidades y permitir a los líderes locales a fortalecer sus propias economías y lidiar con los retos de la Nueva Crisis Urbana.
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Esta nota se adaptó de The New Urban Crisis: How Our Cities Are Increasing Inequality, Deepening Segregation, and Failing the Middle Class—and What We Can Do About It (La Nueva Crisis Urbana: cómo nuestras ciudades están incrementando la desigualdad, empeorando la segregación y fallándole a la clase media… y lo que podemos hacer al respecto).