Una de las mayores sorpresas que ha producido la guerra de exterminio de Vladimir Putin en Ucrania ha sido la unión de las principales democracias del mundo para rechazarla. Y el liderazgo de Estados Unidos para propiciar y mantener la unión durante dos largos meses.
Ucrania se inmola por nuestra libertad
"Como bien declaran a menudo el presidente Volodymir Zelensky y otros líderes de Ucrania, los ucranianos están haciendo el máximo sacrificio por defender los valores occidentales, la civilización. Ojalá que su sacrificio sirva para replantearnos las relaciones con los déspotas que oprimen a sus pueblos y que exportan a otros sus métodos depredadores".


Es difícil prever si esa unión y ese rechazo mancomunados se mantendrán. Pero no cabe duda de que, por ahora, marcan un cambio significativo en la tendencia occidental de apaciguar a los dictadores mediante el comercio y la infusión de cantidades industriales de dinero. El tiempo dirá si este cambio se consolidará y hará a Occidente más solidario con los pueblos oprimidos y menos con sus opresores.
Desde que Polonia se liberó del comunismo, cayó el Muro de Berlín y decenas de países optaron por la democracia, en Occidente ha prevalecido la idea de que bastaba con llevar alguna forma de capitalismo a las antiguas dictaduras para que se democratizaran y abandonaran sus afanes belicosos y de conquista. Era una idea tan noble como ingenua. La brutal guerra de Putin en Ucrania desnuda su peligrosa candidez.
Prácticamente todas las dictaduras, con la posible excepción del régimen medieval de Corea del Norte, han jugado durante décadas a la “globalización” económica y comercial para consolidarse. Desde la china y la rusa hasta la cubana y la venezolana, pasando por la vietnamita, la saudí y la jordana. Pero la verdad es que, por regla general, el dinero no apacigua a las dictaduras ni a sus cabecillas. Tampoco los hace más democráticos. Solo más fuertes. Les permite erigir regímenes basados en el capitalismo de estado como en el que en su día ensayara en Italia Benito Mussolini. Son puro fascismo, con ideología difusa, grandes ambiciones de poder o territoriales y una hermética prohibición interna de la competencia de ideas y la disidencia.
Eso es exactamente lo que Putin, sus antiguos camaradas de la KGB soviética y los oligarcas han hecho de Rusia. Al invertir la buena voluntad y las generosas ayudas occidentales en establecer férreas tiranías, Putin, sus secuaces y gente de su calaña en otros países esclavizados no nos plantean un “choque entre civilizaciones”, como pensaba el politólogo Samuel Huntington, sino una lucha sin tregua entre barbarie y civilización, como ha sugerido su colega y compatriota, Francis Fukuyama.
En esta confrontación Occidente, guiado por Estados Unidos, defiende los valores que en el mundo han hecho posible la transparencia en la gestión económica, la lucha contra la corrupción, la democracia política, la enseñanza laica, la igualdad de derechos entre las mujeres, los hombres y los distintos grupos étnicos, la libertad de pensamiento e información, el pluralismo ideológico y la tolerancia. En la guerra que desató Putin, los ucranianos defienden con sus vidas los valores occidentales, nuestros valores, que son precisamente los de la civilización. La única civilización que existe o se merece ese nombre.
El realismo político nos obliga a admitir que las naciones civilizadas no tienen otro remedio que convivir con dictaduras. Pero esa convivencia no debería convertirse en una excusa para la contemporización o la complicidad. Lamentablemente, cuando Occidente – sus gobernantes, sus empresarios, sus intelectuales, sus consumidores – se plantea el comercio con las dictaduras como un fin en sí mismo, su trato hacia ellas degenera en contubernio. Es lo que le ha sucedido a la relación de Europa y Estados Unidos con China y Rusia. Esto ensoberbeció al nuevo zar del Kremlin, lo llenó de hubris y le hizo creerse impune e invencible. La sangrienta guerra de Ucrania es, en parte, el producto de ese trágico error de cálculo occidental.
La alternativa para Occidente no es desentenderse del todo de las relaciones comerciales con las dictaduras. Después de todo, las padecen en la actualidad 52 países, según el índice del World Population Review.
Entre ellas hay dictaduras militares, monárquicas, unipersonales, partidistas e híbridas. Más de la mitad de los habitantes del planeta, 4,200 millones, viven sometidos a ellas. Y muchos se ven obligados a huir de su tierra natal para vivir con dignidad.
La alternativa deseable para los occidentales es no cejar en el empeño de promover en el mundo los valores que han conquistado las democracias. Esto implica el reconocimiento de los sectores democráticos que surgen en el seno de las dictaduras; la denuncia en los foros internacionales de los atropellos que cometen o alientan los dictadores; y el uso del comercio y la economía como instrumentos de presión o incentivo para que promover la libertad en el mundo.
Como bien declaran a menudo el presidente Volodymir Zelensky y otros líderes de Ucrania, los ucranianos están haciendo el máximo sacrificio por defender los valores occidentales, la civilización. Ojalá que su sacrificio sirva para replantearnos las relaciones con los déspotas que oprimen a sus pueblos y que exportan a otros sus métodos depredadores.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







