El “muro” de Trump: Entre el nuevo concepto de la post-verdad y el ya tradicional “no pasa nada”

“El ‘muro’ deja ver la falta de una estrategia del gobierno mexicano, consecuencia de una actitud apocada que aspira a manejar el asunto desde el discurso diplomático de la ‘buena vecindad’”.

Imagen Getty Images

Encendidas y sin reparo, a veces dentro de la metáfora del carro cuyo conductor lleva los ojos vendados, aparecen una y otra vez, todos los días, por todos los medios, la figura, los dichos, las anécdotas, las notas del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. Aunque se debe reconocer que los medios mexicanos se mueven dentro de un discurso único, con pocos matices, sobre los peligros, dificultades y retos que la llegada a la Casa Blanca de este singular personaje a partir del 20 de enero va suponer para la política exterior e interior de Estados Unidos (aunque de hecho ya manda señales encontradas y parece gobernar a golpe de tuitazos, declaraciones y dichos).

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El famoso “muro” (además “que los mexicanos van a pagar”) se ha convertido en algo más que una promesa de campaña; es un acertijo sobre lo que distintos actores e instituciones mexicanas suponen será la realpolitik de Trump, de su gabinete y asesores hacia México. El “muro” es un extraño condensador de procesos sociales, de discursos, dichos y bromas. Hay que decirle a Trump que de hecho el muro que quiere construir ya existe en algunos tramos dentro de los 3,500 kilómetros, como en el caso de la frontera Tijuana-San Diego. El “muro” es un señalador para el caso mexicano de un gobierno débil, un país indeciso y una clase política extraviada, que solamente sabe pensar en cómo usar algo para obtener algún tipo de beneficio.

En algunos medios mexicanos ha circulado en los últimos días un neologismo (si se le puede llamar así), la “post-verdad” (comillas obligadas), construido a partir de un conocido prefijo de mucho uso en humanidades y ciencias sociales (post-modernidad, post-fordismo, post-televisión…). El prefijo refleja una supuesta transición o superación de una etapa previa y sugiere que las actuales manifestaciones del fenómeno (en este caso los de la comunicación, la política, los estilos de la diplomacia, etc.) presentan rasgos distintos y piden una nueva nomenclatura.

El profesor mexicano Raúl Trejo Delabre identifica distintos fenómenos articulados en torno a este neologismo forzado que, además del triunfo de Trump, suele también asociarse con lo que fue el Brexit Británico de junio pasado y el triunfo del “No” en Colombia en el referéndum de octubre. Trejo desmenuza el concepto: En primer lugar, la tendencia (lo mismo de políticos que de electores) de tomar decisiones no basadas en hechos sino en impresiones o juicios que no toman en cuenta el contexto sino aspectos particulares, aislados y específicos de los hechos. Todo ello en un contexto caracterizado por una proclividad extrema a reaccionar o sintonizar con la dinámica del escándalo, lo que lleva a la simplificación de los asuntos públicos, como son las explicaciones de Trump sobre México, la migración y el TLCAN.

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En suma, esta post-verdad deviene en un clima donde no cuentan los hechos, sino lo llamativo del “momento”, el pragmatismo, el coraje canalizado o la ilusión de que aquello que se dice parece (o da la impresión de ser) cierto. Quizá uno de los ejemplos menos complicados para identificar esta “post-verdad” es la sobresimplificación de cualquier asunto público. Lo que un candidato puede decir y hacerle creer a un elector.

Es el caso del “muro” y de otro tema asociado en el discurso de Trump (también señalado así muy ampliamente por todos los medios mexicanos) que es la revisión del TLCAN. Ambos están basados en el supuesto de que México es el causante de los problemas laborales en Estados Unidos, tanto a nivel de la migración (de aquí la justificación del “muro” como un espacio que dificulte el paso de migrantes) como del libre comercio, que para Trump no ha generado suficientes beneficios a la sociedad estadounidense. Da lo mismo si esto es cierto: se escucha bien y conecta con un estado de opinión y un clima en el que aun cuando no sea cierto parece razonable que sí, que el desempleo o el origen de la incomodidad sea eso, y por tanto se acepta como tal.

Ante estos procesos que en corto plazo afectarán la política internacional y seguramente la relación entre los dos países, ¿qué está haciendo la clase política mexicana? Hay los oportunistas que hacen llamados al nacionalismo y a una modalidad edulcorada de “grandeza mexicana”, en la que apelan a las posibilidades del mercado interno y la fuerza de los actores comerciales. Hay variantes de este discurso que llaman incluso a no comprar en las grandes empresas de origen estadounidense, para contrarrestar al discurso xenofóbico de Trump. Hay los que advierten que los señalamientos de Trump no son ciertos y creen que ya en el poder tendrá que matizar sus declaraciones, o que el partido republicano ayudará a hacer algunos contrapesos. La canciller Claudia Ruiz Massieu, por ejemplo, ha señalado recientemente que las declaraciones de Trump (sobre el muro y el TLCAN) son especulaciones que corresponden a lo que en inglés se conoce claramente como wishful thinking.

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Hay, finalmente, los que menos hablan, los que no saben qué hacer. Aplicando el dicho de que “cuando no sepas qué hacer, lo mejor es no hacer nada”, permanecen así. Es el caso de la mayor parte de la clase política y en particular del presidente del país. Resta decir que no ha habido hasta el momento una declaración conjunta del actual gobierno (al que aún le restan dos años) ni mucho menos la presentación de una estrategia clara y decidida con respecto a las amenazas o dichos de Trump.

El “muro” deja ver así también la falta de una estrategia del gobierno actual, consecuencia de una actitud apocada que aspira a manejar el asunto desde el discurso diplomático de la “buena vecindad” entre los dos países, y el deseo que ambos países van a poder seguir tratándose como “socios comerciales” y no como causantes de los males del otro. Basta decir que en ninguna declaración del presidente electo de Estados Unidos se ha referido a México como “socio” o ha hecho los matices y cuidados que sí hace –más por miedo que por precisión conceptual– el gobierno mexicano. Ante este no-saber-qué-hacer, el correlato es el discurso del aquí no pasa nada, como lo ha señalado el Secretario de Hacienda, José Antonio Meade, quien va frecuentemente a Washington y Nueva York para calmar los mercados.

A todo esto, ¿qué pasa con Canadá? Aun cuando ese país es miembro del TLCAN, poco se ha dicho o intentado hacer estratégicamente con ese otro socio que, curiosamente, no aparece mencionado ni en el “post-verosimil” discurso de Trump, ni en el mexicano.

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El “muro” no solo oculta. Deja también ver con claridad las asimetrías, los temores y prejuicios que ambos países tienen de sí mismo y del otro; circular así las mentiras que cada quien se dice y se repite, esperando que se conviertan en verdad. El “muro” refleja el inexistente soft power mexicano. A pesar de los siglos de historia compartida, en Estados Unidos persiste en general una opinión (muy) negativa de México y de los mexicanos que justamente sintoniza con los dichos Trump. Por más que en muchas de estas cosas el gobierno de Washington es cómplice y corresponsable, hay quienes piensan que para dejar de verlas puede convenir un simple “muro”, que suena bien pero que seguramente distará remotamente de resolver los problemas que se quieren atajar con su supuesta construcción. Por principio, sin un solo peso, el muro ha comenzado a ser “exitoso”, porque también es cierto que hay muros imaginarios, a veces más efectivos que los reales, para un país o para otro, de acuerdo cada quien a sus tiempos y conveniencias políticas.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.