Con Donald Trump y comparsa, una nueva era de mentiras y falsedades llegará a la cima del poder en Estados Unidos. El presidente electo no solo tiene una relación incómoda con la verdad y los hechos. Los detesta. Le estorban. Y prescinde de ellos cada vez que no convienen a la cosmovisión rígida y boba que ha desarrollado a lo largo de su vida, una manera de ver el mundo y la gente a través de medias verdades, prejuicios y teorías conspirativas. Pero Trump no está precisamente solo en esta peculiar actitud hacia la realidad. Una razón importante de su éxito en la carrera hacia la presidencia ha sido su habilidad para capitalizar las mismas tendencias y aberraciones en millones de compatriotas. Gente de diversa procedencia y clase que comparte un rasgo común: se ha hastiado del laborioso trabajo de distinguir entre verdad y mentira, realidad y ficción, en una época en la que proliferan las noticias falsas. Gente predispuesta a confiar a ciegas en cualquier demagogo carismático que le pinte el mundo a su manera. Total. ¿Cómo establecer la diferencia entre ese mundo y el real?
Donald Trump: el mentiroso en jefe
“Politifact, la prestigiosa organización especializada en comprobar la veracidad de lo que afirman los políticos, le confirió al empresario el dudoso honor de ser el Mentiroso del Año 2016”.


Para mantener el ritmo vertiginoso de las mentiras y patrañas, Trump necesitará rodearse de personajes igualmente dispuestos a corroborar su falsificación de la realidad. El otro día tuvimos un atisbo de este fenómeno. Como Hillary Clinton acabará recibiendo por lo menos tres millones de votos populares más que él, a Trump le preocupa su legitimidad y la viabilidad de las propuestas radicales que ha hecho. Por eso se inventó la falacia de que esos votos de diferencia los emitieron indocumentados. “Gané también el voto popular si se restan los millones de personas que votaron ilegalmente”, tuiteó sin aportar prueba alguna porque sencillamente lo que afirmaba era falso. Pero lo más revelador fue cómo se apresuraron a justificar su flagrante embuste los oportunistas que se le han pegado como lapas. Reince Priebus, su futuro jefe de gabinete, declaró que eso “era posible”. Mike Pence, el vicepresidente electo, le dijo a George Stephanopolous, de ABC News: “No sé si esa afirmación es falsa, George. Pero tú tampoco lo sabes”. Y Paul Ryan, el Presidente de la Cámara de Representantes, sostuvo que la mentira de Trump “le da voz a mucha gente que se ha sentido sin voz”.
En los últimos tres meses de la campaña, la división de datos de UnivisionNoticas.com le contó 171 falsedades. Y, durante la contienda, Politifact concluyó que más del 60% de las declaraciones públicas de Trump eran mentiras. La prestigiosa organización, especializada en comprobar la veracidad de lo que afirman los políticos, le confirió al empresario el dudoso honor de ser el Mentiroso del Año 2016. Trump erigió sobre mentiras toda su campaña. Algunas las repitió tanto y con tal convicción que sus seguidores las dieron por verdaderas. En ellas se inspiraron para apoyarle. Entre sus más celebrados embustes están que “la tasa de desempleo podría ser de 42%”; que “la criminalidad está alcanzando niveles récord”; que “las elecciones están amañadas”; que “Hillary Clinton ha prometido abrir totalmente las fronteras”; y que “el gobierno mexicano nos está enviando a la fuerza a su gente más indeseable. Son, en muchos casos, criminales, narcotraficantes, violadores, etc.” Aun antes de que se postulara, Trump había ganado notoriedad propagando infundios, como el de que “el calentamiento global es un engaño de los chinos” y que “el Presidente Obama no nació aquí (en EEUU)”.
Todos, en algún momento durante el reciente proceso electoral, nos hemos asombrado ante la renuencia de Trump a disculparse una vez que la prensa expone sus mentiras. En eso algo tiene que ver su narcisismo. Pero también su frío cálculo de que, una vez que se han propagado, las mentiras solo surten el efecto deseado si no se las corrige o rectifica. Es la forma en que mantiene embelesados a los inocentes que aceptan como válidos los engaños que les inocula con demagogia. Trump, en efecto, es un maestro intuitivo de la propaganda, tiene una habilidad especial para disolver mediante mentiras repetidas hasta el cansancio la capacidad de muchas personas para pensar en forma crítica e independiente. Cuando ocupe la Casa Blanca, esa probablemente será su manera de hacer política, diciendo y repitiendo mentiras hasta que la gente llegue aGAO aceptarlas como verdades establecidas, tal y como recomendara Napoleón.
Desde la presidencia, Trump probablemente intentará forjar una realidad a su imagen y semejanza: excluyente, insidiosa, resentida. Y lo hará con la complicidad de miembros del Partido Republicano a los que arrastrará en esa empresa delirante. El principal obstáculo que encontrará en el camino será la prensa que no se pliegue a sus designios e insista en llamarle al pan pan y al vino vino. Y los ciudadanos que no sucumban a la asfixiante marea de falsedades a las que el futuro presidente llamará la realidad.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







