*Este artículo se publicó en Gizmodo el 30 de octubre de 2016 y su autor es Miguel Jorge.
"Cuando te tenga a solas te voy a cortar en pedacitos y nadie te va a encontrar"
La historia de la misteriosa desaparición y muerte de una residente de Anaheim (California) en la década de 1980 que fue seguida de una tortura telefónica a los padres de la víctima. Este caso jamás se resolvió.

Los Ángeles, California.- Durante años la señora Scott recibía la misma llamada a la misma hora de la mañana. Aunque familiar, jamás supo de quién se trataba. Parecía claro que era un hombre cuyo timbre de voz sonaba distorsionado. Todas eran llamadas de unos pocos segundos, lo suficiente para saber que ese hombre tenía a su hija.
El cine de terror y suspenso nos ha mostrado en muchas ocasiones cómo una simple llamada de teléfono puede ser el peor de los horrores psicológicos. Las hay de muchos tipos y probablemente las que amenazan bajo el amparo del anonimato son las más crueles. Por eso, el caso real ocurrido en 1980 es todavía más perturbador. Una llamada que se repitió durante años y que no se dirigía a la víctima, sino a aquellos que sufrieron su desaparición.
Este caso ocurrió en la ciudad de Anaheim, que se encuentra en el condado de Orange, en el sur de California. En términos de población es la décima ciudad más grande del estado y en ella destaca sobremanera su parque temático más famoso, Disneyland.
Fundada por 50 familias alemanas a mediados de 1800 (de ahí su nombre), a principios del siglo XX fue tristemente conocida por ser “hogar” del grupo supremacista blanco Ku Klux Klan, momento en que el colectivo se encontraba probablemente en la cima de su influencia y popularidad en el país. Hoy, afortunadamente, aquello es cosa del pasado y Anaheim es una ciudad eminentemente industrial.
Sin embargo, en la década de 1980 la ciudad fue azotada por dos noticias ciertamente extrañas y conectadas entre sí. En primer lugar se produjo una epidemia de insectos y bichos que azotó a toda la ciudad y que ocasionó graves daños a las hectáreas y áreas de cultivo de la colonia.
Y en segunda lugar, un caso de desaparición que hasta la actualidad sigue sin resolverse. Un caso donde alguien quiso extender la psicosis durante mucho tiempo.
¿Está Dorothy en casa?
No había ningún patrón que seguir, ni siquiera una hora o momento en el que pudiera estar atenta. Simplemente ocurría durante el día, cuando estaba trabajando, y en el teléfono de la empresa. Las últimas llamadas habían subido el nivel de violencia, tanto que Dorothy acudió en busca de ayuda externa tras la última serie de mensajes:
"Ok, lo haremos a mi manera, y cuando te tenga a solas, te voy a cortar en pedacitos y nadie te va a encontrar".
Como recordarían sus allegados, las llamadas telefónicas habían comenzado varios meses atrás. Al principio en un tono más “cordial”, una voz masculina claramente obsesionada con Scott que se revelaba como un ferviente admirador de la joven. Le decía que la quería conocer pero jamás daba el paso para pedirle una cita.
Durante semanas, el sujeto llamaba por unos segundos, le decía lo guapa que era y poco después colgaba. Pasaron los días y las que eran llamadas de adulación comenzaron a convertirse en una broma de mal gusto. A menudo con cierto contenido sexual, el hombre fue modificando su discurso pasando al resentimiento y la violencia verbal.
Finalmente las llamadas fueron realmente serias y dejaron a Scott en un clima de ansiedad. El tipo le decía que sabía cómo iba vestida ese día o las compras que había realizado en el supermercado el día anterior. Le hizo saber que dondequiera que fuese, él la iba a seguir. Tras el macabro mensaje final, ella se alertó y comenzó a tomar clases de karate e incluso estaba pensando en comprarse un arma de fuego.

Dorothy Jane Scott era una madre soltera de 32 años que vivía con su hijo de 4 años en la casa que le había dejado su tía en la ciudad de Anaheim. La chica trabajaba como secretaria en la tienda Swingers Psych, un establecimiento de artículos de segunda mano donde entonces se podían encontrar todo tipo de rarezas y objetos que sus dueños cambiaban por dinero. Era un local grande que en aquella época tuvo gran éxito y donde solían acudir tanto locales como turistas curiosos.
Pero a Dorothy no la solía ver ninguno de los clientes, solo los empleados del negocio. Su oficina se encontraba en la trastienda, nada que ver con el ajetreado día a día del Swingers Psych abarrotado de gente de lo más variopinta. Sus compañeros decían que su trabajo era más “ de telefonista” para atender clientes o responder preguntas sobre el funcionamiento del negocio.
La mayoría de quienes la conocían hablaban de Scott en los mismos términos. Una joven que trataba de salir adelante con su hijo pequeño Shawn, una chica profundamente religiosa a la que muy pocas veces se le había visto de ocio por la ciudad.
Rara vez tenía una cita y solía trabajar desde primera hora de la mañana hasta la noche, en la mayoría de las ocasiones dejaba a su hijo bajo el cuidado de sus padres. Era muy trabajadora y se había ganado la confianza de los jefes. Era, sin duda, una mujer amable y luchadora a la que no se le conocía una relación turbia. Quizás por ello, aquellas llamadas extrañaron tanto.
La misteriosa desaparición
La pesadilla comenzó el miércoles 28 de mayo de 1980. El día había amanecido con lluvia y viento. Como en otras ocasiones, Dorothy acudió a casa de sus padres para dejarles a Shawn. Ese día se había levantado un poco antes. Los jefes habían programado una reunión de la plantilla antes de comenzar la jornada.
Scott llegó puntual y esperó sentada en una silla al comienzo de la reunión. Allí fue viendo pasar uno por uno a los empleados que iban llegando. De repente, observó a su compañero Conrad Bostron. Su cara lo delataba, el chico debía estar enfermo o con alguna dolencia por la cara que traía. A mitad de la reunión Bostron decidió que no podía más y comunica al resto de compañeros que se tiene que marchar.
Conrad se tambalea y Dorothy entonces se fijó en su brazo. El chico tenía una pequeña inflamación, una línea marcada por el brazo que no pintaba nada bien. Asustada al verla, Dorothy se ofreció a llevarle a la sala de emergencias de un hospital para que le pudieran evaluar cuanto antes. Junto a Dorothy se suma la compañera de ambos Pam Head. Las chicas convencen al joven y enfilan hacia urgencias.
Antes de llegar al hospital se detuvieron un momento en casa de Dorothy (quedaba de camino) para comprobar que Shawn estaba bien. Poco después llegaron a urgencias y los médicos comenzaron la exploración de Conrad, mientras Scott y Pam esperaron en otra sala.
Cuando los doctores dieron el diagnóstico los tres quedaron sorprendidos. La infección que Conrad había sufrido se debía a la picadura de una araña, muy probablemente debido a la plaga que vivía la ciudad por aquellas fechas. Los médicos le pidieron reposo y unas horas más de observación, mientras Pam y Dorothy decidieron aguardar por el joven en la sala de espera del hospital.
Ambas charlaron tranquilamente y luego se dedicaron a leer las revistas que estaban a la mano. Finalmente, llegada la noche, Conrad apareció por la puerta, cansado y aún preguntándose dónde y cómo pudo haberse encontrado con la araña. Bostrom aún estaba algo aturdido, así que Pam decidió quedarse con él. Por su parte, Dorothy se dirigió al coche para acercarlo hasta la entrada de urgencias.
Cuando los dos jóvenes salen por la puerta Dorothy ya se había perdido en el estacionamiento del hospital. Tras unos primeros minutos comenzaron a inquietarse. Dorothy no daba señales. Fueron a la zona de parqueo y no vieron el auto. El desconcierto se convirtió en impaciencia y luego en preocupación.
De pronto pareció que observaron el coche de la muchacha a lo lejos y parecía que tenía los faros encendidos.
El vehículo se dirigía a la zona donde estaban ellos, pero había algo extraño. El coche avanzaba a una velocidad inusual, demasiado rápido como para detenerse. Cuando el auto ya está a pocos metros los focos ciegan a ambos jóvenes, no pudieron reconocer quién va dentro, pero Pam agitó los brazos para que Dorothy detuviera el vehículo.
Lo último que pudieron percibir fue cómo el coche enfiló la recta del parking a gran velocidad para rápidamente desaparecer de la zona de aparcamiento con un giro final a la derecha.
Solo podían entender que Dorothy se dirigía a casa de sus padres.
Pam y Conrad se miraron y no daban crédito. La reacción de ambos fue salir tras la estela del coche. Conrad a duras penas debido a su débil situación. En cambio, Pam llegó rápidamente hasta la curva donde le perdieron la pista al coche pero allí no había rastro del vehículo. Pam volvió hasta Bostrom y le dijo: ¿Qué demonios acaba de pasar?
Lo primero que hicieron fue intentar darle algún sentido a lo que acababa de ocurrir. Pensaron que quizás Dorothy había acudido a casa de sus padres tras una posible llamada. Quizás le había pasado algo a Shawn y volvería por ellos más tarde.
Pero pasó una hora y no supieron nada de la joven. Pam decidió llamar a los padres de Scott para preguntarles si Dorothy había pasado a recoger a Shawn. Ellos no la habían visto en toda la noche. Tras dos horas sin saber nada, los jóvenes acudieron a la policía para notificar los hechos pero las autoridades no vieron motivo de alarma debido a que había pasado poco tiempo.
Sin embargo, 10 horas después de lo ocurrido, la Policía encontró el coche abandonado de Dorothy a 15 kilómetros del hospital en un callejón de Santa Ana. El coche estaba ardiendo y en el interior no había rastro de Dorothy.
La investigación
En los días que siguieron la Policía comenzó a investigar la desaparición. Al mismo tiempo aconsejaron al padre de Dorothy, Jacob Scott, que mantuviera el silencio ante los medios de comunicación para que las averiguaciones no se entorpecieran.
Todo cambió una semana después de que Dorothy se esfumó. Una mañana sonó el teléfono en casa de los Scott. Vera, la madre de Dorothy, se acercó al teléfono y cuando respondió escuchó al otro lado de la línea una voz masculina que dijo:
-¿Es usted pariente de Dorothy Scott?
-Sí, respondió Vera.
-Pues sepa que yo la tengo, afirmó la voz para luego colgar.
En aquel momento Vera y Jacob, quienes ya lidiaban con el dolor de la desaparición de su hija, decidieron reportar la llamada a la Policía. Aunque las autoridades no le dieron mayor importancia creyendo que se trataba de un descerebrado con ganas de molestar.
Sin embargo, a la semana siguiente volvió a sonar el teléfono otra vez de mañana y entonces Jacob Scott ya no pudo más.
El hombre se puso en contacto con el diario Orange County Register comentándoles el caso de su hija. Se publicó un artículo posterior sobre su desaparición. El mismo día que al artículo vio la luz el editor del diario Santa Ana Register, Pat Riley, recibió también una llamada directa a su oficina. Una voz masculina le confesó:
Yo la maté. Maté a Dorothy Scott. Ella fue mi amante. Pero la vi engañándome con otro hombre. Ella siempre negó que estuviera con otro, pero yo la maté.

Según explicó Riley tras acudir a la policía, la persona que llamaba debía ser el auténtico secuestrador de Scott. De otra forma no se entendía que le ofreciera detalles que sólo el sospechoso podría saber. Detalles que además no fueron publicados como la bufanda roja que llevaba Dorothy la noche de su desaparición o la mordedura de araña de Bostron ese día. Según dijo el propio Riley, el hombre aseguró en la conversación que Dorothy le había llamado para decirle que estaba en el hospital.
Sin embargo, cuando la noticia llegó a oídos de la compañera de Dorothy, Pam Head, esta acudió a la policía para comunicarle que no podía ser. Según la joven, Dorothy nunca estuvo lejos de ella en el interior del hospital, excepto una vez para ir al baño, justo antes de salir al parking, por lo que el secuestrador no tendría tiempo para aparecer tras una eventual llamada de Scott.
Los detectives comenzaron a investigar a su círculo más cercano. Revisaron los movimientos del padre de Dorothy, pero este tenía una coartada que lo dejaba libre de cualquier sospecha. El hombre se encontraba esa noche en Missouri. Luego pasaron a investigar a los empleados y círculos de la tienda donde trabajaba Dorothy.
Tampoco hallaron nada y llegaron a la conclusión de que, dado que Scott trabajaba en el interior en una oficina, fuera de la vista al público, era poco probable que el secuestrador fuera un cliente habitual o casual.
La investigación entonces pasó a estudiar casos de acosadores en activo de la zona, delincuentes sexuales que estuvieran libres y vivieran en las cercanías de la ciudad. Nada. Más tarde sondearon su círculo social buscando posibles enemigos potenciales o simplemente, conocidos cuyo comportamiento pudieran ser cuestionable. Tampoco hallaron algo.
Con el paso del tiempo los padres de la joven se desesperaron. Comenzaron a acudir a terceros; primero a un psíquico, luego contrataron detectives privados. Los intentos fueron en vano y la investigación se fue enfriando con el paso de los meses.
La tortura telefónica
En cambio, lo que no paró fueron las llamadas telefónicas a casa de los Scott. Llamadas cada vez más amenazantes. En un momento comenzaron a seguir un patrón. El miércoles por la mañana de cada semana y durante 4 largos años el teléfono volvía a sonar. Y lo hacía siempre cuando Vera estaba sola en casa y su marido estaba en el trabajo. La persona al otro lado de la línea volvía a preguntar: “ ¿Está Dorothy Scott en casa?”, o en el peor de los casos decía “ Yo la tengo”.
Durante todo este tiempo la Policía pinchó los teléfonos de los Scott y la voz de la persona que llamaba fue grabada. Jamás pudieron reconocerla, principalmente porque hacía uso de algún tipo de distorsionador de voz. Además fue imposible localizar las llamadas debido al poco tiempo que estaba en línea.
En abril de 1984 las llamadas se detuvieron. La última de ellas cuando Jacob Scott, en vez de Vera, respondió a la misma. Quien quiera que fuera ese día cambió el patrón y llamó por la noche. Tras este mensaje la tortura psicológica para los Scott terminó y los investigadores especularon que la persona que llamaba supondría que había nuevos inquilinos en la casa.
En agosto de ese mismo año, tres meses y medio después de la última llamada, un trabajador de la construcción se encontró con los restos óseos de lo que parecía un animal en las cercanías de las colinas de Santa Ana, en Anaheim. Se trataba de los restos de un perro, pero debajo de estos y cubiertos ligeramente con un plástico, había algo más.
Eran huesos humanos. Una pelvis, un brazo, dos muslos y un cráneo. Junto a los huesos se encontraba un anillo y un reloj que se había parado a las 12:30 a.m. del 29 de mayo de 1980.
Rápidamente y tras investigar posibles desapariciones, Vera Scott acudió a la policía e identificó el anillo como una pertenencia de su hija dorothy. Una semana más tarde se confirmó que los restos eran los de Dorothy Scott. Una noticia de la que hicieron eco los medios de comunicación y que ponía fin a una parte del calvario de los Scott.
Ni Vera ni Jacob supieron jamás quién o quienes habían matado a su hija. Jacob murió en 1994 y Vera en el año 2002.
Posiblemente el último día que escucharon la voz de este psicópata ocurrió dos días después de que los medios publicasen la identificación de los restos de su hija. Ese día, cuando ya estaban acostados, recibieron una última llamada que fue denunciada a la Policía. Una llamada y una voz tristemente familiar que preguntaba por última vez: “¿Está Dorothy en casa?”.
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