TAMPA, Florida.- El cierre de gobierno más largo en la historia de Estados Unidos ha paralizado agencias, retrasado pagos y puesto en vilo los beneficios alimentarios de millones. Pero mientras en Washington las negociaciones avanzan a paso lento, en barrios y pueblos del país la vida cotidiana no se detiene.
Ciudadanos se organizan para ayudar durante el cierre de gobierno más largo de la historia
Vecinos de todo el país crean redes solidarias para suplir servicios suspendidos durante el cierre de gobierno.

Frente a la incertidumbre, ciudadanos comunes están tejiendo redes de apoyo improvisadas: cocinan, reparten víveres, guían turistas o recaudan fondos para mantener encendida una llama de esperanza que, según ellos, no depende del Congreso sino del sentido de comunidad.
Todo comenzó con una reunión casual en una cervecería del panhandle de Florida. Era finales de octubre cuando una emprendedora, una profesional del marketing, una dueña de restaurante y una trabajadora social se sentaron a discutir cómo ayudar a familias que temían perder sus beneficios del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria ( SNAP).
En pocas horas nació Pensacola Grocery Buddies, una iniciativa que conecta a personas con inseguridad alimentaria con vecinos dispuestos a pagar o entregar sus compras del supermercado.
En apenas dos semanas, el grupo ya había conseguido más de 300 emparejamientos y recaudado más de 10 mil dólares. Hale Morrissette, de 35 años, directora operativa de la organización local ROOTS y una de las fundadoras, dice que la respuesta ha sido abrumadora. “Todo el mundo está dando un paso al frente”, afirma. “No se trata de política. Se trata de servicio y de cuidar unos de otros”.
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La solidaridad se extiende a todo lo largo y ancho del país
Esa misma idea se repite cientos de kilómetros al norte, en Oklahoma City. Allí, el cierre dejó sin trabajo temporal a los guardabosques del Servicio de Parques Nacionales que suelen guiar a los visitantes del Memorial Nacional. En su ausencia, voluntarios locales han asumido la tarea. Entre ellos está Pat Hall, un lobista estatal de 74 años y fiduciario del museo cuya esposa sobrevivió al atentado de 1995 que mató a 168 personas. “Me honra mantener viva la llama”, dice Hall, después de ofrecer un recorrido a un grupo de estudiantes que viajó tres horas en autobús para visitar el sitio. “Después de la explosión, entendimos que nuestra vida debía ser para dar, no para tomar.”
Ese impulso de dar también movió a Molly Kerrigan, recién graduada universitaria en Charlotte, Carolina del Norte. Inspirada por la historia de Pensacola, creó un capítulo local de Grocery Buddies. “Los bancos de alimentos están saturados”, explica. “Esto nos da una forma de ayudar directamente, cara a cara, y recuperar el sentido de agencia en medio del caos.”
En Washington, la exfuncionaria del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas Anna Culbertson enfrentó su propio despido antes del cierre. Junto a colegas, fundó 27 UNITED, una red de exempleados del NIH dedicada a organizar donaciones de alimentos y apoyo psicológico para trabajadores federales sin sueldo. Colocaron cajas de recolección en cafeterías y eventos de protesta, improvisando una red solidaria en la capital. “No somos activistas profesionales”, admite Culbertson. “Somos científicos que ayudan porque no sabemos hacer otra cosa.”
En el otro extremo del país, estudiantes de la preparatoria Norte Vista High School, en Riverside, California, intensificaron su labor comunitaria ante los recortes de asistencia. Bajo la coordinación de la trabajadora social Jaymee O’Rafferty, el plantel lanzó “Thanksgiving Hands”, un servicio de entrega puerta a puerta de alimentos para familias necesitadas. “Nuestros alumnos ya entienden la necesidad”, dice. “Si tienen diez latas, donan cinco.”
Mientras en el Capitolio los legisladores negocian cómo reabrir el gobierno, estas iniciativas se multiplican. En Pensacola, Morrissette prepara un nuevo evento, “Neighbors’ Night Out”, para el 15 de noviembre. Además de recaudar fondos, planea pinchar música como DJ. “Vamos a bailar, cantar y reírnos”, dice. “Porque necesitamos alegría en un mundo que a veces nos dice que no hay esperanza.”
El cierre aún no termina, pero para muchos estadounidenses la lección ya está escrita: cuando el gobierno se apaga, la gente se enciende.
























