"Aquí no ha parado de temblar": Oaxaca intenta levantarse a seis meses de los terremotos
El municipio Juchitán, en el sureste de Oaxaca, ha sido azotado por cuatro sismos de diversa intensidad desde el 7 de septiembre de 2017. Allí, unas 1,800 familias que se quedaron sin vivienda aún esperan ser censadas para recibir los subsidios destinados por el Estado a la reconstrucción.
"Necesito una casita". Esta es una de las pocas frases que Isabel Vicente Juan sabe pronunciar en castellano. Esta mujer zapoteca de 65 años vive desde hace seis meses bajo una tienda de campaña junto a 11 de sus familiares, en el pueblo oaxaqueño de Unión Hidalgo. Cada vez que llueve, el agua inunda el piso de tierra y se filtra entre las lonas.
Maye Primera
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La casa donde vivía doña Isabel con su esposo, Leobardo Martínez, sus ocho hijos y dos nietos se vino abajo con el primer terremoto del 7 de septiembre de 2017, de 8.2 grados de magnitud, que tuvo su epicentro en Pipijipán, en el estado vecino de Chiapas. Las pocas cosas que lograron rescatar de las ruinas están almacenadas bajo el único techo de lámina que quedó en pie.
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La casa de la familia Martínez Vicente ya fue "foliada"; es decir, fue incluida en el primer y único censo de daños que han realizado las autoridades desde el 7 de septiembre de 2017. Una vez hecho esto, el gobierno les entregó dos tarjetas de débito, que suman unos 120,000 pesos (6,000 dólares), para que financiaran la reconstrucción. Pero explica don Leobardo que no han podido gastar ni un peso de ese dinero porque hay escasez de materiales de construcción.
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Unión Hidalgo, ubicado en el istmo de Tehuantepec, fue uno de los pueblos de Oaxaca más afectados por la sucesión de terremotos. Solo allí resultaron afectadas unas 3,000 viviendas y la mayoría de los edficios públicos.
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La mayoría de las casas de Unión Hidalgo tienen entre un siglo y siglo y medio de antigüedad, pues fueron levantadas durante los sucesivos mandatos de Porfirio Díaz. Las construcciones fueron hechas a base de ladrillo rojo y adobe en las paredes, y madera y tejas en los techos.
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En Unión Hidalgo viven, sobre todo, ancianos y mujeres con hijos. Los hombres nacidos allí suelen trabajar como campesinos temporeros en las zonas agrícolas cercanas.
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Grisel de los Santos, de 37 años, es la cabeza de su familia de ocho personas, entre los que se cuentan su madre, sus dos hijos y cuatro hermanos. Uno de sus hermanos sufre de diábetes y a raíz una infección que adquirió justo después del terremoto, tuvo que ser amputado de la pierna derecha. "Todo el dinero que nos dieron para reconstruir la casa lo gastamos en el doctor. Si no, la infección podía afectarle la columna a mi hermano, y así le daban solo tres meses de vida", cuenta de los Santos.
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El hermano enfermo de Grisel reposa en un refugio temporal de madera que una organización no gubernamental, Catholic Relief Services, le construyó junto a las ruinas de su antigua casa. Los demás familiares duermen entre el patio y la única galera que quedó en pie.
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De acuerdo a los cálculos de Catholic Relief Services, entre los pueblos de Unión Hidalgo y Chicapa hay unas 1,800 viviendas que fueron afectadas por los terremotos de septiembre de 2017 y febrero de 2018, y que no han sido censadas por los gobiernos estadal y federal.
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Es el caso de la señora Juana de Vásquez y su esposo Vicente, que no estuvieron en Chicapa, su pueblo, durante el mes de los temblores. "Llegamos el 28 de octubre (de 2018) y encontramos la casa destruida, era de bloques y tejas, las paredes colapsaron", cuenta doña Juana. El día del segundo terremoto, el 19 de septiembre, ambos se encontraban en Ciudad de México, visitando a los médicos de don Vicente, que sufre diábetes y además, tuvo una embolia.
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Ahora ambos viven en uno de los 30 refugios de madera construidos por CRS entre los pueblos de Unión Hidalgo y Chicapa, mientras logran reunir el material que les falta para levantar una casa de bloques donde antes estaba la que se cayó.
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Las autoridades, tanto federales como del estado de Oaxaca, han tardado en cuantificar los daños. Irlanda Escobedo Cabrera, de 39 años, tuvo que esperar dos meses para que "foliaran" su casa como "pérdida total" tras el primer terremoto. "Hasta censaron casas abandonadas y a nosotros no querían censarnos porque nuestra casa era de palma y madera", explica Escobedo. Con el dinero que recibieron del gobierno, su marido —enfermo de cáncer— ya empezó a construir una nueva casa de bloques. "Pero aquí no ha parado de temblar", dice.