WASHINGTON, DC. He presenciado juramentaciones presidenciales desde 1993, cuando el demócrata Bill Clinton asumió las riendas del país. Pero sin lugar a dudas la de Donald John Trump ha sido la más sombría, superando incluso la controvertida investidura de George W. Bush en 2001 tras el “floridazo” del 2000 y su eventual recuento de votos, que culminó con la Suprema Corte fallando a favor de Bush.
Donald Trump, el arrogante divisor en jefe
“La elección plasmó una nación dividida que, de entrada, Trump no parece interesado en enmendar. Su actitud arrogante y desafiante presagia más división y conflicto”.


Y no digo sombría por ser cursi. Las elecciones son así, hay ganadores y perdedores y a estos últimos no les queda otra opción que arremangarse, desempolvarse tras la aparatosa caída y seguir adelante. Tampoco uno suele tomarse las cosas tan a pecho, porque finalmente ningún político ni ningún partido nos paga las deudas ni nos cuida si nos enfermamos.
Pero el caso de Trump es particular porque no puede decirse que la vida sigue igual. Aquí se define no solo el futuro de diversas políticas públicas, sino los valores de nuestra nación.
Se trata de una figura que condujo una campaña sórdida basada en mentiras, exageraciones, prejuicios, división y aislacionismo. Vendió una imagen de empresario exitoso con la cual apantalló a quienes han caído en la rueda de abajo económicamente hablando y confían en que el multimillonario y su gabinete de multimillonarios velarán por los intereses de la clase trabajadora.
Pese a su campaña negativa y divisiva ganó. Unos dirán que apeló a los “olvidados”, aunque se trata, en parte, de un sector electoral extremista y temeroso de la nueva realidad demográfica de Estados Unidos, al que Trump promete devolver la idea de una nación blanca donde las minorías se barren bajo la alfombra.
Da hasta pena ajena ver algunos programas noticiosos donde los analistas siguen esperando que Trump extienda una rama de olivo para tratar de acercarse a todos los sectores que como candidato ofendió; a los casi 66 millones de estadounidenses que votaron por la demócrata Hillary Clinton, quien lo superó en el voto popular.
Pero no. Trump, al asumir la presidencia el viernes, dejó muy claro que parece interesado en gobernar únicamente para los casi 63 millones que votaron por él. No hubo llamados a la unidad ni a la reconciliación, sino un discurso combativo y amenazante propio de una campaña política y no de la juramentación de un mandatario.
Con el presidente saliente a sus espaldas, y otros tres expresidentes, Trump habló como si recibiera un país hecho pedazos y como si Estados Unidos no fuera un país grandioso. Su predecesor, Barack Obama, sí heredó un país al borde del colapso económico y una tasa de desempleo cercana al 10%. Ahora la tasa de desempleo es de 4.7%, se crearon empleos y 20 millones de estadounidenses que no tenían seguro médico ahora lo tienen. Sí, quedaron cosas pendientes, como la reforma migratoria, pero en general, fueron años de crecimiento a nivel interno y de una imagen mejorada a nivel internacional.
Pero como si siguiera en campaña, Trump volvió a ofrecer una visión apocalíptica de un Estados Unidos sumido en la violencia y la desesperanza e incluso dijo que “la carnicería estadounidense termina aquí y termina ahora”, mientras prometió gobernar con el norte de “Estados Unidos primero” que más bien quiere decir, Estados Unidos para quienes lo apoyaron ignorando al resto. Un Estados Unidos que bajo Trump mirará hacia adentro excluyendo a diversos sectores. De hecho, en uno de los bailes de la noche del viernes se refirió a sus opositores como “enemigos”.
La elección plasmó una nación dividida que, de entrada, Trump no parece interesado en enmendar. Su actitud arrogante y desafiante presagia más división y conflicto.
Por ahora solo resta pelear la buena batalla ante las potenciales decisiones que Trump, el arrogante divisor en jefe, y su sello de goma, el Congreso de mayoría republicana, tomen atentando contra nuestros valores y contra los intereses de nuestras comunidades, mientras rogamos a Dios que nos agarre confesados.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







