De acuerdo con varias versiones recientes, aunque quizás superficiales, después de las elecciones en Estados Unidos de principios de noviembre, se ha producido un incremento significativo en el número de migrantes centroamericanos, en particular, del llamado triángulo del norte (Guatemala, Honduras y El Salvador), que han emprendido el peligroso y caro camino hacia ese país.
México puede usar la migración centroamericana como ficha de negociación con Trump
No tiene sentido que México le siga haciendo el trabajo sucio a Estados Unidos en esta materia con el magnate como su presidente.


De acuerdo con estas versiones, se trata no solo ya de menores de edad no acompañados, sino de familias enteras o en todo caso de mujeres que acompañan a estos menores. Se supone que se ha aumentado el número de personas que entran a México y sobre todo el número de personas que llegan a nuestra frontera norte con Estados Unidos y que entran a ese país, donde son rápidamente llevados a centros de detención para iniciar los trámites necesarios para su probable deportación.
De ser el caso, se trataría de un fenómeno bastante lógico. Trump ha dicho que va a construir su muro, y más allá de si lo paga Mécxico o no, y de si es cierta la amenaza o no, sería sensato que personas que tienen la intención algún día de irse a Estados Unidos, desde el Salvador, Honduras o Guatemala, decidieran emprender el viaje desde ahora, justamente antes de que se erija dicho muro.
En vista de que la violencia en esos países sigue, de que los magros fondos que el gobierno de Obama aprobó por la vía de la llamada “alianza para la prosperidad” para reducir dicha violencia en esos países vayan a verse reducidos o eliminados, tendría mucho sentido que las personas aterradas por la situación en sus países, decidieran irse. Si además tienen familiares en Estados Unidos o si piensan que el trato que reciban ahora, todavía con Obama, antes del 20 de enero, es mejor, se trataría de un comportamiento perfectamente racional.
Algunos recordarán que cuando se produjo la primera ola de menores de edad no acompañados, buscando llegar a Estados Unidos en julio del 2014, el gobierno de México decidió aceptar la solicitud de la Casa Blanca de cooperar para detener el flujo.
La lógica de hacerlo era razonable. Se trataba de evitar que se desatara una histeria antiinmigrantes en Estados Unidos, justo cuando parecía posible, ya sea que la Cámara de Representantes aprobara la reforma migratoria ya ratificada por el Senado de Estados Unidos, o bien que prosperara el esfuerzo de Obama de actuar por la vía del decreto ejecutivo para legalizar a millones de indocumentados a través del programa DAPA. Dicho eso, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, con el paso del tiempo desistió de adoptar cualquiera de las dos actitudes más factibles o más viables para cualquier país atrapado en esta situación, como es el caso de México.
Hubiera podido decidir que para México la mayoría de las personas, sean menores de edad o no, acompañados o no, que proceden del triángulo del norte, son personas que huyen ante un temor bien fundado de persecución, por sus vidas, sus bienes, sus comunidades, etc. En una palabra, que sí se trata de refugiados y que deben ser tratados como tales. Que no deben ser deportados, que deben ser protegidos en campamentos de refugiados bajo la supervisión del Alto Comisionado para Naciones Unidas de Refugiados, ACNUR, y en todo caso que al termino de 30 días o más, como se hace con los cubanos, deben abandonar el país hacia donde ellos quieran: Estados Unidos o su país de origen.
La otra posibilidad era adoptar la actitud de Turquía. Cuando la canciller Ángela Merkel le pidió al presidente Erdogan hace poco más de un año que detuviera el flujo de refugiados sirios y afganos hacia la Unión Europea en sus fronteras o dentro de Turquía, el cínico de Erdogan respondió afirmativamente pero con varias condiciones.
Pidió que se reanudaran las pláticas entre Turquía y la UE para el acceso de Turquía a la misma. Además pidió que se eliminara el requisito de visas para nacionales turcos que viajaran a Europa, 6,000 millones de euros al año para atender a los refugiados que permanecieran en territorio turco, y una especie de programa de uno por uno con la UE; por cada refugiado que Turquía aceptara de Siria o Afganistán, la UE aceptaba un inmigrante turco.
No ha prosperado del todo el acuerdo entre Turquía y la UE, pero México finalmente decidió hacerle el trabajo sucio a Estados Unidos, sin principios –la opción de los refugiados– ni cinismo ni beneficios –la opción turca– pero hoy las circunstancias han cambiado. Obama fue un buen amigo de México pero no hizo tanto como pudo haber hecho, se tardó demasiado en tratar de lograr una Reforma Migratoria, y en muchos otros aspectos –quizás incluyendo el de la guerra contra las drogas– adoptó sin mayores miramientos la política de su antecesor.
Pero Trump no es ningún amigo de México. No tiene el menor sentido que México le siga haciendo el trabajo sucio a Estados Unidos con Trump como su presidente, si éste quiere construir muros, deportar a mexicanos o revisar el Tratado de Libre Comercio. Por eso tendría tanto sentido que este tema, es decir, el detener a los centroamericanos en la frontera sur, o dejarlos pasar libremente hacia la frontera norte, sea una de las fichas de negociación que México puede usar ahora con Trump. No hacerlo es pecar de cobardía, de ignorancia o de desidia. Por desgracia estos tres atributos no parecen escasear en el gobierno actual.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







