Varias de las películas más aclamadas y notorias del último año ( The Wolf of Wall Street, 12 Years a Slave, Captain Phillips) consisten en adaptaciones de historias reales verdaderamente únicas y dignas de contar, al igual que lo es Philomena, la nueva película del director Stephen Frears ( Dangerous Liaisons, Alta Fidelidad).
Philomena, de Stephen Frears [Crítica]

El interés humano
Philomena está basada en el libro de investigación periodística The Lost Child of Philomena Lee (“El hijo perdido de Philomena Lee”), de Martin Sixsmith, un ex corresponsal de la BBC que, luego de ser despedido por un malentendido, descubre casi por casualidad esta historia y decide investigar y escribir un libro al respecto, urgido además por su falta de trabajo.
Philomena nos presenta primero al periodista Martin Sixsmith, interpretado por Steve Coogan, un hombre que está deprimido luego de haber sido injustamente despedido, que quiere escribir un libro de historia rusa sólo para ocupar su tiempo, a pesar de que sabe que a nadie le interesa este tema.
Lo vemos como un hombre algo sarcástico, cínico (no quiere escribir historias de “interés humano” porque son para ignorantes) y descreído, sobre todo de Dios, lo que será fundamental para el desarrollo de la trama y de la dinámica con Philomena (Judi Dench).

Steve Coogan realiza un gran trabajo para darle a Sixsmith este aspecto que reconocemos entre soberbio y despreocupado, pero ahora levemente disimulado y reprimido, en un hombre acostumbrado a tener prestigio y reconocimiento que se ve despojado de todo eso y debe ocuparse de esas historias “para ignorantes”.
La película desaprovecha un poco al personaje y, una vez que conocemos estos datos genéricos (periodista, casado, ateo, etc), nunca más profundizamos en él. Su presencia a partir de allí es más bien decorativa, para hacer avanzar la historia y que Philomena pueda hablar con alguien, lo que aporta el principal toque humorístico a la película.
Los buenos y los malos
Philomena es una mujer irlandesa que en su adolescencia es enviada a un convento para monjas por haber cometido el error de tener sexo -casual- prematrimonial y quedar embarazada. La estricta y férrea comunidad de monjas en las que vivía la obligó a trabajar duramente y a dar a luz sin ninguna clase de calmante para el dolor, como forma de castigo por su pecado.
Además, una vez que tuvo su hijo, sólo podía verlo una vez por semana. Posteriormente, cuando su pequeño hijo ya tenía 3 años, una pareja de estadounidenses llegó al convento y se lo llevó. Las monjas daban a los niños en adopción a cambio de dinero. Esta dura historia es contada a través de flashbacks y, si bien tiene algunos momentos muy intensos y dramáticos, al alternar con la historia de Philomena en la actualidad, la película nos evita el exceso de melodrama.
Ahora Philomena es una enfermera jubilada, que tiene otra hija a la que le cuenta por primera vez la historia de su hijo perdido 50 años después. Es su hija la que realiza la gestión para que Sixsmith se involucre, cuente la historia y la ayude a encontrarlo.

Pero gracias al guión y a la gran interpretación de Judi Dench, vemos a Philomena como una mujer que no ha hecho de esta tragedia el centro de su vida, que no se ha dejado ganar por la tristeza y la resignación, sino que ha apelado a la fe y a su creencia en Dios para salir adelante y seguir con su vida. Es una mujer envuelta en una circunstancia trágica y dolorosa, pero no desesperanzada.
Uno de los mejores aspectos de la película es que intenta mostrar lo absurdo y peligroso de los dogmas religiosos, la doble moral de la Iglesia Católica, pero al mismo tiempo trata con respeto y entendimiento la fe religiosa, la creencia en Dios.
Para reducir el tono dramático de una historia esencialmente triste, se apela también a un humor sutil, que evita caer -aunque a veces se acerca- en burdos chistes sobre la vejez de la protagonista, pero que destaca algunos rasgos muy adorables de Philomena, como su afición a las novelas románticas, su locuaz conversación con empleados de un hotel, o su habitual consideración de que una persona es “una en un millón”.

En rasgos generales, la historia carece tal vez de un conflicto de mayor interés y resulta en exceso aleccionadora. La Iglesia es capaz de cometer atrocidades en nombre de Dios, eso ya lo sabemos, y la historia del hijo de Philomena también lanza algunos dardos en contra del conservadurismo político -su hijo, que era homosexual, pertenecía al Partido Republicano de EE.UU, por lo que tuvo que mantener en secreto su orientación sexual y terminó muriendo de sida ya que el gobierno para el que trabajaba no apoyaba la lucha en contra de esta enfermedad-.
Estos mensajes suenan tal vez demasiado obvios y simplistas y reducen el interés humano de la historia, ese que el periodista Martin Sixsmith consideraba propio de gente vulnerable e ignorante.









