Esta es la extraordinaria historia de una familia de 7 enanos que sobrevivió a los Nazis en Auschwitz

Eran conocidos como la Tropa Liliput. Eran siete hermanos enanos y dos hermanas de tamaño normal que además de tener que lidiar con los retos de sus distintos tamaños tuvieron que sobrellevar las penurias que vivieron los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En el libro 'En nuestros corazones éramos gigantes', traducido este mes al español, se cuenta esta historia casi imposible.

La familia famosa familia hungara Ovitz, logró sobrevivir al campo de concentración Auschwitz.
La familia famosa familia hungara Ovitz, logró sobrevivir al campo de concentración Auschwitz.
Imagen Cortesía Editorial Planeta

Las puertas del tren que por días había arrastrado como bestias a cientos de judíos húngaros se abrieron y una bocanada de aire fresco pareció alentar a esas almas casi moribundas que sin saberlo habían llegado finalmente a Auschwitz, el campo de exterminio que en la Segunda Guerra Mundial asesinó a más de un millón de judíos.

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Entre gritos grotescos en alemán y ladridos de perros, los comandantes de la SS vigilantes en esa media noche del 19 de mayo de 1944, no pudieron dejar de notar entre la multitud a una familia de siete enanos -muy bien vestidos, y aún con algo de maquillaje teatral puestos sobre sus ojos- que empezaron a descender uno a uno del tren del que habían milagrosamente sobrevivido considerando su tamaño: no más que el de una niña de cinco años.

Se trataba de la Tropa de Liliput, una famosa familia húngara de apellido Ovitz que había cosechado reconocimiento con sus espectáculos circenses elegantes y su música por toda Europa Central y que, de hecho, hacía tan solo unos días, al abordar el tren, habían sido acosados por algunos de los otros judíos compañeros de vagón para que les dieran autógrafos.

Eran en realidad una tropa de 12: “Puestos a un lado, se aferraron con desesperación los unos a los otros en un anillo cerrado: los siete enanos, las dos hermanas altas, Dora la cuñada y sus dos hijos. Esta extraña e inmóvil espiral de doce atrajo la atención de los hombres de la SS”, cuenta el libro ‘En nuestros corazones éramos gigantes’ recientemente traducido y lanzado en español por editorial Planeta en donde se recoge la saga sorprendente de esta familia durante la Segunda Guerra Mundial.

Los guardias Nazis, a pesar de la hora, de inmediato mandaron a llamar al doctor Joshep Mengele. Si bien un enano o dos podría haber parecido una muestra despreciable para la afamada colección de “fenómenos” con los que aquel hombre llevaba horrendos experimentos en el campo de concentración, una familia de siete enanos resultaba a todas luces de un tremendo valor. Con este hallazgo los comandantes de rango menor se agraciarían con el que era conocido como el 'Ángel de la muerte'.

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Mengele se había inscrito al partido Nazi en 1937, gozaba de una belleza aún resaltada en los libros de historia, había hecho largos estudios sobre el labio leporino y el paladar hendido y al igual que su mentor, el profesor Von Verschuer, estaba convencido de que las enfermedades hereditarias podían ser mejor estudiadas dentro de grupos familiares completos. Al oír de un grupo de 7 enanos se levantó y le pidió que los alejaran de las cámaras de gas y los llevaran a su clínica.

Recluídos entre gitanos, gigantes y mellizos, a los Ovitz no les cortaron el pelo, no los sometieorn a trabajos físicos, los dejaron permanecer con su ropaje caro y extravagante que pudieron conservar a pesar de perder sus equipajes en el tren, porque astutamente al dejar su casa habían decidido ponerse encima todos sus mejores trajes aunque los hiciera ver más regordetos. Sin embargo, sí los marcaron con número en su brazo izquierdo.

Aunque al principio pensaron que serían sus dotes para el divertimento, que habían aprendido de su madre, las que los salvarían, pronto se darían cuenta de que en realidad la condición que habían heredado de su padre era la que marcaría su destino.

Cada tantos días los doctores nos sacaban sangre. La noche anterior teníamos que ayunar. Era una gran jeringa y la cantidad que extraían era enorme. Debilitadas por el hambre a menudo nos desmayábamos. Eso no detenía a Mengele. Nos hacía acostar y cuando recuperábamos el sentido continuaba chupándonos la sangre. Las enfermeras y los doctores también eran prisioneros judíos, pero no intentaban hacérnoslo más fácil”, cuenta Perla Ovitz, la más joven de la familia, en el libro que de hecho fue construido con sus recuerdos y testimonios.

Un día, al séquito de enanos que ya empezaban a generar todo un mito dentro del campo de cocnentración, fueron llevados de viaje por Mengele, un viaje para el que incluso les regaló caros polvos y labiales a las pequeñas mujeres. Cuando con sus mejores galas llegaron a un auditorio lleno de oficiales de la SS y fueron dispuestos en línea en el escenario oyeron un grito inesperado: ¡Desnúdense! Estaban ahí para servir de prueba de las investigaciones que el temible Mengele estaba adelantando con su sangre. Cientos de hombres se acercaron, tocaron sus cuerpos, midieron sus huesos y hasta prometieron que sus esqueletos estarían exhibidos en un museo de Berlín.

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Los enanos fueron estratégicos en no oponerse a ninguna de las pruebas extrañas a los que los sometían el médico: les extrajeron médula ósea, dientes sanos, les depilaron pelo y pestañas, y realizaron pruebas psicológicas y ginecológicas en todos ellos. A la final, por rumores, la familia sabía que más 400 judíos húngaros eran asesinados al mes en ese lugar.

Soportaron y el final, cuando llegó, fue rápido. En enero de 1945, Mengele y su ejército se enteraron de que los rusos se acercaban y recogieron sus informes sin dejar rastro y huyeron.

La posibilidad de que dos miembros de una familia sobreviviera a Auschwitz era impensable, pero los siete enanos y los otros cinco Ovitz lograron regresar a su casa en Transilvania y desenterrar algunas de las fortunas que habían escondido. Luego todos migraron a Israel, en mayo de 1949, en donde a los tres meses retomaron sus espectáculos e intentaron volver a la vida normal.

A pesar de lo vivido, las expectativas de vida de los miembros de la familia no se vio afectada. Rozika, alcanzó la edad 98 y su hermana Franziska de 91. Perla Ovitz, la narradora de la historia recogida por los autores Yehuda Koren y Eilat Negev, murió en septiembre de 2001.

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