El brote de coronavirus en la Casa Blanca ha estrellado a los republicanos de forma frontal y abrupta contra la ciencia médica. Luego de ocho meses de negar la gravedad de la pandemia y mentir como villanos sobre el peligro que esta representa y sobre los recursos disponibles para enfrentarla, del presidente Trump hacia abajo han contraído el virus. Los rivales y críticos decentes del trumpismo demencial les deseamos una pronta recuperación al mandatario y a los demás contagiados, como debe ser. Pero no podemos dejar de recordar que, al enfermarse, Trump y sus cómplices cayeron víctimas de su propia ignorancia e irresponsabilidad.
La Casa Blanca bajo ataque del coronavirus
"Los afectados por el coronavirus ya no son solamente personas vulnerables, como los ancianos, los pacientes con condiciones prexistentes como la diabetes, el cáncer, el asma o la obesidad y los ciudadanos de escasos recursos que habitan viviendas y barrios hacinados, muchos de ellos hispanos, afroamericanos e inmigrantes".

Los afectados por el coronavirus ya no son solamente personas vulnerables, como los ancianos, los pacientes con condiciones prexistentes como la diabetes, el cáncer, el asma o la obesidad y los ciudadanos de escasos recursos que habitan viviendas y barrios hacinados, muchos de ellos hispanos, afroamericanos e inmigrantes.
Ahora han sucumbido también personajes que se habían ensoberbecido con el poder hasta el punto de negar de manera sistemática todo lo que la ciencia afirma sobre el covid-19 por temor a perder ese poder. El presidente, sus principales asesores, legisladores republicanos y líderes del GOP prefirieron restar importancia a la enfermedad mientras millones de estadounidenses se contagiaban y decenas de miles morían. Mucho después vino la justificación falaz: “mentimos para no sembrar el pánico”.
Los más púdicos entre los republicanos guardaban un silencio cómplice, aunque de vez en cuando lo rompieran solo para acusarnos a los críticos de exagerar el alcance de la pandemia. En la cuenta siniestra de víctimas fatales ni siquiera figuran aquellos que han fallecido porque no pudieron recibir a tiempo el tratamiento médico que necesitaban en hospitales repletos de pacientes con el virus.
Además de Trump y su esposa, Melania, se han contagiado tres senadores republicanos, las asesoras presidenciales Hope Hicks y KellyAnn Conway, el exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christy, la presidenta del Comité Nacional Republicano Ronna McDaniel y 11 agentes del servicio secreto, entre otros. Decenas de figuras del republicanismo se hallan en una obligada cuarentena porque estuvieron en contacto con los enfermos, principalmente durante el acto de nominación de Amy Coney Barrett a la Corte Suprema el pasado 26 de septiembre, acto que Trump se empeñó en realizar en el jardín de la Casa Blanca, en presencia de funcionarios y adoradores. La mayoría ignoró temerariamente las normas elementales del distanciamiento social y uso de mascarilla. El poder de algunos y la cercanía al poder de otros los cegó al peligro de contagio propio y ajeno.
Crédito merecen, sin embargo, los contados activistas y líderes republicanos que han reaccionado con sensatez al absurdo desafío que hacen sus correligionarios a la pandemia y a lo que revela la ciencia sobre el covid-19. “Había pánico antes de que esto comenzara”, dijo Edward Rollings, codirector del súper pac trumpista Great America. “Pero ahora somos una especie de partido estúpido”. “El presidente y la gente que lo rodea han violado las reglas…él ha sido imprudente, y los votantes que están lidiando con efectos económicos y sanitarios para ellos y sus familias no verán esto con buenos ojos”, sostuvo Michael Steel, expresidente y actual estratega del GOP. Estas y otras voces sensatas representan la posible salvación del Partido Republicano, si es que la democracia estadounidense sobrevive a la proclividad destructiva que con tanta ostentación exhibe el partido de gobierno.
La Casa Blanca ha puesto en marcha una campaña propagandística al estilo soviético que intenta disfrazar las desastrosas implicaciones del contagio en cadena. Forman parte de ella la caminata del presidente hacia el helicóptero que lo llevó al hospital militar Walter Reed en Bethesda, Maryland. Las fotos escenificadas del mandatario “trabajando” con hojas de papel en blanco. El paseo alucinante en camioneta frente a idólatras trumpistas en Bethesda. Los alardes a menudo contradictorios de los médicos sobre la buena salud del famoso paciente.
Pero la verdad desnuda es que el mitin del contagio en la Casa Blanca ha generado la mayor sorpresa de octubre hasta ahora y podría descarrilar los esfuerzos reelectorales de Trump. Su campaña anda al garete. Bill Stepien, su director, también se contagió y se encuentra confinado. Típico encantador de serpientes, Trump depende de los actos políticos multitudinarios para mantener vivo el entusiasmo febril de sus partidarios. Pero se ha visto obligado a posponerlos hasta nuevo aviso, aunque no podemos descartar que se salte las normas de la cuarentena que observan millones de personas que genuinamente se preocupan por la salud de los demás. Y aislados se hallan también muchos de sus promotores a sueldo o voluntarios que se han tragado la tabarra de que el presidente, con sus creencias y prácticas nacionalistas, xenófobas y racistas, está haciendo grande a Estados Unidos.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







