Por Judith Stark
Consumidos por el consumo y destruyendo el planeta mientras tanto
¿Por qué si más cosas no significan más felicidad seguimos queriéndolo todo sin parar?


Consumo. En el siglo XIX esta palabra describía una enfermedad frecuentemente mortal y hoy es el vocablo que se usa para referirse a un modo de vida enfocado en bienes materiales. ¿Curioso no? ¿Podríamos considerar que aún sigue siendo letal?
El consumo -como realidad y metáfora- opera en muchos niveles, el personal, el comunal y el económico. Pero sobre todo, el consumo desmedido es causa de profundas consecuencias para el planeta y sus recursos naturales.
Veamos qué significan estos patrones de consumo para nosotros, nuestras comunidades y el planeta Tierra. Es verdad que todos queremos cosas pero, en nuestra cultura acelerada y sobredesarrollada, raras veces nos retamos a nosotros mismos de plantearnos la pregunta más importante: ¿cuánto es suficiente?
Por supuesto, hay que establecer importantes distinciones entre las necesidades fundamentales - agua, alimento, vestimenta, vivienda junto con la seguridad financiera para conseguirlas - y las cosas que no son esenciales para nuestra supervivencia. Esas cosas no indispensables pueden incluir la posesión de vehículos de pasajeros de gran capacidad, salir de vacaciones de lujo o cenar en restaurantes de cuatro estrellas. Por mucho que mucha gente desea todas estas cosas: ¿cuánto es suficiente? ¿Por qué las queremos? ¿De verdad fomentan la felicidad humana?
Existe múltiple evidencia que asegura que ingreso más de $75,000 al año no está necesariamente relacionado con niveles de felicidad notablemente más altos en las personas que tienen esos sueldos y pueden comprar más cosas. Hay también evidencia de que la realización y felicidad del ser humano están menos relacionadas con la lista de compras.
Los ultra ricos dicen tener altos niveles de felicidad cuando regalan algo de su dinero a otros, confirma el profesor de la Escuela de Negocios de Harvard Michael Norton en su libro ¿Mientras más dinero, mejor?.
Si tener una gran cantidad de dinero junto con la posibilidad de comprar cosas no es un componente principal de la felicidad, ¿por qué entonces estamos tan empecinados en consumir? ¿Caímos ante la presión de la publicidad que nos crea “necesidades” y manipula nuestros deseos? Es hora de reaccionar y despertar.
La Teoría del Cambio de Copenhague
A nivel mundial, los investigadores de la Huella de Carbono saben que ya hemos traspasado la capacidad de carga de los recursos de la Tierra dada la población humana actual y su crecimiento previsto que se espera durante este siglo.
El Informe Mundial de la Felicidad del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia muestra que aunque los países más felices son los de mayor riqueza, otros factores que contribuyen a la felicidad del ser humano son más importantes que la riqueza, incluyendo un fuerte apoyo social, ausencia de corrupción, libertad personal, buena vida familiar y vinculación con la comunidad.
Si el consumo agresivo no hace feliz a la gente, ¿cómo podemos empezar a cambiar nuestra mentalidad y, más importante aún, modificar nuestro comportamiento en el mercado para estar en armonía con la búsqueda de la auténtica felicidad?
Resulta que reducir las tasas de consumo no solo es mejor para el planeta, sino también beneficia nuestro bienestar.
Un libro publicado en 2015 podría ayudarnos a reflexionar sobre esto, analizando maneras para reducir externalidades como las emisiones, a las cuales todos contribuimos, pero sentimos poca obligación de reparar. En su libro Crisis Climática: Las Consecuencias Económicas de un Planeta Más Caliente, los autores Gernot Wagner y Martin Weitzman desafían la visión económica conductual de que los pequeños cambios personales son insignificante e irrelevantes para el cambio social. Argumentan que las iniciativas de pocas personas con un fuerte compromiso moral pueden lograr cambios sociales.
Ellos llamaron su descubrimiento la “Teoría del Cambio de Copenhague”: cómo pequeñas decisiones individuales pueden llevar a la mitad de la población de una ciudad de 1.2 millones habitantes a usar bicicletas para trasladarse (sí, hasta en invierno en el paralelo 55).
Por otra parte, la ciudad de Copenhague está en camino de lograr la neutralidad de carbono para el año 2025. Sin duda alguna, la reducción en el uso de automóviles particulares es una parte importante de este esfuerzo de Copenhague de convertirse en neutral en carbono.
Capital y medioambiente
Para los que vivimos en el mundo sobredesarrollado, la reducción de las tazas de consumo puede tener efectos muy positivos en la felicidad individual, puede dar lugar a comunidades más comprometidas que trabajan para cambios sociales y económicos, y puede reducir el uso de los recursos naturales por parte del ser humano.
En este esfuerzo, los principios de la justicia distributiva entran en juego y deberían llevar a intensos debates públicos sobre formas más equitativas de distribuir los bienes y servicios a nivel regional, nacional y mundial. Si estos profundos cambios sociales y económicos técnicamente son posibles, necesitamos la honestidad intelectual, el discernimiento moral y la valentía de considerarlos como los asuntos más serios y complejos de nuestros tiempos.
*Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Conversation. Su autora es Judith Stark, profesora de Filosofía, Universidad de Seton Hall.











































