La London Symphony Orchestra ha vuelto a Miami por primera vez después de más de 40 años. Fue en julio de 1982 la última vez que la agrupación, una de la de más representativas de Reino Unido, visitó la ciudad y mucho han cambiado Miami y la LSO desde entonces.
London Symphony Orchestra en Miami: un regreso de descubrimientos y consolidación
El programa que trajo que la LSO a Miami fue un homenaje a tres compositores de EEUU y Reino Unidos que marcaron con sus obras el siglo XX de la música de concierto: de Edward Elgar, a Leonard Bernstein y George Walker.


Ahora, bajo la dirección de sir Antonio Pappano, la orquesta se presentó en un teatro que ni siquiera existía la última vez que visitó Miami: el lujoso Knight Concert Hall, del Adrianne Archt Center.
Fue el segundo concierto de la actual temporada de "Clásicos", que concluye este mes con las presentaciones de la Israel Philarmonic (marzo 19) y la National Symphony Orchestra (marzo 22).
El programa que trajo que la LSO a Miami fue esencialmente un homenaje a tres compositores, uno de Reino Unidos y dos de EEUU, que marcaron con sus obras el siglo XX de la música de concierto en ambos países: Edward Elgar, Leonard Bernstein y George Walker.
Fue precisamente una poco conocida obra de Walker la que comenzó la noche: la Sinfonía n.º 5, la última del compositor afroamericano que fue quizás también su canto de cisne: la creó cuando tenía la gloriosa edad de 94 años.
Es una pieza que resume en gran parte el enfoque innovador de la obra de Walker para la escritura orquestal, combinando tonalidades contemporáneas con formas tradicionales que, en conjunto, crean un sentimiento oscuro de incomodidad, tragedia y fatalidad.
Ese era el sentido quizás que buscaba el compositor: la sinfonía fue su protesta y respuesta ante la masacre de nueve afroestadounidenses en una iglesia de Charleston, Carolina del Sur, en 2015.
Aunque la obra fue concebida por Walker para ser acompañada de un video e, incluso, de poemas para ser recitados por sopranos como una visión total y multisensorial de la pieza, este deseo no se materializó en esta presentación, que optó por la opción puramente sinfónica.
La composición es accidentada y extraña, llena de disonancias y saltos en tonos y coloraciones que crean una sensación de desasosiego e incertidumbre. Es, de alguna forma, un grito de Walker contra los años de opresión racial y una propuesta de rupturas de convenciones musicales.
La LSO la interpretó con corrección y su propia elección para el programa fue la primera muestra del nuevo giro que ha dado Papanno a la agrupación desde que comenzó su época como director, con una orquesta más expresiva y experimental.
Fue también el momento en que la percusión dio señales de su presencia y brilló al crear momentos de impactante sonoridad.
De Bernstein a Elgar
Sin embargo, el momento de mayor lujo y virtuosismo musical de la noche vino de Serenata de Bernstein, un concierto para violín en cinco movimientos inspirado en el Simposio de Platón.
La pieza comienza con un solo para violín, que luego entrega el tema principal a la orquesta para su desarrollo. La holandesa Janine Jansen logró trasmitir en cada movimiento tonalidades diferentes y la intensidad y colores que logró como solista se consolidaron con una orquesta que logró mantener durante toda la pieza la precisión técnica, el balance y la cohesión.
El momento más brillante fue quizás la interpretación del cuarto movimiento, un bellísimo adagio llamado Agathon, en el que Jansen demostró un dominio magistral de la intensidad y el control sobre el instrumento.
El quinto y último movimiento fue un momento de apoteosis para las cuerdas, no solo para la violinista solista, sino también para la primera viola de Eivind Ringstad y el cello de Rebecca Gilliver, que alcanzaron momentos de una brillantez y versatilidad admirable.
El cierre de la noche vino con una pieza que es parte fundamental de repertorio británico y de la LSO: las Variaciones Enigma, de Elgar.
La conexión de orquesta con Elgar es conocida: de hecho, fue Elgar quien llevó a la LSO en su primera gira en 1905 y por más de un siglo, las obras del compositor han sido parte de la sonoridad más representativa de la agrupación (de hecho, tocaron un tema de las variaciones para la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012).
Fue precisamente ese tema, el adagio conocido como Nimrod, en el que la orquesta lució uno de los momentos más brillantes de la noche bajo la dirección de Pappano, cuya conducción logró transmitir el carácter distintivo de cada variación manteniendo al mismo tiempo una interpretación general coherente.
Las exigentes 14 variaciones, por sus cambios de tonalidades, son un reto para muchas orquestas, pero la interpretación de la LSO dio lugar no solo a momentos de lujo para solos (otra vez, la viola de Ringstad y el cello de Gilliver o el clarinete de Sérgio Pires, sino que permitió a toda la agrupación lucir unificado, especialmente en las exuberantes armonías y las amplias frases que demanda esta pieza de Elgar.
La sección de fugato del final ("E.D.U.") fue una muestra de interpretación en conjunto ajustada y precisión rítmica que dejó el grato sabor de que se estaba por terminar un concierto de una orquesta exquisita, dinámica y de una versatilidad propia.