Robots entre nosotros

Hay dos visiones. Una optimista: los robots nos facilitarán la vida y sustituirán al humano en todo tipo de tareas peligrosas o tediosas. Otra pesimista: las máquinas nos convertirán en esclavos. Ambas posturas han sido expuestas en millones de obras de la literatura y el cine.

Los robots se agrupan en tres grandes categorías: los domésticos, los industriales y los humanoides.
Los robots se agrupan en tres grandes categorías: los domésticos, los industriales y los humanoides.
Imagen Fernando Nunez-Noda/Internet

“Bienvenido hijo mío/ Bienvenido a la Máquina” Pink Floyd

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La actitud de la gente hacia la tecnología es paradójica, e injusta. Si no se piensa en ella, parece un regalo del cielo, un componente indispensable de la calidad de vida (la luz eléctrica, automóviles, los dispositivos conectados). Pero al darle un matiz moral la demonizamos. Le atribuimos una especie de vida paralela, generalmente encarnada en una máquina malévola que sonríe en la oscuridad.

Stanley Kubrick entendió muy bien este mito en un film legendario, 2001: una odisea espacial (1968) y dotó a HAL-9000, la computadora reflexiva y asesina, de un salón donde los pensamientos eran luces rojas que se encendía y apagaban. Cuando se le asocia una voluntad propia, la ciencia termina siendo un villano (el monstruo de Frankenstein o los replicantes de Blade Runner).

En el fondo esta tendencia revela que la tecnología es expresión directa de la voluntad humana. Es una extensión de nuestras propias capacidades físicas y mentales que evolucionan fuera del cuerpo. El reino animal nos lo muestra. El murciélago tiene un radar en su minúsculo cerebro, el ser humano lo construye y lanza satélites que hacen rebotar las ondas por todo el planeta. Al murciélago le toma millones de años, los humanos no tienen más remedio (guerras mundiales, ambición económica) que construirlo en apenas un siglo.

De acuerdo con esta lógica, un cerebro del tamaño de un balón de basquetbol podría esperarse dentro de cientos de años, pero actualmente no hay tiempo que perder y por eso hemos llegado a internet y sus 52.954 Gigabytes de tráfico por segundo, en todo el mundo, todo el tiempo.

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La Fascinación Robótica

Hubo intentos en la antigüedad y eras más recientes. Los griegos antiguos ya habían soñado con autómatas, Leonardo Da Vinci diseñó uno en 1495 aunque, desafortunadamente, no pudo construirlo.

El primer antecedente de una computadora moderna fue la máquina analítica del británico Charles Babbage, a mediados del siglo XIX. Una mujer, Augusta Ada Byron hija del poeta Lord Byron, desarrolló el “software”. Ambos son pioneros en la moderna concepción de una máquina de cálculo automática.

Por esa época se inventó el telégrafo, la versión más minimalista de internet. Al principio con alambres y luego también por el aire. En 1889 el estadounidense Herman Hollerith construyó la primera computadora electromecánica: un sistema de tabulación con tarjetas perforadas que tuvo vigencia hasta mediados del siglo XX. La empresa de Hollerith, luego de fusionarse con otras, llegó a ser IBM.

En el siglo XX se cristalizó todo. El checoslovaco Karel Čapek usó por primera vez el término “robot” en una obra teatral. Se construyó ENIAC, la primera computadora electrónica, para el Ejército de EEUU. Más tarde Claude Shannon, un ingeniero de IT&T, desarrolló el “bit” como unidad de información digital compuesta exclusivamente de ceros y unos en incontables combinaciones.

El evento pivotal vino con Allan Turing, cuya experiencia fue llevada a la pantalla en el film The Imitation Game (2014) con Benedict Cumberbatch. En la tercera década del siglo XX Turing desarrolló las ciencias de la computación con metodologías y fórmulas para computar los números, de forma que produjesen resultados bajo hardware y software.

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Turing llegó a preguntarse si los cerebros electrónicos podrían, algún día, ser inteligentes. Formuló su célebre "prueba de Turing", consistente en un "juego de imitación" por el cual la máquina "engaña" al participante y le hace pensar que sus respuestas las elabora un humano. Éste hacía preguntas directas y unívocas a dos dispositivos, uno automático y otro manejado por humanos. Quien participa de la prueba no sabe cuál es cuál.

Se prueba así hasta qué punto la máquina es capaz de responder sin que sea posible deducir si es una máquina o un humano.

Otro personaje interesante fue el matemático Norbert Wiener, quien publicó en 1948 el libro Cibernética en el que describe con las mismas ecuaciones a los seres vivos, a las máquinas y –en general- a los sistemas autorregulables.

Para la cibernética los procesos son informacionales. Wiener le dio primacía al concepto de “retroalimentación” ( feedback), que describe un ciclo de información. Una computadora no está viva, ni es inteligente, pero es un dispositivo autorregulable que recibe información del ambiente y modifica su conducta en consecuencia.

Los robots, pues, imitan la vida humana: son autorregulables, reciben, procesan y generan información, tienen ciclos de vida y, con la debida programación, alcanzan importantes niveles de inteligencia artificial y autonomía.

No todos los robots son creados iguales

Los robots se agrupan en tres grandes categorías: los domésticos, los industriales y los humanoides. Uno siempre habla de robots como seres antropomórficos, tipo el monstruo de Frankenstein, o más cibernéticos como el Bicentennial Man, del film que protagonizó Robin Williams en 1999.

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Pero los hay de muchos tipos. Alexa de Amazon o Google Home son asistentes automatizados, si se quiere buenos conversadores, pero no se desplazan o atenazan objetos. En Home Depot, por ejemplo, hay termostatos WiFi manejados desde apps en iOx y en Android. Los dispositivos están conectado 24x7 a la red y tienen direcciones propias, de forma que en segundos reciben y procesan nuestras instrucciones: subir o bajar temperatura, apagarse, etc. Igual con luces, puertas de garaje, lavaplatos, etc.

Son robot y minirobots domésticos, en nuestros propios hogares, con nuestros objetos cotidianos. Según Statista 23% de los hogares en EEUU. estarán bajo el segmento de “control y conectividad”, léase: robótica en la casa. Para 2022 se estima una penetración de 44%.


Incluso la humilde tostadora tendrá mañana o ya tiene un microchip y una conexión al wifi local o a un 4G o 5G. Igual la nevera o el aparato que sustituirá al televisor actual. Hay sistemas que permiten ver las cámaras en remoto, encender o apagar luces o artefactos, chequear qué hay en la nevera, advertir un desperfecto... para participar en su propia autorregulación.

Mi último noticiero
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“Al decir esta noche mis últimas palabras en el noticiero, me quedé pensando en todo lo que me queda por delante. Después de todo, los periodistas nunca se retiran. Estamos condenados toda la vida a perseguir noticias, a perseguir lo nuevo”. <br/>

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<b>“</b>En la cabeza de Trump todo conspira para demostrar su poder. Ganó la elección y el voto popular, se desvanecen los juicios en su contra, y legalmente se siente protegido para hacer lo que se le pegue la gana. Se siente en el tope. Es en este contexto que Trump amenazó con la imposición de aranceles contra México, Canadá y China”.

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Por la familia, todo: Ruben Gallego sobre su candidatura para ser el primer senador latino de Arizona
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El “M2M” (Machine To Machine) permite que las lavadoras o aspiradoras llamen a sus servicios técnicos ante un mal funcionamiento y –en algunos casos- se reparen desde lejos o con personal que va al lugar con la información precisa de qué hacer (y los repuestos).

Vienen a la mente casas inteligentes en el cine y la TV: la de los Supersónicos ( The Jetsons) o la de Her cuyo sistema operativo parlante (voz de Scarlett Johansson) deja a Alexa como una aprendiz. Me gusta también la intuición del futuro domótico en Minority Report (2001), de Steven Spielberg, con sus interfaces computacionales prácticamente en cualquier superficie.

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Hasta Disney, tan alejado de la polémica tanto como pueda, muestra en Smart House de 1999 una casa con personalidad maternal que pronto comienza a tomar las cosas en sus propias manos y el resultado es un caos.

Es decir, siempre subyace el espíritu de Frankenstein o del Hermano Mayor de George Orwell: las preocupaciones como la invasión de la privacidad, el control gubernamental y la dependencia excesiva en lo automatizado. Y peor aún: hacking. Si alguien penetra en el sistema de control de una casa inteligente puede abrir puertas, inhabilitar alarmas y ni qué decir de un bromista que provoque desventuras a los pobres residentes.

Por los momentos lo peor que puede hacer mi tostadora es quemarme el pan (y no voluntariamente).

En el mundo industrial o científico, los robots “articulados” son aquellos que imitan extremidades y coyunturas humanas, pero no pueden desplazarse por sí solos. Casi siempre están fijos, para ensamblar automóviles o apoyar la exploración submarina; o bien sobre ruedas para explorar un planeta como Marte. Son poco habladores.

Los 'cartesianos' tienen extremidades con pinceles, cortadoras u otros adminículos que van en sentido de los ejes X, Y y Z. es decir, hacia arriba-abajo, derecha-izquierda o frente-atrás. Pueden combinarse con los anteriores e imitan los brazos y manos para diversas tareas de precisión. Por ejemplo, con cortadores y hojillas sirven para modelar objetos 3D.

Hay muchas otras variedades: SCARA, teleoperados (como los drones) o de 'augmenting' (manejados por los humanos como extensiones de brazos o manos, por ejemplo, para desactivar explosivos a distancia.)

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En un artículo pasado comenté: “En EEUU. para 2030 cerca de la mitad de los trabajos [de manufactura y servicios] podría estar en las metálicas manos de autómatas y computadoras. Los expertos advierten que la sociedad tiene que tomar medidas urgentes y contundentes en áreas como la educación (código en las escuelas, por ejemplo); seguridad social, creación de empleos no amenazados por la automatización y aspectos éticos como, aunque no lo crea, las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov.”

Los Robots en la Literatura y el Cine

Atención: Puede haber spoilers.

Pero los robots interesantes son los que se parecen a nosotros y, paradójicamente, nos tienen el potencial de hacernos añicos (así somos). Tomemos Terminator con Arnold Schwarzenegger por ejemplo. Son androides, es decir, robots humanizados que caminan, sujetan objetos, ven, escuchan y hablan, también son capaces de sensaciones táctiles.

Vale decir que ya hay androides entre nosotros, como ASIMO (suena como un tal Isaac), fabricado por Honda y capaz de un rango bastante amplio de movimientos. Camina como ningún robot hasta ahora, sube y baja escaleras, sortea obstáculos, reconoce objetos e incluso rostros. Responde a sonidos y cambios diversos en sus alrededores.

En cambio el de Robocop (1987) es un cyborg, al igual que Darth Vader de la famosa Guerra de las Galaxias. Son humanos a quienes se les han incorporado elementos robóticos para completarlos o mejorarlos. El primero está del lado de la ley pero no deja de tener profundos conflictos por su condición mixta. El segundo es un villano que aprovecha al máximo sus atributos robóticos para aplastar a sus enemigos.

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Tan temprano como 1941, el autor estadounidense Isaac Asimov usó por primera vez el término “robótica” y predijo el advenimiento de la industria de los autómatas. En su libro de cuentos I, Robot (del cual se hizo una película en 2004 con Will Smith) Asimov expuso las famosas “3 Leyes de la Robótica”:

Primera Ley: “Un robot no hará daño a un ser humano, ni permitirá con su inacción que sufra daño.” Segunda Ley: “Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.” Tercera Ley: “Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.”

Luego le agregó una Ley Cero: “Un robot no hará daño a la Humanidad o, por inacción, permitir que la Humanidad sufra daño.”


El argumento de “I, Robot” sigue una línea común en las historias de entidades cibernéticas autoconscientes: llegan a equiparse con los humanos, sus creadores, y por supuesto en algún momento quieren independizarse y ser realmente autónomos socialmente. Un equivalente, quizá, a la emancipación de los esclavos.

Antes hablé de 2001 Odisea Espacial. Es bueno notar que HAL-9000, la computadora inteligente de la nave, tiene un conflicto ético cuando se le obliga a mentir y, eventualmente, a asesinar para poder cumplir una misión que los astronautas no conocían.

Más ligeros, aunque no ajenos a conflictos morales y de conciencia, son los autómatas de Star Wars. C3PO es un androide pero R2D2 o BB8 son “droides”, es decir, capaces de inteligencia humana pero sin aspecto humano.

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Blade Runner (1983) es una obra maestra del director Ridley Scott (basada en un cuento de otro genio de la sci-fi, Phillip K. Dick) plena de dramatismo del lado de los humanoides. Fabricados a imagen y semejanza de sus creadores, capaces de razonamientos profundos y emociones, los androides de esta película son –en muchos sentidos- más humanos que los humanos mismos. El problema es que tienen un tiempo de vida prefijado y corto. En un mundo sucio, superpoblado y deprimente, el detective se da cuenta que sus perseguidos robóticos aprecian mucho más la vida que él mismo y tienen un sentido poético de la existencia que se ha perdido en ese mundo distópico.

The Matrix (1999) ofrece un tipo muy diferente de robots. Digamos: seres hechos de realidad virtual, en un mundo simulado que esconde una absoluta tiranía de las máquinas, de las computadoras que usan a los humanos como baterías vivientes y a cambio le dan la apariencia de realidad cotidiana.

En esa película el robot es también un universo ilusorio que unos pocos rebeldes tratan de desmantelar para vivir algo más real y propio. Un eco -quizá- de la ilusión del mundo que denunció Buda y a la cual hay que renunciar con una nueva conciencia con la realidad.

¡Mi tostadora me quiere matar!

Decíamos, pues, que Turing se preguntó si los cerebros electrónicos llegarían a ser inteligentes. La inteligencia humana deduce, induce, infiere, imagina, adivina, especula. En 1997 Deep Blue, un sistema computacional de IBM, "derrotó" a Gary Kasparov -campeón de entonces y acaso el mejor jugador de todos los tiempos- en un match de ajedrez de varias partidas. Deep Blue produce millardos de configuraciones complejas a partir de reglas simples que se agregan y concatenan, de modo que parecen realizadas, no sólo por un humano, sino por uno superdotado. Eso sí, sólo en ajedrez.

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Lo más pertinente sería pensar que Deep Blue sí demuestra inteligencia, pero no enteramente suya, sino “prestada” de sus creadores y programadores. En otras palabras, quienes ganaron fueron los creadores de los algoritmos, las reglas que sigue el sistema en todos los casos posibles. En sucesivos intentos, Kasparov no pudo derrota a su némesis electrónica.

Deep Blue no es solo una prolongación de las capacidades ajedrecísticas de sus programadores, sino una superación de sus limitaciones, dado que puede procesar información como no pueden sus hacedores individual o colectivamente. Además, Deep Blue es capaz de responder a muy complejas estrategias de engaño y sutileza. Puede simular, cambiar de plan sobre la marcha. Un genio, pues.


Kasparov protagonizó otros dos matches, en 2003, contra programas computacionales distintos a DeepBlue. Ambos resultaron tablas. En 2006 el campeón mundial de entonces, Vladimir Kramnik, jugó contra un”nieto” de DeepBlue llamado Deep Fritz. La computadora le ganó 4 juegos a 2. Wikipedia da cuenta que, según conocedores, en la última partida sencillamente lo aplastó.

Parece que la distancia crecerá a favor de la computadora como ya ha ocurrido en tantas áreas. El campeón mundial actual, el hindú Viswanathan Anand, tiene un puntaje ELO en la Federación Mundial de Ajedrez de 2.817. Un “motor ajedrecístico” de 2010, llamado Rybka, tiene un ELO estimado de 3.200 puntos. Y actualmente, por cierto, hay programas que corren en móviles a nivel de Gran Maestro.

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En 2011 IBM probó Watson, una súper computadora de notoria cultura general y especializada, capaz ya no de responder a un limitado conjunto de mensajes prefijados, sino al lenguaje natural. Ese año participó en igualdad de condiciones en el programa de TV Jeopardy y lo ganó resonantemente. Como sabemos, en ese show las preguntas son ambiguas, muy variopintas, con juegos de palabras que hacen que sus ganadores sean personas muy preparadas y especiales. ¿Qué nos dice esto de los cerebros electrónicos?

El traslado de inteligencia fuera de la mente, a cerebros mecánicos que imitan algunos aspectos no tan rudimentarios del pensamiento, es lo que llamamos "inteligencia artificial". Estamos, eso sí, a enorme distancia de un pensamiento artificial autónomo, inductivo o emotivo, pero hay razones para celebrar los triunfos sobre campeones de ajedrez o concursantes nerds. Eso revela el poder de la inteligencia combinada y condesada fuera del cerebro para que "piense" por sí misma.

Epílogo

Por tanto, hay dos visiones. Una optimista: los robots nos facilitarán la vida, sustituirán al humano en todo tipo de tareas peligrosas o tediosas, nos ayudarán a ganar guerras contra terroristas, a conquistar planetas fuera del nuestro y una largo etcétera.

Los profetas del desastre resaltan los dilemas éticos, el enorme desempleo que provocarán, la tiranía de las tostadoras inteligentes para que no comamos panes genéticamente modificados y un eventual enfrentamiento cuando –cual replicantes de Blade Runner- reclamen independencia y posiblemente supremacía.

Y un científico loco diría, alumbrado desde abajo con una linterna: “¡Las máquinas malévolas nos alcanzan ja ja ja ja!”. Ahora son móviles…