La política migratoria de Trump le está cerrando las puertas de EEUU a refugiados de todo el mundo

Como parte de la ofensiva de Donald Trump contra la migración legal e indocumentada, el presidente republicano ha trastocado el programa de refugiados.

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Cuando el presidente Donald Trump suspendió el programa de refugiados el primer día de su actual gobierno, dejó en un limbo a miles de personas en todo el mundo que estaban muy cerca de comenzar una nueva vida en Estados Unidos.

Muchos ya habían vendido sus pertenencias o cancelado sus contratos de alquiler. Habían entregado muchos documentos para respaldar sus casos, habían sido entrevistados por funcionarios estadounidenses y, en muchos casos, ya tenían los boletos de avión para volar a Estados Unidos.

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Como parte de la ofensiva de Trump contra la migración legal e indocumentada, el presidente republicano ha trastocado el programa de refugiados, vigente desde hace décadas y que ha servido como un faro para quienes huyen de la guerra y la persecución.

En octubre reanudó el programa pero estableció un mínimo histórico de admisiones: solo 7,500 refugiados, en su mayoría sudafricanos blancos. Una serie de nuevas restricciones fue anunciada después de que un ciudadano afgano fue acusado por el tiroteo de dos miembros de la Guardia Nacional en Washington DC.

El gobierno de Trump también planea revisar a los refugiados admitidos durante la administración demócrata de Joe Biden. Ha citado preocupaciones económicas y de seguridad nacional para justificar sus cambios.

Según el gobierno, unas 600,000 personas estaban en proceso de ser aceptadas como refugiadas cuando el programa se detuvo. Docenas de sudafricanos blancos han sido admitidos este año. Pero solo alrededor de un centenar de otros refugiados han podido ingresar gracias a una demanda presentada por defensores que buscan reactivar el programa, dijo a la agencia AP Mevlüde Akay Alp, abogada del caso.

“Es importante que no abandonemos a esas familias y que no abandonemos a los miles de personas que confiaban en la promesa de venir aquí como refugiados”, dijo Akay Alp, del International Refugee Assistance Project.

AP habló con tres familias cuyas vidas han sido trastocadas por los cambios en las políticas migratorias.

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Una familia separada por restricciones más estrictas

Los Dawood esperaron durante años la oportunidad de llegar a Estados Unidos. Tras huir de la guerra civil en Siria, se establecieron en el norte de Irak. Esperaban encontrar un lugar que ofreciera mejor atención médica para una hija que había caído desde el cuarto piso de su edificio.

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Después de ser aceptados como refugiados, el hijo Ibrahim y su hermana Ava se mudaron a New Haven, Connecticut, en noviembre de 2024. Sus padres y otro de sus hermanos debían volar en enero. Pero, dos días antes de abordar el vuelo, la madre, Hayat Fatah, se desmayó durante un chequeo médico y su salida fue pospuesta. Mohammed, otro hermano, no quiso dejar atrás a sus padres.

“Yo dije: ‘Ya está. La oportunidad se perdió’. Pero tenía que quedarme con mi padre y mi madre”, dijo Mohammed.

Casi un año después, él y sus padres siguen esperando. Sin una tarjeta de residencia, Mohammed no puede trabajar ni salir de su ciudad, Erbil. La familia sobrevive gracias al dinero que envían parientes en el extranjero.

Mohammed tenía sueños para su nueva vida en Estados Unidos: iniciar un negocio o terminar sus estudios para ser ingeniero petrolero; casarse y formar una familia. “Dentro de un año, dos años o cuatro, esperaré con la esperanza de que podré ir”, dijo.

En Estados Unidos, Ibrahim suele despertarse temprano para dar tutorías en línea antes de ir a su trabajo como profesor de matemáticas en una escuela privada, y luego cuida de su hermana al regresar. Dice que su madre llora a menudo porque desearía estar en Estados Unidos para ayudar.

Ibrahim asegura que un consuelo ha sido la bienvenida que ha recibido. Voluntarios los llevan a citas médicas frecuentes y los ayudan en su adaptación.

“Realmente aprecio la amabilidad de la gente”, dijo.

Tras una década en el limbo, un pastor chino se pregunta cuándo llegará su turno

El cristiano chino Lu Taizhi huyó a Tailandia hace más de una década por temor a la persecución religiosa. Ha vivido desde entonces en un limbo legal mientras espera ser reasentado en Estados Unidos. Dijo que siempre ha admirado a Estados Unidos por lo que considera su carácter cristiano: un lugar donde él y su familia “pueden buscar libertad”.

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Se mostró decepcionado de que personas como él, que solicitaron estatus de refugiado legalmente, enfrenten tantas dificultades para ingresar.

“Me opongo a la inmigración ilegal. Muchos son falsos refugiados; nunca enfrentaron opresión. Estoy en contra de eso”, dijo a AP Lu. “Pero espero que Estados Unidos pueda aceptar a gente como nosotros, refugiados reales que enfrentamos opresión real (...) Es realmente decepcionante”.

Lu proviene de una larga tradición de disidencia: nació en una familia catalogada como “elemento hostil” por el Partido Comunista chino debido a sus tierras y a sus vínculos con un partido rival. Maestro y poeta, se interesó en la historia prohibida, escribiendo homenajes a la sangrienta represión de Tiananmén en 1989.

En 2004 fue arrestado después de que la policía encontrara poemas y ensayos que publicó en secreto criticando al gobierno y al sistema educativo. Tras ser liberado, se convirtió al cristianismo y comenzó a predicar, lo que atrajo la atención de las autoridades. Durante años, oficiales tocaron a su puerta para advertirle que no organizara protestas ni publicara comentarios contra el partido.

Con la llegada al poder de Xi Jinping, los controles se endurecieron. En 2015, cuando Pekín arrestó a cientos de abogados de derechos humanos, Lu huyó con su familia. Tras viajar por el sudeste asiático, se establecieron en Tailandia, donde solicitaron estatus de refugiado ante la ONU.

Ocho años después, la ONU les informó que Estados Unidos había aceptado su solicitud. Pero su primer vuelo, en abril de 2024, fue pospuesto porque los pasaportes de sus hijos habían vencido. Un segundo vuelo, para el 22 de enero de 2025, fue cancelado sin explicación, y el más reciente, programado para el 26 de febrero, fue cancelado tras la toma de posesión de Trump. Su caso ha quedado en pausa indefinida, dijo Lu.

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Hoy, Lu sobrevive con un salario mínimo como maestro y pastor en el norte de Tailandia. Está separado de su esposa e hijos, que viven en Bangkok, pero dice que no tiene opción si quiere mantener a su familia.

“Apoyo totalmente todas las políticas de Trump porque creo que solo el presidente Trump puede desmantelar al PCCh”, dijo Lu, usando el acrónimo del Partido Comunista Chino. “Así que no me quejo. Solo espero en silencio”.

Refugiados viven en temor

Louis llegó a Estados Unidos como refugiado en septiembre de 2024. Dejó atrás a su esposa y dos hijos en África Oriental, con la esperanza de reunirse pronto con ellos. Pero ese sueño se desvaneció con el regreso de Trump a la Presidencia.

Louis, quien pidió ser identificado solo por su nombre por temor a que hablar públicamente afecte su caso, fue notificado en enero de que su solicitud para traer a su familia había sido congelada debido a los cambios en las políticas. Ahora viven separados por miles de kilómetros sin saber cuándo podrán reencontrarse.

Su esposa, Apolina, y los niños, de 2 y 3 años, están en un campo de refugiados en Uganda. Louis está en Kentucky.

“No quiero perderla, y ella no quiere perderme”, dijo Louis, quien fue reasentado con ayuda del Comité Internacional de Rescate. “La esperanza que tenía se fue apagando poco a poco. Pensé que nunca volveríamos a vernos”, dijo.

Las familias de Louis y Apolina solicitaron estatus de refugiados tras huir de la guerra en la República Democrática del Congo. La solicitud de Louis, presentada por sus padres, fue aprobada. La de Apolina, presentada por los suyos, no. Confiaban en que la reunificación familiar facilitaría traerla a ella y a los niños.

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Apolina pensaba que, como esposa de un refugiado, podría reunirse con él en menos de un año. Él trabaja ahora en una fábrica de electrodomésticos y ya solicitó la residencia permanente.

La separación ha sido dura para ella y los niños, que viven en una tienda de campaña. El más pequeño, de 7 meses cuando Louis se fue, llora cada vez que lo ve por videollamada. El mayor pregunta constantemente dónde está su padre y cuándo lo verá.

Apolina teme que, con el paso del tiempo, los niños olviden a Louis. “Me siento terrible porque extraño mucho a mi esposo”, dijo Apolina en una llamada desde Uganda. “Rezo para que Dios le dé paciencia hasta que nos volvamos a ver”.

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