BRENTWOOD, Long Island. - La hondureña Macrina Salas nunca ha pertenecido a una pandilla, pero conoce muy bien cómo seducen a sus miembros: intentaron hacerlo con su hija y hoy paga el precio de arrebatársela a la Mara Salvatrucha MS-13 en esta ciudad.
Hondureña paga el precio por salvar a su hija de la muerte y "las maras" en Long Island
La joven de 15 años estudiaba en la escuela superior de Brentwood, donde cuatro estudiantes fueron hallados asesinados en septiembre, por presuntos pandilleros, según la policía.


Hasta hace unos meses, relata Salas, su hija de 15 años estudió en la secundaria de Brentwood donde cuatro estudiantes han sido asesinados. El pasado 14 de septiembre, cuando Nisa Mickens debía celebrar su cumpleaños 16, su cuerpo abatido a golpes fue hallado en horas de la mañana en una zona cercana a la escuela Loretta Park. El de su amiga Kayla Cuevas, de 16 años, fue descubierto cerca, ese mismo día, a las 5:30 de la tarde.
De alguna forma que la policía no explica "para no afectar la investigación", ese doble asesinato dio paso al hallazgo de los cuerpos de otros dos estudiantes que habían sido reportados desaparecidos. El 21 de septiembre recuperaron los restos del salvadoreño Oscar Josué Acosta, de 18 años y un día después, el del ecuatoriano Miguel García, de 15 años.
Según el comisionado de la policía del condado Suffolk, Timothy D. Sini, los culpables de estas cuatro muertes son los pandilleros "salvajes". Alude a los mismos que intentaron reclutar a la hija de Macrina Salas, quien para salvarla tuvo que armarse de algo más que valor.
“Ella comenzó a cambiar cuando entró a la secundaria", recuerda. "Un día me pidió 20 dólares para una camisa azul, de la mara. Quería el dinero para imprimirle un rostro cubierto con un pañuelo azul, porque sus amigos también la usaban. Me di cuenta de que no era nada bueno”. Y decidió no darle el dinero.
Pocos días después, su única hija desapareció. La mujer, que también es madre de un varón de menor edad, pasó 48 horas sin saber dónde estaba.
El pánico atentaba contra su esperanza de recuperarla, pues la estudiante era compañera de clases del ecuatoriano Miguel García, quien ya había sido reportado desaparecido. Buscar ayuda de las autoridades casi le frustra, pues su lenguaje primario no es inglés y en el Departamento de Policía del Condado de Suffolk no tuvo acceso al servicio de traducción.
Recurrió entonces a Services for the Advancement of Women (SEPA Mujer) para conseguir la atención de la uniformada y fue personal de la organización el que habló directamente con el comisionado de policía Sini.
La policía todavía la buscaba cuando la hija de Salas regresó a su casa, por su cuenta. Viva, en aparente buen estado de salud, pero negándose a decir dónde había estado y con quién.
“No es que no quiera hablar, es que no puede, porque tiene miedo”, afirma Salas.
Consciente de que así no podía seguir viviendo en paz, esta madre hondureña la inscribió en un programa juvenil en contra de la violencia, monitorea sus redes sociales y la lleva a terapia. Además, “la cambié de escuela, la mudé a otra ciudad, lejos de Brentwood. La envié con su padre. Fue una decisión dura, pero tenía que arrancársela a los mareros de alguna forma”, remacha.
El Departamento de Policía de Suffolk asegura que todos sus cuarteles cuentan con servicio de traducción en varios idiomas, además de que trabajan estrechamente con las organizaciones locales para atender los problemas de todos los residentes del condado, independientemente de su origen étnico.
Sin embargo, esa no fue la experiencia de Macrina Salas ni la de otros. “La policía hace reuniones mensuales, pero no en español. Los padres no pueden expresar sus temores o transmitir información valiosa sin ayuda en su idioma”, indica Martha Maffei, directora de la organización SEPA Mujer.
Por eso, insiste, los padres del área deben conocer que en caso de necesitar ayuda con la policía o con las autoridades escolares, están para ayudarles. El 18 de octubre invita a toda la comunidad a que asista a una reunión que harán en conjunto con las autoridades locales en sus oficinas, situadas en el 185 Oval Dr. Islandia, Long Island. La hora está por determinarse aún, pero quiere que los interesados puedan ir separando la fecha.
Atención en la escuela
Semanas después de los cuatro asesinatos, la normalidad no se asoma por la escuela superior de Brentwood. Todas las mañanas Lorenza Cantú presenta la documentación que le requieren a la entrada del estacionamiento del plantel, ve dos patrullas vigilando la entrada a los salones de clase y sabe que las autoridades implementaron detectores de metal para evitar que pandilleros puedan introducir armas para intimidar o hacer daño a otros.
Pero Cantú no abandona los predios de la escuela hasta después de las 7:30 de la mañana, cuando su hija le certifica que ya está segura dentro su salón. " No me siento tranquila dejando sola a mi hija”, explica.
“Me quedo en el estacionamiento hasta estar segura de que la niña entró. Ahora hay que cuidarlos en las calles y en la escuela, por eso de las pandillas”, expresa mientras se dispone a pasar nuevamente por el control de seguridad para registrar su salida del lugar.

La madre es una de las pocas que habla de la situación, pues acercamientos a otros como ella y a estudiantes uniformados de blanco y verde, para conocer su sentir sobre las amargas experiencias que han vivido en las pasadas semanas en ese centro de enseñanza, son rechazados con un repetido "no tengo comentarios".
"Un muchacho no puede andar solo"
Muy cerca de la secundaria Brentwood, hay una mezquita, una biblioteca pública y un campo deportivo. En contraste con la vecina ciudad de Nueva York, pocos peatones se observan en estas calles, lo mismo en la mañana que en la tarde.
Dice Pedro Ávila, jardinero de Brentwood, que un problema en esta ciudad de 60,000 habitantes es que el transporte público es limitado: "Aquí la gente anda en carro, porque todo queda muy lejos". A esa situación, destaca, se suma el hecho de que varias zonas residenciales colindan con áreas boscosas, lo que hace “difícil dar con los adolescentes que se van con la mara”.

Señala el panorama y pregunta: “¿A quién le pide ayuda un niño que se escapa de la escuela y de repente se ve acorralado por la mara en una de estas calles desiertas?". Esa sería la razón, a su juicio, por la cual los padres y madres como Cantú no se atreven a dejar a sus "muchachos" andando solos.
Sin temor, Ávila confiesa que en esta ciudad se vive con "miedo de que los mareros se lleven a nuestros hijos. (Los hispanos) venimos de países gobernados por la mara y uno ya sabe cómo es eso”.
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