Hay un antes y un después de tener un hijo. Y no me refiero sólo a las secuelas físicas que deja el embarazo en el cuerpo de la mujer, benditas secuelas que con trabajo y empeño pueden llegar casi a desaparecer.
Algunas cosas que cambian cuando tienes un bebé

Me refiero a que el mundo tal y como lo entendíamos antes de la llegada de nuestros pequeños cambia, muta, se producen explosiones cósmicas que nos llevan a descubrir paisajes interiores hasta ese momentos desconocidos. Y entonces, esa frase que seguramente tu madre te dijo en algún momento "algún día lo entenderás, cuando tengas tus hijos", toma vida, más fuerte que nunca, más vívida, más verdadera.
Hoy te invito a acariciar tu alma, recordando esas cosas que cambian cuanto tienes un bebé, como la crónica del edén anunciado.

Los cambios interiores de tener un hijo
Cuando tienes un hijo descubres que tienes una fuerza interior que jamás pensaste que tenías, te vuelves un David capaz de vencer a Goliat; redescubres a tu madre y a tu padre, y los valoras y los amas más aún, aunque ya no estén físicamente contigo, porque todas sus palabras, sus esfuerzos, sus acciones cobran vida en una nueva dimensión.
Cualquier dolor que tu bebé sufra lo sientes en carne propia, y en más de una ocasión estarás tentada de transformarte en un Fausto moderno y vender tu alma al diablo para evitarle un gran dolor. Tu hijo se vuelve tu propio espejo y reconoces tu mirada en la suya; ningún sacrificio parece demasiado grande en nombre de ellos, nos volvemos Quijote luchando contra los molinos de viento, porque un "gracias" salido de sus labios, una sonrisa de ellos, son una promesa del paraíso.
Las pequeñas cosas se transforman en una montaña de maravillas y esas cosas que antes tanto te fastidiaban pasan a serte indiferentes; vives cada día como una sorpresa y eso te hace sentir en empatía con el Universo.

Los cambios exteriores de tener un hijo
Los kilos que ganaste durante el embarazo te vuelven inocente de cargo y culpas cuando amamantas a tu pequeño. Las estrías son ríos caprichosos de bendición; después de todo, siempre existen las cremas milagrosas. Te olvidas del despertador, tu pequeño te propone un nuevo ritmo de vida. Descubres cómo un pequeño diente de leche encierra tantos misterios.
No te importa llegar tarde al trabajo, por robarle unos abrazos y unos besos más a tu pequeño, mientras se aferra a tus piernas para que no te vayas. Sonríes porque sí, porque el alma se te agita y necesita manifestarse; lloras porque sí, porque tienes las emociones a flor de piel.
Asi es, algunas cosas cambian cuando los hijos llegan a nuestra vida, indefectiblemente, inevitablemente, pero siempre, siempre, afortunadamente.
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