TIJUANA, México.- Varios jóvenes conversan en inglés en el patio de una residencia en Playas de Tijuana, cerca de la frontera entre México y California. Se trata de muchachos estadounidenses que apenas si rebasan los 20 años. Bromean como si se conocieran de toda la vida. Nadie creería que son pacientes de una clínica de rehabilitación para adictos, ni que algunos vivieron en las calles, vienen de cumplir múltiples condenas, ni que llegaron con brotes psicóticos y alucinaciones.
Los otros estadounidenses que cruzan a Tijuana: así se curan los adictos a los opioides en la frontera
La crisis de los opioides, que sigue incrementando su estela de muerte, ha alcanzado a los hijos de los inmigrantes, pero debido a los elevados costos de la rehabilitación en EEUU sus padres los llevan a clínicas en México. Allá pasan varios meses incluso en contra de su voluntad. Visitamos una clínica en Tijuana que cada vez más recibe a jóvenes adictos a la heroína y medicamentos para el dolor.

Este centro, ‘Clínica Nuevo Ser’, se ha convertido en el termómetro de la crisis de los opioides y de otros narcóticos de Estados Unidos, focalizada en los hijos de los inmigrantes hispanos que viven en California, Arizona y Texas. En los últimos tres años, el número de jóvenes en recuperación se ha duplicado, alcanzando ahora la mitad de los pacientes, algo jamás visto en este lugar que opera desde hace más de 20 años.
“Ha aumentado la cantidad de pacientes que consumen opioides de un 30% a un 60%. Se duplicó en un período de tres años”, dice Francisco Lizárraga, uno de los coordinadores del centro. “Su desintoxicación y atención es más riesgosa porque se genera una dependencia muy grande a la sustancia”, agrega.
Los padres de estos jóvenes, la mayoría de origen mexicano, los dejan durante varios meses en esta clínica bajacaliforniana porque el costo del tratamiento es significativamente más bajo, comparado con las tarifas en EEUU. Además, los pueden llevar con engaños, invitándolos quizás a dar un paseo a Tijuana, pero terminan internándolos por la fuerza. La desintoxicación obligada, dependiendo del caso, puede durar hasta 15 días. Esta práctica es legal al otro lado de la frontera; en EEUU sería un secuestro.
“En México nos permiten tenerlos en contra de su voluntad. Si los padres firman (para que ingresen) solo ellos pueden autorizar su salida. Nos avala la Secretaría de Salud. Allá (en EEUU) necesitas la orden de un juez”, explica Antonio Marchina, representante de la clínica.
El abuso de las drogas, sobre todo de heroína, ha venido agravándose desde 2012 en EEUU y alcanzó niveles tan alarmantes que se declaró en octubre una emergencia de salud pública. Por sobredosis de estupefacientes, principalmente de opioides, casi 64,000 estadounidenses perdieron la vida en 2016, superando por 11,200 la marca histórica que se alcanzó un año anterior.
Varias muertes están relacionadas con una prescripción indebida de medicamentos que contienen sustancias para aliviar el dolor. La adicción no solo resulta del consumo de sustancias ilegales, como la heroína y el fentanilo, sino de pastillas recetadas, como la oxicodona, la codeína o la morfina.
La mayoría son hijos de inmigrantes
A la ‘Clínica Nuevo Ser’ de Playas de Tijuana llegan ahora jóvenes que consumen opioides mezclados con metanfetamina, agravando el problema. “Tiene un efecto catastrófico”, advierte Lizárraga, el coordinador del centro. “La mayoría llega con alucinaciones, con brotes psicóticos”, agrega.
“Un paciente que consume opioides puede tardar hasta una semana o incluso más para desintoxicarse. Me ha tocado ver que tardan hasta 15 días. Es un período en que los observa un doctor y se les dan medicamentos para controlar que no tienen la sustancia (droga). Luego ya se puede trabajar un proceso de recuperación”, señala el especialista.
La segunda fase del tratamiento, que se ofrece en una casa ubicada en el centro de Playas de Tijuana, incluye terapias psicológicas, sesiones grupales, actividades físicas, un programa de voluntariado y visitas de sus familiares los fines de semana. Este proceso dura unos seis meses.
El 90% de los pacientes del centro son hijos de inmigrantes en EEUU. La mayoría vive en California, pero también llegan varios de Arizona y Texas. El 10% restante son mexicanos. El grupo más numeroso tiene entre 18 y 26 años. Quienes llegan sin dominar el español lo aprenden contando sus problemas a los terapeutas.
Según los especialistas de esta clínica, los adictos a la heroína tienen solo un 50% de posibilidades de no sufrir una recaída al darlos “de alta”, un nivel más bajo comparado con otras sustancias. Este dato refleja la fuerte dependencia a los opioides.
“Estaba muerto… era un ‘zombi’”
Iván Velázquez, un joven que nació hace 27 años en Los Ángeles, en el sur de California, lleva más de seis meses “limpio”. Él llegó a la ‘Clínica Nuevo Ser’ el 3 de junio de 2017, luego de pasar cinco días consumiendo metanfetamina sin mirar consecuencias y otros cinco en una cárcel.
“Estaba muerto espiritualmente. Era un ‘zombi’. Esta clínica me salvó la vida”, asegura.
Iván tenía 17 años cuando probó 'cristal' por primera vez. Un amigo le ofreció durante un descanso en la secundaria. Pensaba que era cocaína. Cuando se enteró que había consumido una sustancia aún más adictiva se preocupó, pero luego pensó que él no caería en sus garras. Se equivocó.
“Me enamoré del 'cristal'. No tenía ni idea de que me iba a quitar mi vida”, comenta este hijo de inmigrantes mexicanos.
Pasaba noches enteras fumando metanfetamina. Dice que duró hasta dos semanas sin comer, ni dormir, por los efectos de la droga. “Sentía que estaba arriba del mundo, sin problemas ni preocupaciones, con una energía extrema. Me ponía bien activo; no me daba vergüenza hablar con las muchachas. A todo dar”, relata.
Cuando sus padres le descubrieron la sustancia en su cuarto, él ya estaba perdido. Los regaños y los consejos no pudieron contra su afición a la droga. De consumir un gramo al día, pasó a los cuatro gramos. Entonces su vida giraba en torno a la sustancia. Pero tocó fondo al encontrar a una muchacha que se inyectaba 'cristal'. Ella le introdujo a ese mundo que lo llevó a vivir en hoteles y luego en el auto.
Iván dice que al menos 10 veces terminó en la cárcel por robo, posesión de narcóticos y por conducir bajo la influencia del alcohol o las drogas (DUI). Algunas acusaciones siguen pendientes, una de sus mayores preocupaciones ahora que vive sobrio.
“Por mi adicción no me importaba nada”, dice Iván.
Durante la entrevista este joven no quiso dejar de contar siquiera los detalles más mínimos, siguiendo el primero de los doce pasos de los adictos (el programa creado por la fundación Alcohólicos Anónimos hace más de 80 años) en proceso de recuperación: admitir su impotencia ante la droga.
“Ahora tengo ganas de vivir”, concluye.
















