Bukele muestra garras de caudillo

"Por fortuna, las que se rebelaron fueron las instituciones democráticas salvadoreñas – la Corte Constitucional, los partidos de oposición, la prensa independiente, el Congreso mismo – que, con el respaldo de democracias influyentes, evitaron que Bukele consumara su asalto a la constitución y el estado de derecho".

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, habla a sus seguidores durante una manifestación frente al Palacio Legislativo el 9 de febrero de 2020.
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, habla a sus seguidores durante una manifestación frente al Palacio Legislativo el 9 de febrero de 2020.
Imagen MARVIN RECINOS/AFP via Getty Images

El presidente Nayib Bukele puso sobre aviso a El Salvador y al mundo entero de que está dispuesto y tal vez deseoso de convertirse en caudillo. El pasado 9 de febrero irrumpió en el Congreso con militares y policías luego de que los legisladores, en su mayoría opositores, se negaran a aprobarle un presupuesto de $109 millones para combatir la inseguridad en el país. En la peor tradición de los gobernantes demagogos, hizo también un preocupante llamado a la “insurrección popular”.

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Por fortuna, las que se rebelaron fueron las instituciones democráticas salvadoreñas – la Corte Constitucional, los partidos de oposición, la prensa independiente, el Congreso mismo – que, con el respaldo de democracias influyentes, evitaron que Bukele consumara su asalto a la constitución y el estado de derecho.

Bukele asegura ahora que nunca fue su intención dar un autogolpe y convertirse en dictador. Quería, dice, acabar con la indiferencia legislativa a sus propuestas, sobre todo en materia de seguridad, porque El Salvador sufre una crónica ola de delincuencia que requiere medidas drásticas. Ninguna persona razonablemente informada negaría el rampante bandolerismo que sufre el país centroamericano desde que concluyó su larga y sangrienta guerra civil en 1992. Pero, para lograr las legislaciones que quiere, Bukele pudo haber esperado a conquistar el año que viene la mayoría parlamentaria que anuncian su popularidad y las encuestas de opinión. No lo hizo porque tiene marcadas tendencias autoritarias que, si no se frenan a tiempo, podrían arruinar décadas de democracia política y libertad en El Salvador.

¿Cuáles son las tendencias autoritarias de Bukele? Como todos los caudillos que le han precedido y los que le seguirán, Bukele desdeña las reglas del juego democrático que le permitió ganar la presidencia, como demuestra su frustrado asalto a la Asamblea Nacional. En plena campaña electoral, denunció en las redes sociales un fraude que solo existió en su imaginación calenturienta.

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Parece despreciar a sus adversarios políticos a los que insulta con frecuencia. Fustiga con coloridos improperios a los periodistas y a la prensa que lo critican. Y habla y se comporta como si la historia de El Salvador hubiera comenzado con él, ignorando las luchas encarnizadas que hicieron posible la todavía frágil democracia de su país.

Todo esto no significa que Bukele no tenga razón en el diagnóstico crítico que hace de algunos problemas apremiantes de El Salvador. El punto y contrapunto entre la derechista ARENA y el izquierdista FMLN, que hasta el año pasado se habían turnado en el poder, no han logrado conjurar la corrupción pública, ni la violencia criminal ni las profundas desigualdades sociales de los salvadoreños.

Pero el mero hecho de que esa alternancia en el poder ha existido es una conquista fundamental de la democracia de El Salvador. Bukele ganó la presidencia con más del 53% de los votos. Tiene, por tanto, derecho a invocar su condición de “outsider” para forjar un tercer camino político. Mas no tiene derecho alguno a destruir o menoscabar las instituciones democráticas, incluyendo aquellas que hacen oposición a sus propuestas de gobierno.

Rechazo a las normas de la democracia, desdén por sus rivales políticos, exhortación a la violencia popular. La única tendencia autoritaria que Bukele no ha mostrado aún es la de recortar las libertades de los salvadoreños. No ha acumulado todavía el poder que necesita para eso. Y aún está a tiempo de rectificar. Pero los demócratas salvadoreños no pueden darse el lujo de cruzarse de brazos y esperar de forma pasiva esa rectificación. Su responsabilidad es hacerles ver claramente a Bukele y sus aliados que el país no tolerará ningún zarpazo antidemocrático, como el ingreso intimidatorio de policías y militares al Parlamento.

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Lo mismo va para los gobiernos democráticos que tienen influencia política sobre El Salvador a través de alianzas estratégicas y comerciales, subvenciones y préstamos. Algunos diplomáticos acreditados en San Salvador oportunamente le notificaron al presidente que sus gobiernos no verían con buenos ojos cualquier usurpación de poderes, como los que implicaría un autogolpe.

Es un mensaje que merece enfatizarse una y otra vez. Bukele conquistó en las urnas el derecho a gobernar democráticamente, no a erigirse en dictador ni a imponer su voluntad política a la fuerza. Ojalá haya aprendido la lección. De lo contrario tendrán que insistir en ella los demócratas de todo el mundo hasta que la asimile.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.