Una de las grandes tradiciones políticas de Estados Unidos, la de los debates presidenciales, se halla súbitamente en peligro. Por lo menos tal y como los hemos conocido las generaciones estadounidenses de las últimas seis décadas. Es una verdadera lástima. Pero aún no es tarde para salvar esta importante tradición democrática de dos peligros, el que representan aquellos que no la quieren para nada y el que representan esos otros que la quieren tanto que están ansiosos por eliminarla a menos que alcance la perfección. La perfección según ellos la conciben, claro está.
La polarización amenaza los debates presidenciales
“La exclusión de medios por motivos ideológicos o partidistas, lejos de mejorar los debates, los pondría en peligro, arruinando un baluarte de nuestra vida política”.


Enemigos naturales de los debates presidenciales han sido siempre las aves de mal agüero que solo ven en ellos ocasiones para el exhibicionismo de los candidatos y de los moderadores; y de vez en cuando ciertos aspirantes que se sienten tan confiados de sus posibilidades electorales que los rehúyen o procuran reducir a un mínimo su duración, no vaya a ser que los votantes descubran sus vulnerabilidades.
Pero la polarización, esa constante natural de nuestra política, también ha generado otra modalidad de adversarios de los debates. Me refiero a quienes preferirían que no se celebren a menos que antes se conviertan en un modelo de equilibrio partidista e ideológico, para cuyo objetivo gustosamente se ofrecen como los únicos jueces calificados. Es una aspiración desmesurada que confunde las complejas realidades que rodean a cualquier debate presidencial con un ideal inalcanzable.
Los debates presidenciales están destinados al público, especialmente a aquellos miembros del público que votan en las elecciones. Pero no siempre ese público está debidamente al tanto de lo agitada y turbulenta que suele ser su preparación. Cada uno de estos eventos es el producto de arduas negociaciones entre la Comisión de Debates Presidenciales, el Comité Nacional Republicano, el Comité Nacional Demócrata y las campañas de los candidatos. A esas negociaciones se suman luego las sedes, como las universidades, y los medios a través de los cuales se transmiten los debates.
En años recientes, el Comité Nacional Republicano se ha empleado a fondo para excluir a medios hispanohablantes, como Univisión, de los debates en los que participan sus candidatos a la presidencia. Este año, el Comité Nacional Demócrata pretende hacer lo mismo con la Cadena Fox News, es decir, excluirla de los debates en que intervengan sus candidatos. El DNC alega que Fox News es un mero órgano de propaganda del Partido Republicano en general y del Presidente Trump en particular. Trump a su vez amenaza con no debatir en medios que informen críticamente sobre su desempeño, a los que descalifica con crudas expresiones. “Los demócratas acaban de bloquear a Fox News de celebrar un debate”, trinó la semana pasada. “Pues bien, ¡entonces creo que haré lo mismo con la Cadenas de Noticias Falsas y los Demócratas Izquierdistas Radicales en los debates de las Elecciones Generales!”.
Si prevalecen estas fobias y exclusiones, quienes realmente saldrán perdiendo serán los votantes porque tendrán menos oportunidades de escuchar las propuestas e idea políticas de los candidatos y de cotejarlas con las de sus rivales. También tendrán menos ocasiones de sopesar el carácter y la disposición al diálogo civilizado de quienes aspiran a gobernarles. Y en consecuencia perderá nuestra democracia, la cual tendrá un instrumento menos del cual servirse para incorporar a millones de estadounidenses a las deliberaciones sobre asuntos que nos atañen a todos por igual.
Al anunciar su decisión de excluir a Fox News de los debates presidenciales demócratas, el DNC citó un magnífico reportaje en el New Yorker en el que la autora, Jane Mayer, establece con detalles y exactitud la relación simbiótica entre esa cadena, el Partido Republicano y el Presidente Trump. Diversos segmentos y no pocos comentaristas de Fox News, en efecto, sirven de caja de resonancia al mandatario, exageran sus logros y ocultan o justifican de forma sistemática sus desaciertos. Pero eso no ha impedido que en la cadena haya voces profesionales e independientes que con razón critican ahora la decisión del DNC. Ni tampoco impidió que Fox News fuera el escenario del mejor debate entre Trump y Hillary Clinton durante la fase final de la contienda presidencial de 2016.
Los debates presidenciales pueden y deben perfeccionarse para servir mejor a los electores que son sus destinatarios naturales. No escasean las propuestas para mejorarlos, entre ellas la de ampliar el número de miembros de la Comisión de Debates Presidenciales, incluir en ellos a candidatos independientes o de terceros partidos, hacer más transparentes las deliberaciones entre la comisión, el RNC y el DNC y dar mayor acceso periodístico a los candidatos antes y después de cada foro. Pero la exclusión de medios por motivos ideológicos o partidistas, lejos de mejorar los debates, los pondría en peligro, arruinando un baluarte de nuestra vida política que ha servido de ejemplo para otras naciones que viven o aspiran a vivir en democracia.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







