Crítica: Drinking Buddies de Joe Swanberg

Drinking Buddies es la primera película "importante" del realizador Joe Swanberg. Más que nada por la talla de sus estrellas, un cuarteto compuesto por Olivia Wilde, Jake Johnson, Anna Kendrick y Ron Livingston.

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Swanberg ya lleva doce películas en su haber, todas con una producción y estética similar a Drinking Buddies. Grupo de treintañeros en crisis, que hablan (mucho) entre ellos a partir de una premisa sencilla que los pone en conflicto, con diálogos en su gran mayoría improvisados por los actores.

El dilema eterno

Drinking Buddies parte de una pregunta implícita que ha dado material para muchas historias, y que aún no encuentra respuesta: ¿es posible la amistad entre el hombre y la mujer?

Kate (Wilde) es la encargada de relaciones públicas de una cervecería. Luke (Johnson) también trabaja allí como obrero. Juntos comparten almuerzos y salidas, y muchas cervezas. Su relación, basada en juegos de manos y chistes fáciles, es más parecida a la de un par de hermanos que a la de simple colegas o amigos. Pero con una evidente tensión sexual entre ambos, una barrera que ninguno se atreve a cruzar.

El límite lo imponen sus respectivas parejas, Chris (Livingston) y Jill (Kendrick). No porque sean celosos o malas personas, sino porque Swanberg propone un universo alejado de cualquier convención que impone la comedia romántica.

Kate y Chris están en crisis, no encuentran un punto en común, pero se llevan bien y se gustan. Mientras que Luke y Jill ya están planeando tener hijos, con todas las inseguridades que ese proyecto de vida despierta.

La madurez es otro de los temas generacionales que toca la cinta, los personajes se encuentran en esa etapa de la vida que significa abandonar el confort de la juventud, por la seguridad del largo plazo. Un trago tan amargo (como la cerveza) que el tiempo indefectiblemente se encarga de servir, pero que se aprende a disfrutar.

Imagen Epk.Tv

Guerra fría   

Uno de los aciertos de Drinking Buddies es cómo elige alejarse también de las convenciones de las películas indies. Los personajes no son artistas que viven en el barrio mas hip de New York, sino trabajadores full time con problemas reales y vidas ordinarias.

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Por eso, Kate y Luke eligen ignorar su evidente atracción, alejados de cualquier pose pseudo-progresista. Como posible solución a la guerra fría sexual que están sosteniendo, organizan un viaje de fin de semana a una cabaña con sus parejas, donde todo sale bastante distinto a lo que ellos y los espectadores esperan.

Imagen Epk.Tv

Luego de ese fin de semana, retoman sus rutinas. Pero algo ha cambiado en su interior. Gracias a elegantes giros argumentales, que responden a la pulsiones internas de los personajes más que presiones de la trama, Kate y Luke podrán compartir varios días de corrido ininterrumpidos.

En esa convivencia deberán resolver (inconcientemente) su situación. Kate dará rienda suelta a su histeria y Luke no podrá disimular sus miedos, pero por fin podrán disfrutar de momentos íntimos. Y en Drinking Buddies, intimidad no es sinónimo de sexo.

Independencia y originalidad

Retomando el interrogante sobre la amistad entre el hombre y la mujer, el director desliza una interesante teoría exactamente en el último plano, cuando los protagonistas se reencuentran en la cervecería. Un plano que exige dejarse llevar por la historia, y que completa la experiencia de ver una película que demuestra que se puede ser original al momento de contar las mismas historias de siempre.

Pese a su buen desempeño en festivales independientes, es posible que Drinking Buddies no se estrene comercialmente. Así que no hay que desaprovechar cualquier posibilidad de verla.