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El temblor no sabe con quién se metió: México está aquí, fuerte e implacable

El día después del sismo del 19 de septiembre de 2017 fue surreal. El cómodo hogar se convirtió en terror y peligro. Quien era payaso cuenta-chistes en los camiones, se convirtió en héroe rescatista. Una caja de botellas de agua se transformó en una bendición. Un perro se convirtió en el emblema de la esperanza. 

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Acciones tan cotidianas, como lavar los trastes y colgar los calcetines limpios, se convirtieron en algo que hasta se sentía ridículo hacer cuando en ese mismo instante había personas atrapadas bajo los escombros del lugar que contenía sus vidas enteras.

« ¿Qué está pasando? ¿Es real? ¿Qué hago? ¿Por qué no me contesta mi hermana?». El pánico se inyectó en las venas de los mexicanos en Puebla, Morelos y Ciudad de México. Se sumaron al dolor de Chiapas y Oaxaca. Sentimos que el país se nos estaba yendo abajo.

« ¿Cómo demonios fue que volvió a temblar un 19 de septiembre?». La coincidencia del terror. La incredulidad y el miedo nos bloquearon, pero el terremoto sacudió mucho más que sólo la tierra: nos despertó las ganas, el coraje, el ánimo de ayudarnos y el amor hacia nuestro país.

Aunque en el mundo se presume la calidez de los mexicanos, quienes vivimos aquí sabemos que no es la ley que aplica con los políticos corruptos que no sueltan su dinero (nuestro dinero), sin importar qué tan sucio esté; con los funcionarios que aceptan sobornos; y con los asaltantes que esperan afuera de los cajeros para robarse el dinero que de todos modos se iba a ir para pagar deudas.

La solidaridad mexicana nos parecía una ilusión medio utópica, guajira. Se dice que las personas no aprendemos la lección hasta que nos toca padecer, y lamentablemente así pasó. Pero respondimos fuertes, sin dudarlo, desbloqueándonos casi enseguida.

Aprovechamos manos, apps, motos, hashtags y cartulinas: todo lo que estuviera a nuestra alcance se convirtió en la diferencia entre la vida y la muerte.

Organizamos brigadas, abrimos albergues, recolectamos víveres. Compartimos información falsa, aprendimos a identificarla y nos volvimos veraces. Tenemos las rodillas llenas de raspones, pero nos sacudimos y seguimos corriendo. La meta está lejos, pero vamos a perseverar.

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Lo que el gobierno y las instituciones no han podido hacer en ¿días? ¿meses? ¿años?, nosotros lo hicimos en horas. El valor de un país se mide en su gente, en las acciones diarias por y para los demás; no en lo que alguien detrás de un escritorio decide autorizar o no dependiendo de a qué hora sale a comer.

Hagamos que ayudar se convierta en algo ordinario, no extraordinario. No sólo hoy, ni los próximos meses en los que reconstruiremos nuestras ciudades y pueblos. Sino cada día del calendario, mientras trabajamos, estudiamos o hacemos fila para comprar tortillas. Que organizarnos para echarle una mano al prójimo se convierta en nuestra gasolina para sacar adelante al país (además, es más barata que la premium).

¡Vamos, México! ¡Sí se pudo, sí se puede y siempre se podrá!

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