En una campaña profundamente inmoral y peligrosa, el presidente Trump y sus asesores presionan a los funcionarios federales de salud pública para que mientan y exageren la efectividad de la lucha contra la pandemia de coronavirus. El objetivo inmediato es confundir y engañar a la mayor cantidad posible de estadounidenses para que no juzguen a Trump de forma negativa por su manejo de la pandemia a la hora de votar en las elecciones generales del tres de noviembre.
Mentiras que matan: la campaña de desinformación sobre el coronavirus
"Trump y sus facilitadores realizan estas manipulaciones irresponsables porque les interesa más retener el poder político que la salud y la vida de millones de estadounidenses".


Pero la consecuencia más grave será sembrar la desconfianza en el sistema nacional de sanidad y los funcionarios que tienen sobre sus hombros la gigantesca tarea de decidir cuándo estará lista una vacuna efectiva y segura para la enfermedad y cómo ésta habrá de distribuirse en el país.
Estos son algunos ejemplos alarmantes de la obscena manipulación de los funcionarios de salud que han hecho Trump y sus secuaces. El domingo antes pasado, el presidente convocó una conferencia de prensa no programada para anunciar “un enorme progreso terapéutico contra el virus de China”, según sus jactanciosas palabras. Se refería a que “35 de cada 100 personas” que contraen coronavirus se recuperan con un tratamiento de plasma, la sangre de pacientes que han sobrevivido a la enfermedad.
Al día siguiente, su comisionado de la Administración Federal de Alimentos y Medicinas, el doctor Stephen Hahn, “confirmó” la versión. Pero era mentira. Una lluvia de denuncias médicas cayó de inmediato sobre Trump y especialmente sobre Hahn. Funcionarios de la FDA, investigadores médicos, profesores de medicina y otros especialistas se rebelaron contra la manipulación de la verdad, la cual es que el uso de plasma es apenas una ayuda menor que aún se halla en fase de estudios. Horas después Hahn se disculpó por haber “exagerado” la efectividad del tratamiento.
Previamente, bajo las presiones políticas de Trump y sus cómplices, la FDA había autorizado el tratamiento del covid-19 con hidroxicloroquina a pesar de que los investigadores médicos no solo no han demostrado nunca su efectividad, sino que han advertido que puede provocar efectos mortales en algunos pacientes. Sometida a las mismas presiones, la agencia federal suspendió la regulación de las pruebas de anticuerpos, permitiendo así que proliferaran exámenes ineficaces y riesgosos. Ante las fuertes denuncias, abandonó esa decisión.
También por presiones de la Casa Blanca, los Centros para el Control de Enfermedades retiraron sus estrictas normas originales para prevenir el contagio de coronavirus en las escuelas. Los reemplazaron por otros menos rigurosos que ya se están aplicando con las previsibles consecuencias catastróficas.
Miles de estudiantes, profesores y empleados se están enfermando de covid-19 en colegios y universidades, amenazando con frenar el control de la pandemia que tantos sacrificios ha costado a millones que han respetado normas de higiene y distanciamiento social. Y por culpa de las presiones de Trump, los CDC dejaron abruptamente de recomendar las pruebas de coronavirus para pacientes asintomáticos, provocando una ola de indignación que la obligó a darle marcha atrás a tan temeraria decisión.
Trump y sus facilitadores realizan estas manipulaciones irresponsables porque les interesa más retener el poder político que la salud y la vida de millones de estadounidenses. Pero ¿cómo se explica que médicos al mando de agencias federales les sirvan de caja de resonancia? Algunos temen perder sus puestos influyentes, sobre todo aquellos que dejaron previos empleos cuando Trump los nombró.
Otros temen las consecuencias de la sucia campaña del presidente que, sin pruebas, los acusa de ser parte de un “gobierno secreto” (deep state) que supuestamente frena la lucha contra la pandemia para perjudicarle.
Trump y sus compinches también promueven la idea improbable de que una vacuna para el coronavirus estará lista “antes de las elecciones o para el tres de noviembre”, aunque ninguna autoridad médica ha avalado esa hipótesis.
Presionan, además, a laboratorios e investigadores para que constantemente anuncien supuestos progresos en su elaboración. El doctor Hahn acaba de provocar un nuevo revuelo al mostrarse dispuesto a aprobar una vacuna antes de que concluyan los períodos de pruebas. Por desgracia, diversos medios informativos se hacen eco de estas maniobras sin someterlas a evaluaciones serias.
Lo más grave de esta insólita cruzada trumpista contra la verdad sobre el coronavirus, más típica de una dictadura que de una democracia, es que tendrá consecuencias nefastas cuando llegue el momento de evaluar una vacuna y convencer a millones de estadounidenses de que la utilicen.
Sondeos preliminares sugieren que cuatro de cada 10 estadounidenses podrían rechazar la vacuna. Las presiones de la Casa Blanca están minando la credibilidad de las autoridades sanitarias para inspirar confianza en ella y otros remedios potenciales.
Estos funcionarios sanitarios se han convertido en rehenes del presidente. Se encuentran fatalmente atrapados entre los abusos de poder de Trump y sus necesidades individuales de preservar sus cargos y reputación profesional. Pero las víctimas más vulnerables serán los millones de estadounidenses que no pueden confiar ni en sus líderes políticos ni en sus líderes sanitarios para superar la peor crisis de salud en la historia moderna del país.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







