CHICAGO, Illinois. - Todos los días vivimos con una sensación de peligro. Tenemos miedo de ir a la oficina o a la tienda. Tememos a cualquier actividad cotidiana y no sabemos en quién confiar. Y por ahora, no existe una cura.
¿Está ayudando la pandemia de covid-19 a combatir el racismo?
"La pandemia de covid-19, en mi opinión, podría habernos preparado para enfrentar mejor las muchas caras del racismo y lo arraigado que está en nuestra sociedad", dice Andrés Tapia.

Así es la vida diaria en una sociedad racista para muchos afroamericanos en los Estados Unidos.
Seguramente muchos pensaban que me refería a la pandemia.
Las similitudes, de hecho, son muy parecidas. Es una de las razones por la que covid-19, en mi opinión, podría habernos preparado para enfrentar mejor las muchas caras del racismo y lo arraigado que está en nuestra sociedad.
Me doy cuenta que es horrible pensar que se necesitó de un virus que ha matado a casi 130,000 estadounidenses y que ha enfermado a millones, para que una nación haga frente a la división racial. Pero la pandemia generó dos condiciones que, en otros momentos, sin importar qué devastadores, nunca habían existido.
Primero, con covid-19 todos nos sentimos vulnerables, cosa que hasta este momento solamente ocurría a los miembros mayormente de minorías raciales/étnicas –particularmente a los afroamericanos. Quizá sea difícil recordarlo, pero allá por enero del 2020 -que parece una eternidad- a muchos estadounidenses les iba bien. El mercado laboral estaba en pleno crecimiento, demostrado por las tasas de desempleo más bajas en los últimos 50 años, de igual manera la bolsa de valores. El salario para la población más pobre finalmente estaba subiendo, después de años de estancamiento.
Entonces llegó el covid-19 creando una explosión que hizo trizas cualquier sensación de seguridad que todos tenían.
Al virus no le importa si eres rico o pobre, liberal o conservador, profesionista u obrero, rural o urbano. Lo que es peor, la enfermedad no siempre es fácil de detectar. Mucha gente lo puede transmitir sin presentar síntoma alguno. Todo ello nos ha dejado confusos y ha debilitado nuestra confianza. Incluso ni los buenos líderes han sido capaces de detener el virus y el mal liderazgo lo ha empeorado. Este sentimiento continuo de perpetua vulnerabilidad es la manera como muchos afroamericanos viven diariamente.
Salir de casa puede llevarte a ser detenido sin justificación alguna por la policía o ser observado continuamente por guardias de seguridad en cualquier tienda. Significa ser excluido de oportunidades de empleo o tener que trabajar el doble para tener las mismas oportunidades que sus compañeros anglosajones. De manera existencial, ser afroamericano en los Estados Unidos puede significar temer por tu vida sin importar lo que hagas.
Este sentimiento de vulnerabilidad también pasa de generación en generación. Actualmente, los padres les hablan a sus hijos sobre cubrirse con una mascarilla y respetar el distanciamiento social para disminuir sus probabilidades de contagio. Es como “la plática”, cuando los padres afroamericanos dicen a sus hijos que actúen y hablen de cierta manera para evitar ser lastimados por otras personas, incluidos los policías.
Segundo, mientras que todos hemos sido más vulnerables, el virus ha hecho algo más: Ha eliminado muchas distracciones.
Mientras estábamos en cuarentena, no hemos podido ir a un cine, comer en un restaurante, o irnos de vacaciones a un sitio remoto. En contraste, después de la golpiza a Rodney King, la muerte a tiros de Trayvon Martin y la muerte de Eric Gardner por asfixia, después de una pausa entre los anglosajones, fue muy fácil volver a la rutina normal de ajetreo diario.
Pero en estos tiempos no existe una rutina normal. No hay manera de evitar –deliberadamente o de otra manera– las noticias sobre un hombre afroamericano desarmado siendo asfixiado por 8 minutos y 46 segundos por un policía blanco hasta que murió.
Después de la muerte de George Floyd la gente no solo salió a las calles a protestar a pesar de la pandemia; salieron en masa, la mayoría con mascarillas, a causa de la pandemia. La gente tenía una causa –combatir el abuso policial y el racismo institucional– para luchar a nombre de otros.
Además, mucha gente tiene más tiempo en sus manos. Millones de personas han sido descansadas en sus trabajos o perdieron su empleo, y millones más se sienten socialmente inseguros. Las protestas se convirtieron en un escape, una manera de sentir que uno es capaz de tener un impacto. Hace cinco años solo el 51% de americanos pensaban que la discriminación racial era un problema. Una encuesta a principios de este mes muestra que ese número es del 76%.
Y a causa de esas protestas las corporaciones de EEUU lo han notado también. Nunca he visto a empresas moverse tan rápido para donar millones a causas afroamericanas, más compromisos para comprar a negocios de afroamericanos, proclamar su alianza con la justicia racial en sus comerciales y hasta verse en el espejo para descifrar cómo eliminar el racismo en sus filas.
Estas promesas corporativas pueden tomar años en dar frutos, pero sí creo que harán una gran diferencia. Gracias a esta terrible y destructiva pandemia, la gente exigirá que compañías tomen responsabilidad en la igualdad racial.
Todos nos sentimos más vulnerables ahora, lo que nos hace más humildes. Las razones detrás de la vulnerabilidad causada por la pandemia y por el racismo son muy distintas; sin embargo, estamos en un momento donde una sensación compartida de impotencia significa que una mayor empatía tiene posibilidades de generar raíces.
Mientras el coronavirus amenaza con atacar nuestros pulmones, nos ha hecho pensar en lo que significa que cada uno de nosotros pueda respirar y vivir como seres libres.




















