Los encontrarás saludando a dignatarios extranjeros en los atractivos turísticos más famosos de la ciudad, recostándose en sillas de los cafés o en las vidrieras de la tiendas, llamando la atención de la gente dondequiera que estén. Tienen su propia cuenta en Instagram, junto con albergues construidos específicamente para ellos e instalaciones con comida en las calles de la ciudad. Olvídate de los bizantinos y los otomanos: los verdaderos conquistadores de Estambul son sus gatos callejeros.
Las extraordinarias vidas de los gatos callejeros de Estambul
Un nuevo documental sigue a los famosos felinos de la ciudad mientras que navegan el cambiante ambiente urbano.


“Hay un misterio, una imprevisibilidad que tanto los gatos como Estambul comparten”, dice Ceyda Torun, nativa de esta ciudad y directora de un nuevo documental titulado Kedi, el cual cuenta las historias de siete de los muchos gatos callejeros de la ciudad y de la gente que los ama. En turco “ kedi” significa “gato” y la película demuestra lo profundamente entrelazados que los felinos de Estambul están con las vidas de los residentes de la ciudad. De acuerdo a Torun, esta relación data de hace miles de años.
Un zoólogo en la Universidad de Estambul le enseñó a Torun el esqueleto de un gato que se remonta a 3,500 años atrás. Éste se descubrió durante la construcción del sistema ferroviario submarino Marmaray. “Fue desenterrado justo en la costa del Estrecho de Bósforo y tiene un hueso sanado en una pata” dice Torun. “La opinión profesional del zoólogo fue que el hueso sólo se hubiera sanado de esa forma si una persona lo hubiera envuelto”.
Es probable que la larga historia de Estambul como una ciudad portuaria haya contribuido a su estatus actual como la capital de los gatos callejeros: felinos de todo al mundo llegaron a la ciudad en los barcos de carga donde se trajeron para cazar ratones. Luego, cuando los otomanos construyeron los primeros sistemas de alcantarillado de Estambul, se demostró que los gatos también eran buenos para controlar los roedores en la tierra.
Hace mucho tiempo que la gente de Estambul ha tenido la costumbre de cuidar a sus residentes no humanos: en la época otomana, muchas casas se construyeron con puertas de gato y muchas mezquitas tenían pajareras incorporadas, dice Torun. “Muchas personas me dijeron: ‘Si eres un musulmán de verdad, eres un amante de todos los animales’”, agrega. Según aclara Torun, los textos de Islam —la religión de la mayoría de las personas en Turquía— incluyen historias sobre el amor particular a los gatos que tenía el profeta Mahoma. Pero a medida que Estambul ha crecido desde una aldea a un pueblo a una megalópolis superpoblada, dicho deber aparentemente se ha vuelto cada vez más imperativo.
“Mientras más de cada pedazo disponible de espacio verde y tierra en la ciudad se aplana y se pavimenta, más inhospitalario se vuelve para los gatos”, dice Torun. “Y ahora se observa a muchas más personas dejar comida y agua para los animales callejeros durante los últimos 5 a 10 años, a medida que los veranos se han vuelto más calurosos. Hay un esfuerzo creciente para asegurar que estén bien”.

La película de Torun documenta las señales de ese compromiso, las cuales son visibles en toda la ciudad. Se nota con los albergues para gatos que se hacen de cajas de poliestireno extruido y también con los tazones y comida y agua con letreros que dicen “Restaurante para gatos, buen provecho” y “Si no quieres estar desesperado por un sorbo de agua en la próxima vida, no toques a estas copas”. Otra señal sería los vecinos que pagan cuentas enormes de veterinarios para gatos que ni siquiera son suyos.
“Nos preocupa más lo que les pasará a los gatos que a nosotros”, le cuenta a Torun en el documental un hombre que vive en una zona programada para el redesarrollo. “Si echan abajo a este vecindario, [los gatos] no tendrán a nadie”, dice.
“Los gatos realmente pueden ser un reflejo de nuestras propias vidas, lo cual incluye cómo vivimos en ciudades como Estambul a medida que pasan por cambios rápidos y quizás incómodos”, dice Torun. En Kedi con frecuencia la cámara toma la vista de un gato de Estambul y así demuestra cómo los animales pueden ayudar a la gente a ver la ciudad de nuevas formas.
Filmar tan cerca de la tierra reveló “mucho de lo que se encuentra por nuestro nivel de vista normal, cosas que normalmente no vemos, mucho que tiene que ver con la arquitectura histórica de la ciudad”, dice Torun. Como ejemplo de esto la directora cita unos huecos con forma de arcos que antes eran comunes. Se encontraban en las bases de escaleras de edificios residenciales. Según explica Torun, antes de que existiera la plomería interior, muchos edificios tenían un hamam —un baño turco— en el sótano. Y estos huecos permitían que se escapara el vapor. La mayoría de la gente no se da cuenta de estos espacios pequeños, pero los gatos sí.
“Los gatos llegan a tantos lugares a los que nosotros no podemos. Un gato que estamos siguiendo durante el rodaje se metía en un hueco y yo pasaba la cámara por el hueco y veía que adentro había un bello edificio abandonado”, dice Torun. “Los gatos existen casi en un plano diferente al de nosotros las personas en la ciudad, y al final uno hasta les tiene un poco de envidia por esto”.




Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.









