La carretera rural que se transforma en una venta de garage de 50 millas de largo

Cada vez que llega julio, por un fin de semana, la Ruta 90 al norte de Nueva York deviene un sueño para los cazadores de antigüedades.

Bicicletas antiguas a la venta en el garage sale a lo largo de la Ruta 90.
Bicicletas antiguas a la venta en el garage sale a lo largo de la Ruta 90.
Imagen Cayuga County Office of Tourism

Por el lado este del lago Cayuga en el estado de Nueva York, la Ruta 90 atraviesa un camino angosto y arbolado. Se trata de un territorio rural. Más allá de los tractores cargados de heno, se ven muy pocos autos circulando.

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Sin embargo, el último fin de semana de julio, el camino se repleta. Desde 1987, las familias y los negocios próximos a la Ruta 90 han prácticamente vaciado sus sótanos y estantes en favor de la venta de garage anual, la cual se prolonga por unas 50 millas, desde Montezuma al norte, hasta Homer en el sur. Este año, la iniciativa arrancó a las 9 a.m. del sábado 30 de julio, aunque algunos vendedores audaces colocaron su mercadería fuera desde el viernes en la noche, esperando sacar provecho de las multitudes que, procedentes de más de 20 estados y de Canadá, llegaron en la mañana.

A fines de los ochentas, la región de los lagos Finger, en Nueva York –a través de la cual la Ruta 90 fluye como una arteria vertical- afrontaba un problema para su turismo. Los cinco largos y delgados lagos han sido siempre una suerte de carrera de obstáculos para los choferes. Para llegar a cualquier punto del área, los autos han debido aprender a serpentear alrededor del agua. La ruta del vino de Cayuga empujaba a los visitantes al lado oeste del lago, sostiene Connie Reilly, primera organizadora de la venta de garage, y solo unos pocos se aventuraban al este.

Para la época, Reilly era propietaria de una librería en Union Springs. Ella y un par de otros comerciantes locales se habían unido en una asociación pequeña para concebir vías que fomentaran el tránsito a pie por su pueblo. “Lo intentamos todo”, recuerda Reilly. Hicieron concursos de fotografía, búsquedas de tesoros, mítines recabando apoyo.

Pero Reilly, hablando un día con un amigo, se dio cuenta de lo siguiente: “Me encantan las ventas de garage, como a todo el mundo, ¿por qué no hacemos uno a lo largo de la Ruta 90?”, pensó.

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Aquel primer año, la venta de garage de la Ruta 90 estuvo bien organizada. Reilly y demás miembros de la pequeña asociación publicaron anuncios en los periódicos y los llamados PennySaver (popular revista de clasificados) locales, al tiempo que cobraron a propietarios de viviendas y comerciantes tres dólares por unirse la iniciativa, una suma que fue recompensada con una bandera de colores brillantes engrapada a un pasador de madera, la cual demarcaba la propiedad como una parada más de la ruta. Según Reilly, ella repartió cerca de 400 banderas.

“Pensábamos que teníamos que controlarlo todo”, acota.

Sus esfuerzos funcionaron: miles de personas bajaron por la Ruta 90 en 1987. “Nadie sabía qué estaba pasando”, recuerda. Propietarios de viejas granjas y familias enteras pusieron patas arriba sus sótanos y ranchos, reapareciendo luego con objetos raros y antiguos que vendían “como locos”, según Reilly, por monedas.

Una cerámica antigua muestra un toro llamado Ferdinando.
Una cerámica antigua muestra un toro llamado Ferdinando.
Imagen Cayuga County Office of Tourism

Por dos días, el lado este del lago Cayuga despertó con una energía rara vez vista en la dormida región. “Si un rancho no se abría a la venta, alguien seguramente habría ido a la casa y preguntado: ´¿Qué tienes allí adentro? ¿Puedo verlo?´”, dice Reilly.

Fue un éxito. Tanto que, al año siguiente, las banderas y los anuncios fueron innecesarios. Iglesias, cuerpos de bomberos y restaurantes locales abrazaron el propósito, ofreciendo desayunos con pancakes y permitiendo que compradores exhaustos de tanto andar usaran sus baños. Si bien la asociación de Reilly permaneció a la cabeza de todo, la venta “realmente cobró vida propia”, añade la promotora.

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Por los próximos doce años, la venta de garage de la Ruta 90 continuó creciendo. Los turistas marcaban sus calendarios con meses de antelación; reservaban hoteles. Por esos dos días, los negocios locales se disparan, y los forasteros pactan con los propietarios locales para transportar su mercancía desde cualquier otro lugar, y establecer su punto de venta a un lado del camino.

Sin embargo, para fines de los noventas, cuenta Reilly, “todo se estancó”. Las ventas de garage suelen desarrollarse a partir de novedades y descubrimientos; y después de tantos años, el pozo de antigüedades se secó. “Por un par de años entonces. lo diré sin más, se vendió mucha basura”, sostiene Reilly. “Comencé a pensar: ’Ok, ¿cómo terminamos con esto’?”.

Su librería cerró y la pequeña asociación fue disuelta, pero la venta de garage, contra todo pronóstico, se mantuvo. “De alguna manera, el negocio se enderezó por sí mismo, y ha ido a mejor”, dice su creadora. Es cierto que se ven menos antigüedades sobre el césped ahora, pero la gente ha ganado en creatividad. “Uno ve autos y botes allá afuera… uno no sabe qué se va a encontrar”, dice Meg Vanek, directora ejecutiva del Departamento de Turismo en el condado de Cayuga. Ella ha trabajado en la organización desde 1997, y ha visto tanto la caída como el despegue de las ventas.

Incluso si las mercancías flaquean, la atmósfera que se respira se mantiene igual. “Se trata, definitivamente, de una especie de frenesí para los cazadores de gangas”, añade Vanek. No es poco común ver a la gente detenerse en la calle para pedir consejos a los demás, y de paso mostrarles los hallazgos de los cuales se sienten más orgullosos. “Ver para creer”, sostiene Vanek.

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Año tras año, miles de personas se juntan alrededor de los lagos Finger y participan de la iniciativa por unas 50 millas. Desde el primer año, el número de vendedores ha aumentado, probablemente, hasta cerca de 500, pero es algo que nadie sabe a ciencia cierta. Eso es precisamente lo más llamativo: señalar una estadística o apelar a la lógica no sirven para explicar cómo el garage sale ha sobrevivido. Esta es la mejor respuesta que Vanek puede darnos: “Simplemente sucede”.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.