El derecho a protestar

“Uno de los grandes pensadores de Estados Unidos nos enseñó que la desobediencia civil, lejos de ser un ataque a nuestro país, tiende a mejorarlo. La protesta cívica, escribió John Rawls, ‘es una parte integra de la democracia y de la expresión democrática… una forma de corregir y aumentar la democracia’”.

Colin Kaepernick (7), de los San Francisco 49ers, fue uno de los primeros en arrodillarse en señal de protesta durante la ejecución del Himno Nacional.
Colin Kaepernick (7), de los San Francisco 49ers, fue uno de los primeros en arrodillarse en señal de protesta durante la ejecución del Himno Nacional.
Imagen AP Photo/John Bazemore

Es una de tantas cosas que conviene repasar de vez en cuando, como si fuera un ejercicio calisténico pero mental. La democracia no es un sistema político y social estático que los pueblos conquistan un día y al siguiente ya pueden echarse a dormir el eterno sueño democrático. Al contrario, la democracia es un instrumento vivo que permite continuar luchando siempre a favor de la libertad y en contra de las injusticias sociales, los prejuicios y la discriminación, entre otras cosas vitales para cada individuo y para el conjunto de la sociedad. Lo digo a propósito de la controversia que se ha renovado en el país por la decisión de algunos jugadores de fútbol americano de arrodillarse o alzar el puño mientras se canta el himno nacional.

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Se trata de una protesta que vienen haciendo desde hace años, según dicen, para crear conciencia sobre las desigualdades que aún persisten en Estados Unidos, especialmente las que hacen a algunos ciudadanos diferentes ante la justicia; y también sobre los casos demasiado frecuentes de personas, muchas de ellas afroamericanas, que son víctimas de maltrato policíaco . La protesta es gesticular y pacífica. No interrumpe los partidos de fútbol que siguen a la ceremonia. Tampoco la ceremonia en sí. Ni siquiera la acompañan gritos o palabras. Y desde que comenzó, varios de sus protagonistas se han sometido a entrevistas, escrito columnas de opinión e incluso creado sitios en internet para explicar sus motivos de manera racional y civilizada.

Aun así, muchas personas ven con malos ojos estas protestas porque consideran que son antipatrióticas, que le faltan el respeto al himno nacional y a la bandera de Estados Unidos que ondea en los estadios de fútbol. Quienes así piensan son, por lo general, personas bien intencionadas entre las que abundan los veteranos de guerra que han arriesgado sus vidas por preservar los intereses y la seguridad de nuestra democracia.

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Así las interpretan a pesar de las constantes negativas de los manifestantes de que su intención sea irrespetar los símbolos nacionales. Su malestar suele ser auténtico, aunque a algunos se les asoma la intolerancia y hasta sentimientos peores. Pero todos cometen el error de pensar que los símbolos de una nación valen más o merecen mayor respeto que las personas que la integran. En realidad, es exactamente al revés. Ningún símbolo patrio, ni en Estados Unidos ni en ninguna parte, vale más que los seres humanos a los que representa.

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Por eso, lo verdaderamente patriótico, lo auténticamente democrático en el caso que nos ocupa sería atender con humildad al clamor de los jugadores que protestan, ponderar juiciosamente sus argumentos y considerar las evidencias de lo que pretenden exponer con sus gestos. Podríamos comenzar por preguntarnos si, incluso en nuestra avanzada democracia, los derechos de todos y cada uno de nosotros se hallan igualmente protegidos; si nuestro sistema de justicia es lo suficientemente imparcial y confiable como para evitar los atropellos de personas inocentes y castigar siempre a los infractores de las leyes; y si nuestro sistema político y judicial nos representa a todos por igual, independientemente de nuestras creencias, etnias u origen nacional.

Una respuesta negativa a cualquiera de estas preguntas sería una señal de que debemos continuar esforzándonos por mejorar nuestra democracia, hacerla más equitativa y justa, es decir, mucho más habitable y disfrutable para todos. Los futbolistas que protestan evidentemente creen que nuestra democracia puede y debe mejorarse.

En Estados Unidos el derecho a la protesta tiene un historial ilustre. Lo consagran la Constitución y las leyes que la complementan. Fue decisivo para consolidar la república tras la independencia de Gran Bretaña, acabar con la esclavitud, extender el sufragio a todos los ciudadanos mayores de 17 años, crear el estado del bienestar social y promulgar las leyes que consolidaron, en principio, nuestros derechos civiles. Sobre el derecho a protestar también se erigen otros que quedarían en peligro si aquel se debilita o desaparece. Cada protesta cívica que pacíficamente libren nuestros conciudadanos, si la alienta una causa noble y justa, debería ser un recordatorio para todos de cómo se forjó y por qué perdura la democracia más antigua del mundo, es decir, la nuestra.

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Mientras escribo esta columna tengo una sensación de de javu. Y no es pura coincidencia. Hace un año, cuando arrancó la anterior temporada de fútbol, escribí otra similar cuando el Presidente Trump comenzó a explotar políticamente las diferencias que los estadounidenses tenemos sobre las protestas de los futbolistas. Entonces la titulé “Lo de Trump no es patriotismo sino racismo”. Esta llevará otro título. Pero la anima la misma convicción de que el mandatario no truena contra los deportistas que protestan por patriotismo, sino por mero oportunismo. Su intención es aprovechar nuestras genuinas discrepancias sobre este tema para dividirnos, para enfrentar a los afroamericanos con los blancos y a los conservadores con los liberales. La suya es una trampa mezquina diseñada para ofuscar a algunos, denigrar a otros y distraer la atención de todos de sus múltiples problemas legales, políticos y morales.

Uno de los grandes pensadores de Estados Unidos nos enseñó que la desobediencia civil, lejos de ser un ataque a nuestro país, tiende a mejorarlo. La protesta cívica, escribió John Rawls, “es una parte integra de la democracia y de la expresión democrática… una forma de corregir y aumentar la democracia”. Trump difícilmente entendería este principio. Pero nosotros sí podemos entenderlo. Y también aplicarlo con benevolencia a los futbolistas que se arrodillan o alzan el puño para recordarnos que nuestra convivencia democrática puede ser todavía mejor. Mucho mejor.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.