Bob Dylan y el Nobel de Literatura: entre detractores y apologistas

“De acuerdo con la postura que se tome, puede ser la degeneración de la civilización y la propia literatura para unos, o la justicia divina y la reivindicación histórica para otros”.

Libros publicados por el cantautor Bob Dylan, galardonado con el Nobel de Literatura 2016
Libros publicados por el cantautor Bob Dylan, galardonado con el Nobel de Literatura 2016
Imagen Jonathan Nackstrand/AFP/Getty Images


De manera inevitable al darse a conocer el Premio Nobel de Literatura al cantautor estadounidenses Bob Dylan (Minnesota, 1941), se ha levantado una polémica que, como toda primera reacción, conviene sopesar. A la vieja manera de una perspectiva aristocrática y otra más democrática de la cultura, se levantan detractores y apologistas del premio, de Dylan y del significado social de haber conferido el preciado reconocimiento a un cantautor y artista.

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¿Qué supone el premio a Dylan?

Creemos que al menos tres fenómenos interconectados: en primer lugar el reconocimiento de la Academia Sueca con respecto a otras materialidades de lo literario, y de paso a la presencia de esa condición estética de la lengua en la música popular y particularmente en el rock.

En segundo, justamente, el señalamiento de la frontera entre lo que aún ahora de manera general se considera el imperio de los happy few, y más en países latinoamericanos, la literatura, y el universo más amplio de difusión que permiten el rock, los medios masivos y la cultura popular. Hubo una época en la cual incluso emblemáticamente estas expresiones se consideraban en sentidos contrarios a la expresión y el arte.

Tercero, y quizá la más importante, qué significa lo literario, la literatura, el lenguaje estético para una Academia que hace de la entrega de su premio noticia global en todos los órdenes, y levanta ampollas entre quienes lo consideran injusto, y obtiene loas de quienes consideran justo el reconocimiento.

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Hay que añadir por tanto que el Nobel no es cualquier premio. La Academia Sueca es una institución con reconocimiento único, quizá con procedimientos rígidos y con una visibilidad como pocos premios tienen el mundo; por ello es más que una presea; se trata también de un reconocimiento a los valores, atributos y cualidades del galardonado: la defensa del periodismo, la lucha contra una dictadura, el valor de la experimentación en la lengua, etc. El/la galardonada se hacen icono y símbolo también de esos valores que justifican el principio de lo literario dado en esta institución.

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No hay espacio aquí para hacer la contra-historia del premio con sus omisiones, discusiones, favoritismos y erratas. Hay que subrayar que el Nobel no es solamente un reconocimiento al principio de materialidad básica de la literatura, sino también a los elementos en los que el artista se mueve. No resulta descabellado conceder ese valor “político” con el mismo peso o intensidad a lo que quizá Harold Bloom pudiera llamar “el canon” o el uso de los elementos internos de la lengua. Así el Nobel inequívocamente hay que verlo en varios registros: el textual, literario e inmanente al uso de la lengua; la práctica social de la literatura con los procesos de reconocimiento sobre el escritor o intelectual; y finalmente los movimientos culturales más amplios que hacen por ejemplo que en el siglo XIX el prototipo del escritor se inclinara un poco más a la lírica que a la narrativa, como ahora lo vemos.

Finalmente proponemos también tres orientaciones discursivas en torno a Dylan, el Nobel y la Literatura.

En primer lugar los detractores, los generadores o notas que parodian el hecho del premio a Dylan. Aquí podemos imaginar (es una mera suposición, sin fundamento empírico) algunos sectores dentro de la comunidad de “los literatos” (comillas obligadas) (creadores, críticos, lectores, etc.) que con justa razón demandan no haber concedido el Nobel a autores como Borges, Cortázar, Carpentier en lengua castellana (cada lengua tiene su lista). Así, suponemos, esta corriente podría ironizar que a falta de escritores, ahora se supone haya que buscarlos en otras materialidades y expresiones los sentidos de lo literario.

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Una segunda orientación: los apologistas, encabezados por la generación de Dylan, los amplios públicos del rock y ciertas manifestaciones en la cultura popular estadounidense (y no). Es cierto que en las notas no han pululado las reacciones de euforia y festejo, quizá por lo inesperado mismo del premio.

Finalmente, proponemos quizá con evocación de Stuart Hall una especie de “decodificación negociada” o de una inexistente “postura intermedia” donde la batuta la podrían llevar perspectivas culturales donde se establecen inevitables aclaraciones o matices: por una parte se critica el premio dentro de la lengua dominante del imperialismo cultural y de un género en particular, habiendo decenas de cantautores con mérito y trayectoria análoga en otras regiones, idiomas, estilos y contextos de producción. Ahí con justicia, cabe también suspirar posibles premios para Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui, Silvio Rodrìguez o Vinicius de Moraes, entre muchos otros. Y por la otra –también se suspira– cierta fractura del logocentrismo impreso de la galaxia Gutenberg.

Un Nobel como el de Dylan –en cualquier modalidad de aceptación y reconocimiento–, demanda moverse de lugar para referir el lenguaje literario y la poesía. Cabe señalar que en nuestra ecología cultural los lenguajes y códigos se encuentran más interrelacionados que nunca en medio de lenguajes hipertextuales y múltiples soportes. Las industrias, las artes, las legislaciones, apuntan hacia sistemas más híbridos, mestizos y multimodales donde la imagen, la palabra, el sonido, la tecnología, la poesía, se mueven con más libertad y demandan, como lo advertía Umberto Eco en Obra Abierta desde principios de los sesenta, otra actitud del receptor artístico más vinculada a actitud activa y participativa que a la tradicionalmente reflexiva, solitaria y quieta.

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Carlos Monsivais, celebre ensayista mexicano había ya reflexionado sobre las formas de lo “culto” en lo popular, y cómo lo “popular” ha alimentado históricamente lo “culto”. En la música vernácula y en la poesía abundan los ejemplos de prestamos, intertextualidades y expresiones que por encima de reconocimientos institucionales o cánones reconocen el título de “literario”. Por extensión hay casos de escritores y particularmente poetas difundidos como tal, que dialogaron con mucho éxito con formas de expresión que pueden incomodar a sensibilidades más convencionales y decimonónicas.

En suma, estamos en ecologías de más complejidad donde requerimos de otras categorías para definir más que las fronteras, las dinámicas propias en las que la literatura se mueve como expresión verbal. El principio constitutivo de eso que hace casi un siglo el gran Roman Jakobson llamaba “literariedad” pasa también por juegos del lenguajes, usos de una poética popular y un manejo virtuoso para reconstruir lo que a nivel denotativo conocemos como “poético”.

No postulamos una perspectiva equívoca de lo literario donde cualquier uso creativo de la lengua lo haga merecedor, sino de este premio-fenómeno-institución Dylan-Nobel-Poesía Lírica que nos lleva, al menos, a poner estos temas sobre la mesa de discusión global para escritores y no, para lectores y oyentes, para televidentes y usuarios de nuevas tecnologías. Y eso, de acuerdo con la postura que se tome, puede ser la degeneración de la civilización y la propia literatura para unos, o la justicia divina y la reivindicación histórica para otros.

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Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.