LOS ÁNGELES, California.- Aún no se escucha el primer acorde de guitarra distorsionada y el aire ya se ha impregnado de un intenso olor a marihuana y discurso antisistema. Alrededor de 150 jóvenes amantes de la música punk atestan un corralón lleno de carros viejos y una lancha desvencijada en Los Ángeles. Ese patio sin techo deja escapar el rudio que poco a poco va afinando la multitud, que anticipa una noche de decibelios le guste o no a los vecinos.
Jóvenes hispanos mantienen vivo el punk en conciertos clandestinos en Los Ángeles
Un patio al aire libre lleno de autos viejos se convirtió en auditorio para una fiesta punk, con drogas, alcohol y sin permiso de las autoridades en uno de los barrios más peligrosos de Los Ángeles.

La entrada del evento es libre. La cita se convocó en las redes sociales. Los asistentes confían en que la Policía no les moleste, aunque los agentes suelen aparecer para aguarles la fiesta cuando se organiza una tocada clandestina como esta. Están en el peligroso barrio de Watts donde ocho personas han sido asesinadas en los últimos 12 meses, según la estación Southeast de la Policía de Los Ángeles (LAPD), que patrulla la zona.
“Este es el género de los hijos de la pobreza”, explica Rafael Romero, aficionado al punk que conversa mientras fuma marihuana. “En estos conciertos ves bandas con equipo ‘Frankenstein’, de distintas marcas, porque es lo más barato”, continúa Romero.
Recientemente, la escena local de este género musical se ha mantenido a nivel subterráneo, en patios, cocheras y lotes vacíos del sur y este de Los Ángeles gracias a los hijos de los inmigrantes hispanos que han retomado esa antipatía hacia la autoridad, las desigualdades sociales, lo popular y el orden. Ellos siguen mostrando en sus playeras la letra A por ‘Anarquía’, símbolo de este movimiento.
“Mis padres llegaron de Chihuahua y crecí oyendo banda y música norteña, pero me fui por el punk”, cuenta José Bonilla, un chaval con cabellos desaliñados y playera sin mangas. “Esta música pierde sentido al pasar al mainstream: cuando las bandas dan conciertos masivos se vuelven pop”, apunta.
Estos eventos callejeros se encuentran en el otro extremo de las costosas y masivas 'raves' organizadas legalmente que se han cobrado la vida de algunos de sus asistentes durante los últimos años en el sur de California.
Un estilo sin reglas
Esa noche, en el empobrecido Watts, el cartel estuvo formado por los grupos: Psyk Ward, Crusty Drunks, Age of Fear, Mass Terror, Fester Youth, S.C.R.S y The Retaliates.
“Nuestro estilo es desmadroso, sin que te importe lo que digan de tu ropa, de tus pelos, de tu actitud ante el mundo, sin medir los regaños de tus papás”, expone Bob, de 25 años y quien llegó al concierto con un paquete de seis cervezas y unos gramos de marihuana envueltos en una página de periódico.
Bob, hijo de mexicano, viste un par de botas negras peladas de la punta, un pantalón entallado, un cinturón adornado con balas, una playera negra desgastada, una cadena con picos y un peinado estilo 'mohawk' de unas seis pulgadas de altura.
Apenas entró al corralón en Watts se aproximó a un joven que repartía globos con helio, que iba aspirando poco a poco, un método rápido y barato que se usa para alterar los sentidos.
Ese cóctel de cannabis, cerveza y helio ya había empezado a hacer efecto para el momento en que la primera banda tomó el escenario, al fondo del lote, y su vocalista comenzó a gritar a partir de la tercera nota de la guitarra.
El movimiento de cabezas se observó de inmediato y el público dejó suficiente espacio para el 'slam', ese baile que aparenta una batalla campal. Tres jóvenes entraron al ruedo y no tardaron otros en unirse.
“Eso es punk”, explica un chaval de cabello largo que observaba los empujones frente a la banda.
Luego él se unió al 'slam' al ritmo de una batería que golpeteaba sin parar y gritos tan desgarradores que impedían apreciar la letra de la canción. El joven aventaba a unos y otros le pateaban. El dolor es parte de ese ritual. Un chaval que vestía con pantalones por la rodilla caminaba alrededor del círculo formado por los presentes y a cada uno le iba pegando en el pecho. Nadie se enfadó con él.
De la nada, un hombre roció una botella de cerveza hacia todos lados, como si fuese un beisbolista que celebraba un campeonato. Y la banda se prendió sin que nigún policía apareciera por allí.
Lea también:



