MANHATTAN, Nueva York. El doctor Harold Fernández tiene una voz dulce, de esas que hacen que un paciente sienta seguridad de hacer preguntas, de expresar sus inquietudes. Quizás ese tono viene de su esperanza. Es que durante nueve años, Fernández abrió su camino en Estados Unidos firme en ese inquieto sueño de ser doctor, pero también entre una buena dosis de incertidumbre al saberse indocumentado.
De indocumentado a cirujano en un hospital de Long Island
Tras pasar en Estados Unidos varios años sin documentos, las experiencias del doctor Harold Fernández y su formación familiar han informado su gestión como jefe de cirugía cardiovascular en el Southside Hospital en Long Island, Nueva York.

Estudió en Harvard y en Princeton, dos de las grandes instituciones universitarias del país, y hoy día como ciudadano, este colombiano es el jefe de cirugía cardiovascular en el Southside Hospital, en Long Island.
Pero antes, la ansiedad por no tener papeles era una compañera del camino. Como tantos más, tuvo miedo: "Por mis padres, siempre con el miedo de que ellos no fueran a regresar a la casa después del trabajo, de que quizás Inmigración los iba a coger y por mí mismo, de estar en Princeton con el miedo de que alguien se fuera a dar cuenta".
Su cúmulo de experiencias, inevitablemente, ha forjado el carácter del cirujano que hace unos años publicó el libro Undocumented: My Journey to Princeton and Harvard and Life as a Heart Surgeon (2012).
" Muchas de las cosas que he aprendido en la vida no las aprendí en Princeton o Harvard sino de mis abuelas, en un pueblo del centro de Medellín", explica Fernández en torno a cómo su historia de vida y las circunstancias han marcado su práctica.
Desde su cotidianidad, comparte que procura tratar a los demás, especialmente a sus pacientes, con compasión y recordarle a la comunidad el papel de la educación para salir adelante.
El apoyo a la comunidad indocumentada se le hace inevitable porque al fin y al cabo, vivir las cosas nos acerca más a determinadas realidades.
Por eso se hace solidario con quienes vivan lo que él experimentó por casi una década y, especialmente, con los que se han visto golpeados por "la nueva administración que ha hablado de una forma tan violenta contra estas personas".
A su juicio, ahora más que nunca, el paciente hispano "debe informarse más, participar más en la salud, la educación y hasta los movimientos políticos que existen".
"Desde la medicina queremos mandar un mensaje a la comunidad latina: Nada va a cambiar en términos del cuidado médico, del cuidado que van a recibir en los hospitales, que los doctores todavía van a tener las puertas abiertas para tratarlos, para verlos. Que nada va a cambiar en enero 21 cuando la administración cambie".
El sosiego que transmite se entremezcla con la incomodidad que le causa la retórica del presidente electo Donald Trump y dice con certeza que "la mayoría de la gente que viene de nuestros países viene a luchar, a vivir con dignidad, a buscar oportunidades". Es importante que eso se demuestre, afirma el cirujano que llegó a Estados Unidos a los 13 años junto a su hermano, en una noche del 1978.
"No es que uno quiera que todos los indocumentados o los inmigrantes sean doctores o abogados, pero es gente que vienen acá con sueños y muchos de ellos están haciendo trabajos que otra gente no haría", señala.
Desde la óptica de Fernández, ese ahínco merece que ser valorado en la sociedad.
El valor de hablar
Contar nuestras historias llena de fuerza y reivindica en distintos momentos de la vida, especialmente cuando uno se siente al borde de un abismo.
Fernández da fe de ello, primero como estudiante y años después, a través de su libro Undocumented.
Mientras estudiaba en Princeton, un día el decano de estudiantes del extranjero le envió una carta a Fernández de que tenía que mostrar sus documentos. En ese entonces, Fernández no tenía esos documentos.
"No sabía en quién confiar. Sabía que no podría llamar a mis padres porque se iban a morir de ansiedad", relata quien terminó recurriendo a un profesor de esos inspiradores que uno se topa en el camino. En su historia, ese profesor fue Arcadio Díaz Quiñones, un académico puertorriqueño que durante tiempo se ha labrado el respeto y el prestigio de muchos.
"Le pregunté si tenía un tiempo para hablarle. Y me puse a llorar. Lloré por cinco minutos antes de poder hablar una palabra", recuerda.
Encontrar personas así puede sanar a uno, contar historias en general, tiene ese efecto. Fernández terminó haciendo eso en su libro de memorias por él, pero más todavía, por los demás, para enfrentar el sentimiento antiinmigrante que venía notando en el discurso público.
"Quería contar mi historia y la de mi familia, una familia que no vino a este país a hacerle daño a alguien sino a trabajar, a esforzarse. No a ser criminales sino a vivir el sueño americano. Quería mostrarle al resto de la población americana, que no tienen por qué tener miedo", expone.
A juicio de Fernández, ése es el problema de estos tiempos recientes: que el presidente electo, especialmente, ha hecho creer que hay que tenerle miedo a los indocumentados, subraya Fernández. Ideas así, le han dolido, asegura el doctor.
En el hospital universitario Hofstra Northwell, Fernández lidera un programa de cirugía cardiaca para quienes por tener el corazón muy débil, no se les puede hacer un transplante. "Pero les ponemos una pompa para que sigan una vida normal".
Eso que Fernández busca con sus pacientes, de que sigan una vida normal, se parece a lo que persigue al tratar de empoderar a los hispanos. De que tengan documentos o no, que aspiren a educarse y se preocupen por su salud en vías de una vida mejor.
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