Si algo es difícil de esperar del inminente gobierno de Donald Trump es que éste observe con rigor una conducta ética. El tono bajuno de su campaña presidencial, los personajes oscuros que a ella se asociaron y la pobre calidad moral de algunos de sus nominados no auguran nada bueno en este aspecto fundamental de la gestión pública. El primer deber de un político es ejercer la política con eficiencia. Pero el segundo, estrechamente asociado con el primero, es que la ejerza con integridad, es decir, en forma ética, guiándose por principios morales universales, respetando las normas de conducta establecidas para el gobierno y sorteando las trampas comúnmente asociadas con el poder, tales como los conflictos de intereses, el abuso de las prerrogativas de su cargo y el nepotismo. Ningún presidente electo en la historia moderna de Estados unidos había llegado a la Casa Blanca con tantos desafíos éticos como Trump. Por eso es sumamente importante el proceso de confirmación de los nominados por el presidente electo que acaba de comenzar en el Senado. Por eso y porque, como ciudadanos, debemos exigirle un comportamiento mínimamente decente al futuro mandatario y a su equipo de gobierno.
Los desafíos éticos de Donald Trump
“La estrategia de acelerar las confirmaciones, soslayando el escrutinio ético, busca apañar a figuras de dudosa reputación que han sido designadas a puestos influyentes”.


Precisamente porque conoce el historial dudoso y controversial de algunos de sus nominados, Trump está tratando de saltarse a la torera ciertos pasos significativos en el proceso de confirmación. Esta semana la Oficina de Ética Gubernamental, OGE por sus siglas en inglés, expresó alarma por el ritmo frenético que el presidente electo y sus allegados le han imprimido a las audiencias de confirmación. Su director, Walter Shaub, advirtió que, con la connivencia de senadores republicanos, Trump y su equipo de transición programaron audiencias para nominados que todavía no se han sometido a una revisión ética, como exige el protocolo. Eso quiere decir que estos hombres y mujeres, que tomarán decisiones claves sobre las vidas de millones de norteamericanos, aún no han aportado información sobre su estado financiero, posibles conflictos de intereses ni pasados litigios legales. “No conozco ninguna ocasión en las cuatro décadas desde que se estableció la OGE”, escribió Shaub a varios legisladores, “en que el Senado haya celebrado una audiencia de confirmación antes de que el nominado completase el proceso de revisión”.
La estrategia de acelerar las confirmaciones, soslayando el escrutinio ético, busca apañar a figuras de dudosa reputación que han sido designadas a puestos influyentes. Una de ellas es Jeff Sessions, el nominado a procurador general de justicia, quien tiene un extenso pasado de comentarios racistas. Thomas Figures, exsubsecretario de estado, recuerda cómo, en cierta ocasión, Sessions le advirtió que tuviera cuidado “con lo que les dices a los blancos”. No en vano hace tres décadas senadores republicanos con un elevado concepto del decoro rechazaron su nombramiento como juez federal por considerarlo racista. Otro polémico nominado a quien pretende apañar Trump es el teniente general Michael Flynn, su futuro asesor de seguridad nacional, un islamófobo que solía comparar el Islam con un “cáncer maligno”. Un tercero es su designado para la secretaría de estado, Rex Tillerson. Conocido como “el hombre de Vladimir Putin” en el futuro gabinete presidencial, Tillerson mantiene estrechos lazos con el autócrata ruso y otros hombres fuertes a quienes cultivó con esmero cuando se desempeñó como presidente ejecutivo de Exxon Mobile. Algunos ambientalistas lo acusan, además, de haber dirigido una campaña sistemática para ocultar el alcance y los daños que causa el calentamiento global provocado por la explotación de carbón fósil. Un cuarto apañado es Steve Bannon, quien tiene un vasto historial como promotor de ideas racistas y antisemitas cuando era editor de la publicación ultraderechista Breibart. Trump lo ha nombrado jefe de estrategias de la Casa Blanca.
El presidente electo tiene otra poderosa razón para restar importancia a los problemas éticos de sus nominados: él no puede ni quiere tirar la primera piedra. Durante la campaña y después de su coronación en noviembre, Trump prometió distanciarse de su imperio de bienes raíces, administración de propiedades y licencias. Pero hasta ahora ha incumplido su promesa. Trump rehúsa seguir la tradición de otros mandatarios norteamericanos de vender sus bienes y colocar sus inversiones en un fideicomiso ( blind trust en inglés) mientras permanezca en la Casa Blanca. La Trump Organization que encabeza continúa expandiéndose
en el extranjero. El próximo mes se inaugurara en Dubai, en los Emiratos Árabes Unidos, el Club Internacional de Golf que lleva su nombre. Y su hijo Eric le dijo la semana pasada al Clarín de Buenos Aires que el consorcio Trump está abierto a negocios en Argentina y no descartó la posibilidad de expandir los que ya tiene en Rusia. Se espera que este miércoles el presidente electo aborde con la prensa otro conflicto de interés potencialmente serio: su arrendamiento en calidad de hotel del Old Post Office, antiguo edificio de Washington D.C. que pertenece al mismo gobierno que pronto presidirá. Y su decisión de mantener a su yerno Jared Kushner y a su hija Ivanka como consejeros personales ha despertado el fantasma del nepotismo. A Kushner lo acaba de nombrar asesor principal de la presidencia.
El presidente electo probablemente confía en que los norteamericanos que votaron por él, a pesar de su matonismo como candidato y sus potenciales conflictos de intereses, continuarán apoyándolo aunque viole reglas básicas del decoro en la gestión pública. Sería consecuente con su inquietante convicción de que él puede “dispararle a alguien en medio de la Quinta Avenida y no perder votos”. Pero muchos otros norteamericanos le exigirán un comportamiento consecuente con la dignidad de la presidencia. Es responsabilidad del Congreso, de la oposición demócrata y de la prensa el velar por que Trump y su equipo de gobierno cumplan con las normas éticas que delimitan sus respectivos cargos y funciones.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







