Pareja de vendedores ambulantes indocumentados mantuvo su rutina pese a las redadas de inmigración en Chicago

Aunque las tropas de la Patrulla Fronteriza, dirigidas por Gregory Bovino, ya no están en Chicago, el temor que sembraron no alcanzó a Ofelia y su esposo Rafael, ambos indocumentados, que siguieron con su rutina como vendedores ambulantes.

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CHICAGO (AP) —Los días que la Patrulla Fronteriza estuvo en Chicago no inmutaron a Ofelia y su esposo Rafael, a pesar de que ambos están indocumentados en Estados Unidos.

Uno de esos días de redadas en Chicago, ella esperó a que los agentes se movieran unas cuadras más allá, luego abrió su puesto donde vende elotes al estilo mexicano y aguas frescas con sabor a pepino, piña y fresa en el corazón de la comunidad inmigrante mexicana, tal como lo han hecho durante 18 años.

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La pareja dice que trabajar no solo paga las cuentas, sino que también ayuda a evitar la depresión, lo que los hace destacar, entre otros, atrapados por el miedo en las comunidades inmigrantes de Chicago.

“Lo único que puede tener es confianza en Dios y no tener miedo”, dijo Ofelia en una entrevista en la casa, "Porque por miedo le puede dar depresión y le puede dar muchas cosas. A final de cuentas, no te mandaron a México, pero te enfermaste de depresión, te enfermaste de otras cosas porque no tuviste la confianza para creer en Dios”.

El hombre estuvo de acuerdo. “Tenemos conocidos que han caído en la depresión. No salen. Es algo bien triste”.

De una travesía por el desierto de Arizona a propietarios en Chicago


El puesto de comida de la pareja en La Villita, adornado con banderas estadounidenses, está en un área bulliciosa que tanto Gregory Bovino, jefe de la Patrulla Fronteriza, y sus agentes visitaron más de una vez.

Muchos de los amigos de la pareja no han salido en más de dos meses. Ese miedo ha provocado un esfuerzo comunitario para comprar todo a los vendedores ambulantes, permitiéndoles irse a casa temprano y evitar la exposición pública.

El tráfico peatonal en la Calle 26 es más animado que en muchas áreas comerciales de Chicago, incluso con las redadas migratorias. Está llena de barberías, tiendas de comestibles y otros negocios que tienen letreros en español e inglés exigiendo que las autoridades de inmigración se mantengan alejadas a menos que tengan una orden judicial.

La pareja conoce a personas que fueron arrestadas por agentes fuertemente armados que les preguntaron sobre su estatus legal: un vendedor de huevos aquí, un vendedor de tamales allá. Describieron el escozor del gas lacrimógeno liberado por agentes sobre manifestantes en el estacionamiento de un centro comercial el mes pasado.

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Muchos inmigrantes, incluso algunos con estatus legal, son reacios a hablar con los periodistas, especialmente si son identificados por su nombre, temiendo que pueda llevar a la deportación.

Dicen que están ansiosos por compartir su historia para fomentar la comprensión de lo que ocurre con la batida contra la inmigración emprendida por la administración Trump para llevar a cabo deportaciones masivas.

Rafael cruzó la frontera en 2004, y más tarde llegaron sus dos hijos, quienes ahora ya son adultos y viven en Chicago. Ofelia hizo el viaje en 2005. Ambos pagaron a ‘coyotes’ miles de dólares por trayectos de varios días por el desierto de Arizona. Conocidos los animaron a dirigirse a Chicago, el segundo destino en la lista estadounidense para inmigrantes mexicanos después de Los Ángeles.

Se conocieron trabajando en un restaurante mexicano en La Villita. Tienen dos hijos nacidos en Estados Unidos; el menor, de 10 años, habla poco español y ha estado en gran medida ajeno a la represión migratoria.

Pero su hija, de 16 años, teme más la detención prolongada de sus padres que la posibilidad de que sean deportados a México.

La pareja tomó una clase en el Ayuntamiento para obtener un certificado municipal para convertirse en vendedores de comida callejera y compraron una casa por 39,000 dólares que necesitaba reparaciones urgentes.

De 3 de la tarde a 9 de la noche entre semana sirven tacos y burritos desde un camión amarillo en el camino de tierra de su casa en Englewood, un barrio predominantemente negro y uno de los más pobres de Chicago.

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Alguna vez hogar de un próspero distrito comercial, partes del vecindario han caído en el abandono y se ven casas tapiadas. El crimen es persistente.

Los fines de semana van a La Villita, donde trabajan jornadas de 11 horas.

Las redadas migratorias asustan a los clientes


Han pensado en intentar obtener estatus legal, pero no tienen un caso sólido y tampoco les alcanza para un abogado. Obtuvieron licencias de conducir de Illinois. Dicen que pagaron impuestos, se mantuvieron fuera de problemas y, en general, vivían sin miedo a ser deportados.

“Chicago es bonito”, dijo Rafael. “A veces la delincuencia es bien difícil, pero Chicago es maravillosa. Hay muchas oportunidades para los que somos inmigrantes. Nos duele lo que está pasando”.

Las ventas de la pareja han caído un 75% desde que la administración Trump lanzó la “Operación Midway Blitz” en Chicago el 8 de septiembre, dijo Ofelia a AP.

Como casi todos los que conocen, a sus teléfonos constantemente les llegan alertas sobre dónde los agentes de inmigración están haciendo arrestos y para mantenerse alejados.

Las autoridades federales dicen que están dando prioridad a los criminales, pero que cualquier persona que se encuentre en el país ilegalmente está sujeta a arresto. Eso incluye a los vendedores ambulantes, según Gregory Bovino, el agente de la Patrulla Fronteriza que lideró las ofensivas en Los Ángeles, Chicago y, ahora, otras ciudades como Charlotte, Carolina del Norte.

Los recuerdos de la pareja de cómo la pandemia de COVID-19 los mantuvo encerrados son un recordatorio para mantenerse activos, permitiendo solo pequeños ajustes.

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Solo han ido a México una vez en más de 20 años, una visita familiar en 2012 que incluyó cruzar la frontera ilegalmente en Eagle Pass, Texas. Quieren quedarse en Chicago, pero dicen que están preparados para regresar a México si son arrestados. Llevarían a sus hijos estadounidenses con ellos.

“Ellos están espantados porque ya tienen una vida aquí. Tienen hijos. Incluso nosotros. A México no queremos ir. Pero si tenemos que ir, ¿qué hacemos?”.

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