Stacy Studebaker es una profesora de biología jubilada que vive en Kodiak, Alaska. Durante la tarde del pasado sábado se encontraba trabajando en tareas domésticas cuando, de pronto, escuchó un golpe en su ventana. “ Mi primer pensamiento fue que una bomba atómica había caído” dijo.
"Como una bomba atómica": el susto de una mujer cuando un águila se estrelló contra su ventana
Ante el estruendo, un vecino acudió para ayudar a sacar al animal, que medía aproximadamente ocho pies y entró con un pescado congelado.


La mujer vive cerca de un acantilado donde es común ver águilas volando. Precisamente, antes del estruendo, la profesora de biología escuchó cómo un par de águilas se peleaban afuera de su casa. De repente, un fuerte golpe la alertó. Cuando comenzó a buscar qué había pasado descubrió que uno de los ventanales de su hogar estaba roto.
Al revisar su casa, vio que numerosos objetos estaban tirados en el piso y en poco tiempo se dio cuenta de la razón: había un águila revoloteando en una la habitación. Se trataba de un águila de cabeza blanca o calva, símbolo nacional de Estados Unidos y cuya caza está prohibida.
Ante esta situación, la bióloga tomó una manta para intentar atrapar al ave, aunque no tuvo suerte.

El ave, que se encontraba asustada y tenía sangre en el pico, tenía unos ocho pies de envergadura.
Studebaker agarró su iPad y sacó un par de fotos antes de llamar al Servicio de Vida Silvestre. “ Sabía que nadie iba a creer que un águila rompió mi ventana, especialmente la compañía de seguros”, dijo.
Un vecino de la bióloga escuchó el alboroto y se acercó a la casa para saber qué estaba pasando. Al ver el águila en el interior, intentó atraparla nuevamente con la manta, aunque el animal se refugió en el comedor y finalmente se marchó luego que le abrieran la puerta.
¿Por qué chocó?
Una vez que el águila salió por la puerta, Studebaker trató de encontrar la razón por la que el ave se había estrellado contra su ventana. “Cuando fui a la cocina, noté un gran trozo de pescado congelado en el suelo, pero no era mío”, explicó.
Era un pedazo de cerca de 4 libras (1.8 kg) dijo. Durante esta época del año una gran cantidad de personas limpian sus congeladores de pescado y arrojan al acantilado los pescados con más tiempo congelados para alimentar a las águilas.
Cuando la mujer aún trataba de averiguar qué había ocurrido, alguien tocó a la puerta: se trataba de un vecino que traía un inmenso ramo de flores. El hombre, que parecía avergonzado, le confesó que había sido su culpa y prometió a Studebaker no volver a arrojar pescado al acantilado.
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