Si en los discursos de otras galas que celebran lo mejor del cine y la televsión la palabra empatía era la que se apoderaba de todos los discursos, la de los Oscar pareció ser más bien la apatía.
La apatía de Hollywood en los Oscar: ¿acaso ya se acostumbraron todos a Trump?
¿Por qué nadie más que un actor mexicano habló del muro? ¿Por qué nadie mencionó el veto migratorio más que un iraní?, y ¿por qué nadie habló de los refugiados sirios más que el director de ‘The white helmets’, el documental sobre Siria? A los Oscar les faltó entusiasmo, algo de inspiración y sí, mucho de política.

Gracias a Jimmy Kimmel no pudimos olvidarnos enteramente de la presencia de Donald Trump durante los Oscar. Entre sus chistes: “¿Recuerdan cuando el año pasado se culpó a los Oscar de racismo? O su alusión directa a la pelea que tiene cazada el presidente con la prensa cuando dijo "¿Alguien de la CNN, NYT? Por favor, abandonen la gala ahora mismo. Nada de noticias falsas”, Kimmel logró que la velada mantuviera un tono político, que, sin embargo, y a pesar del tuit que le envió en vivo, no pareció tener un suficiente eco entre los famosos que recibieron el galardón.
Lejos del activismo de Meryl Streep en los Golden Globes, de los atrevimientos de Madonna en la marcha de las mujeres o las inspiradoras declaraciones contra el bullying que hizo el actor, David Harbour, de Stranger Things en los SAG Awards, en la velada de los Oscar hubo al menos una notable falta de entusiasmo.
¿Acaso e mpieza Hollywood (y el mundo) a acostumbrarse a la presencia de Donald Trump? ¿Empieza la oposición a sentir que sus esfuerzos no son suficientes o que no alcanzan? ¿Ha quizás imperado la idea de que mejor cada uno a lo suyo y “dejemos de hablar de Trump y de la política”? En resumen ¿ha dejado de sorprendernos este nuevo gobierno al punto de merecer simplemente… silencio?
Cuando Meryl Streep dijo en los Golden Globes que en esa sala estaban reunidos un grupo de gente poco apetecida por estos días, “Hollywood, extranjeros y la prensa”, Trump apenas se preparaba para su posesión presidencial. Cuando Madonna y Johansson y Portman y Ferrara hablaron en las marchas de las mujeres, Trump llevaba un día como presidente. En los políticos discursos de los SAG, Trump apenas completaba una semana y los debates sobre el veto migratorio a seis países, presentado justo el día anterior a la velada, inflamaban los medios.
Los Oscar, sin embargo, llegaron casi un mes después de que Trump tomara legítima posesión, en un fin de semana poco convulsionado y ausente de nuevos y polémicos anuncios por parte de la Casa Blanca. En un cierto apaciguamiento de la tempestad que han sido estos días recientes, y lejos de los vaticinios que se hacían de cuán protagónico iba a ser el presidente en la velada, no fue difícil notar que, por ejemplo, fue un trabajo casi exclusivo de los inmigrantes seguir señalando su inconformidad con el estado actual de las cosas.
El primer atisbo de una pulsión crítica lo hizo el italiano Alessandro Bertolazzi , quien ganó el Oscar a Mejor maquillaje, y dijo tímido: “Soy un inmigrante. Esto es para los inmigrantes”. El director iraní, Asghar Farhad, no asistió a la gala -en el que quizás fue el acto más visible de boicot- y mandó un manifiesto en el que dijo: “Dividir el mundo entre nosotros y los enemigos crea miedo, los cineastas pueden crear empatía entre nosotros y los otros y empatía es lo que necesitamos ahora más que nunca”.
Luego sobre el escenario se posaron actores como Mahershala Ali, afroamericano y convertido al islam y Viola Davis que se concentraron en dar discursos emotivos y personales pero que decidieron esta vez no abrazar ninguna causa, no levantar ampollas, no molestar a nadie. La crítica diría que su sola presencia, -que dos actores afroamericanos se llevaran algunos de los más apetecidos premios-, era ya una declaración política en sí misma, pero quizás, muchos estaban ansiosos de oír algo que apaciguara la incertidumbre actual o generara hermandad en ella.

Luego, por fin, apareció uno de los poquísimo latinos de la velada, Gael García en el escenario para presentar un premio. La sensación, sin embargo, es que casi tuvo que robarle unos segundos a su compañera presentadora para poder colar un mensaje importante: “ Los actores de carne y hueso somos trabajadores inmigrantes, que viajamos por todo el mundo, que construimos familias, historias y vidas que no se pueden separar. Como mexicano, como latinoamericano y como ser humano, estoy en contra de cualquier muro que nos divida”, dijo tras agradecer el respeto a su atrevimiento
¿Por qué nadie más que el actor mexicano habló del muro?, acaso el muro con México solo afecta a los oriundos de ese país. ¿Por qué nadie mencionó el veto migratorio más que un iraní?, y ¿por qué nadie habló de los refugiados sirios más que el director de ‘The white helmes’, el documental sobre Siria que se llevó un Oscar?
Claro, al incluir esta amplia diversidad de participantes, una que se anuncio es la más alta desde 1929, la Academia parecía mostrar su compromiso por no dejar de lado el desasosiego que trae la política actual: “El arte no tiene fronteras, no tiene un solo idioma, no tiene una sola cara”, dijo su presidente Cheryl Boone Isaacs. Pero Hollywood no respondió a la invitación, como si estuviera cansado, si tuviera miedo o simplemente no le importara.
Quizás, el momento de los manifiestos inspiradores, esos que iban a levantar a la audiencia de emoción, que iba a encender la indignación colectiva, esos que iban a crear una lectura crítica de lo que sucede en el mundo hoy, iban a estar de manos de los ganadores a mejor película ‘Moonlight’. Pero esa fue una oportunidad perdida. En medio del estupor de la equivocación de haberle entregado el galardon ‘La la land’ cualquier cuota de realidad pareció extraviada.
Como lo dice el periodista de GQ, Mateo Sancho: “No es que quisiésemos un espectáculo incendiario. No queríamos que salierais con pancartas o que cambiarais los premios por un telemaratón”, pero sí estábamos esperando sorpresa, inspiración, esperanza, indignación. El silencio de Trump en su Twitter puede no ser más que simple beneplácito.
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