El dictador ruso, Vladimir Putin, decidió temerariamente subirle la parada al mundo libre por las sanciones que adoptó contra su régimen tras el inicio de su invasión a Ucrania. Su matonismo y voracidad imperial pudieron más que la prudencia o el respeto por la vida humana no solo de los ucranianos, a los que ataca brutalmente, sino también de los soldados rusos. Muchos lo están pagando muy caro.
El heroísmo ucraniano muestra el camino para defender la libertad
"Lo que en esta ocasión subestimó el dictador ruso fue la abnegación y el heroísmo del pueblo ucraniano. La entrega total con que se ha dedicado a defender cada pulgada del territorio de su país y su recién conquistada democracia. Los invasores los superan con creces en armas y números".


La resistencia de las fuerzas armadas y el pueblo ucranianos ha sido de una tenacidad y heroísmo tales que se han ganado la admiración y solidaridad de las personas decentes en el mundo entero. Pero hasta el momento en que escribo estas líneas Putin se obstina en la agresión imperialista; y le ordenó a su títere bielorruso, el dictador Alexander Lukashenko, sumarse al ataque contra sus vecinos ucranianos.
La guerra imperialista de Putin en Ucrania reescribe con sangre, sudor y lágrimas la historia de Europa y del mundo. Es la primera gran confrontación armada entre las dictaduras de ideología difusa – que desde hace años marcan tendencia otra vez - como la de Putin, y las democracias que aspiran a consolidarse. Por su formación ideológica oscurantista durante la era comunista, sus personales ambiciones capitalistas y su estrecha alianza con el crimen organizado, Putin estaba destinado a ser el cabecilla de la rebelión antidemocrática mundial. Y lo ha logrado gracias a la impunidad de la que han gozado sus acciones maquiavélicas.
Putin desató la sangrienta guerra de Ucrania, con su secuela de crímenes contra la humanidad, porque se había cansado de ganar jugando sucio. Mediante un pacto de sangre con exagentes de la KGB como él, la mafia y los oligarcas rusos logró someter a su país. Su poder omnímodo descansa sobre un montón de cadáveres de opositores políticos, activistas humanitarios y periodistas.
Luego sembró o consolidó a regímenes gobernados de forma despiadada por sus marionetas, como los de Bielorrusia, Siria, Venezuela y Cuba, entre otros. Consiguió que el Reino Unido abandonara la Unión Europea. Y contribuyó a la elección en Estados Unidos de un incondicional, Donald Trump, al que teledirigió y aun pareciera teledirigir desde Moscú.
Con la complicidad de Trump, estuvo muy cerca de minar la Organización del Atlántico Norte, OTAN, la alianza militar que tan efectivamente ha protegido la democracia en la Europa que el nuevo zar ruso aspira a conquistar o doblegar. Su reactivación tras el ataque a Ucrania ha energizado la resistencia internacional a Putin.
Lo que en esta ocasión subestimó el dictador ruso fue la abnegación y el heroísmo del pueblo ucraniano. La entrega total con que se ha dedicado a defender cada pulgada del territorio de su país y su recién conquistada democracia. Los invasores los superan con creces en armas y números. Se supone que en el campo de batalla lleven las de perder.
Pero, con su comportamiento intrépido y valeroso, los ucranianos nos han recordado a todos cuál es el camino para defender la libertad y por qué vale la pena recorrerlo, a pesar de que es un camino escabroso, hecho de grandes sacrificios, entrega total e insondable dolor. Es el único posible para salvaguardar la libertad mientras existan tiranías en el mundo.
Las democracias occidentales parecen haber asimilado la lección. Aunque, por el momento, coloco el énfasis en “parecen”. Contra todo pronóstico, se han unido bajo el liderazgo de Estados Unidos para desmantelar el sistema económico ruso en el que se apoya Putin para llevar a cabo su letal agresión.
También se movilizan para proteger militarmente a vecinos de Rusia que con toda probabilidad se hallan en la mira del zar ruso, quien se ha empeñado en revivir el imperio soviético. Y algunas democracias desafían a los invasores bárbaros enviando armamentos, municiones y ayuda humanitaria y económica al pueblo en armas de Ucrania.
La invasión rusa y la respuesta que le ha dado Occidente nos afectarán a todos de alguna manera. El precio del petróleo alcanzará niveles astronómicos, seguramente empeorando la inflación y haciendo más costosa la vida de los estadounidenses, europeos y ciudadanos de todo el planeta. Será una ocasión para evocar el sacrificio mucho mayor que realizan los ucranianos para defenderse de sus agresores.
La guerra de Putin pone a prueba a todos los líderes democráticos. Ojalá que la pasen escuchando el valiente consejo que, desde un Kiev bombardeado sin piedad, enviara el expresidente ucraniano, Petro Poroshenko, el fin de semana: “por favor, no confíen en Putin, no le crean, ni tampoco le tengan miedo”. Ojalá que nuestros dirigentes, y todos nosotros, sepamos sacar inspiración de la denodada defensa de la libertad que nos están obsequiando, al precio de sus vidas, millones de ucranianos.
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