Estados Unidos celebrará en 2026 el 250 aniversario de la Declaración de Independencia, el documento fundacional del país. Dentro de 20 años, celebrará el 250 aniversario del Discurso de Despedida del presidente George Washington, que fue publicado el 19 de septiembre de 1796.
Las preocupaciones de George Washington se están haciendo realidad
El presidente George Washington advirtió en su discurso de despedida sobre el partidismo, el regionalismo, la deuda pública excesiva, líderes ambiciosos y un público poco informado.

Estos dos documentos enmarcan la Revolución de Estados Unidos. Comenzó con el lenguaje inspirador de Thomas Jefferson, quien escribió gran parte de la Declaración de Independencia; y terminó con las sobrias advertencias de Washington, el primer presidente de la nación.
Después de presidir la Convención Constitucional en Filadelfia y servir ocho años como presidente, Washington anunció en un ensayo publicado en un periódico que no buscaría otro mandato y que regresaría a su hogar en Mount Vernon. El ensayo luego fue conocido como el “Discurso de Despedida”.
Washington comenzó su ensayo señalando que “la elección y la prudencia me invitan a retirarme de la escena política”, mientras que “el patriotismo no lo prohíbe”. La nueva nación estaría bien sin su servicio continuo.
Pero la confianza de Washington en la salud general de la unión estaba atenuada por sus preocupaciones sobre los peligros venideros — preocupaciones que parecen sorprendentemente actuales y relevantes después de 229 años.
Enfoque en lo doméstico
El Discurso de Despedida de Washington es famoso por las advertencias de “evitar alianzas permanentes” y resistir la tentación de “enredar nuestra paz y prosperidad en las marañas de la ambición europea”.
Aunque esas advertencias son importantes, no son el tema principal del mensaje de Washington.
Durante cuatro décadas que he enseñado en clases sobre el gobierno de EEUU el Discurso de Despedida, he instado a mis estudiantes a dejar a un lado los conocidos temas de política exterior y aislamiento para leer el discurso por lo que dice sobre los desafíos domésticos que enfrenta Estados Unidos.
Esos desafíos incluían el partidismo, el localismo, la deuda pública excesiva, líderes ambiciosos que podrían llegar al poder explotando nuestras diferencias, y un público poco informado que podría sacrificar sus propias libertades para encontrar alivio en una política divisiva.
El discurso de Washington carece del idealismo de Jefferson sobre la igualdad y los derechos inalienables. En cambio, ofrece la evaluación realista de que los estadounidenses a veces son necios y cometen costosos errores políticos.
Gobierno a cargo de ‘hombres ambiciosos y sin principios’
El partidismo es el principal problema de la república estadounidense, según Washington.
“Siempre sirve para distraer a los consejos públicos y debilitar la administración pública", escribió. El partidismo “agita la comunidad con celos infundados y falsas alarmas, enciende la animosidad de una parte contra otra, fomenta ocasionalmente disturbios e insurrecciones” y puede abrir “la puerta a la influencia y corrupción extranjeras.”
Aunque los partidos políticos, según Washington, “pueden a veces responder a fines populares,” también pueden convertirse en “potentes máquinas mediante las cuales hombres astutos, ambiciosos y sin principios serán capaces de subvertir el poder del pueblo y usurpar para sí las riendas del gobierno, destruyendo después los mismos mecanismos que los elevaron a un dominio injusto.”
El temor de Washington a que el partidismo pudiera llevar a la destrucción de la Constitución y al gobierno de “hombres ambiciosos y sin principios” fue tan importante que se sintió obligado a repetir la advertencia más de una vez en el Discurso de Despedida.
La elevación de políticos "sobre las ruinas de la libertad pública"
La segunda vez que aborda el tema dice que “los desórdenes y miserias” del partidismo pueden “gradualmente inclinar las mentes de los hombres a buscar seguridad y descanso en el poder absoluto de un individuo.”
Tarde o temprano, escribe, “el jefe de alguna facción dominante, más capaz o más afortunado que sus competidores, convierte esta disposición en una elevación sobre las ruinas de la libertad pública.”
Entonces, ¿por qué no prohibir los partidos y frenar los peligros del partidismo?
Washington observa que esto no es posible. El espíritu de partido “es inseparable de nuestra naturaleza, teniendo sus raíces en las pasiones más fuertes de la mente humana”.
Los estadounidenses naturalmente se agrupan en facciones, intereses y partidos porque eso es lo que hacen los seres humanos. Es más fácil estar conectado a las comunidades locales, estados o regiones que a una nación grande y diversa, aunque esa nación grande y diversa es, según Washington, esencial para la seguridad y éxito de todos.
El problema central en la política estadounidense no es cuestión de líderes engañosos, intrigas extranjeras o rivalidades regionales, cosas que siempre existirán.
El problema, advirtió Washington, está en la gente.
Excesos del partidismo
Por naturaleza, las personas se dividen en grupos y, si no tienen cuidado, esas divisiones pueden ser usadas y abusadas por líderes individuales, intereses extranjeros y minorías “astutas y emprendedoras.”
Los partidos políticos son peligrosos, pero no se pueden eliminar. De acuerdo con algunas personas, Washington sostiene, la competencia entre partidos podría servir como control para los poderes del gobierno.
“Dentro de ciertos límites,” reconoce Washington, “eso probablemente sea cierto”. Pero aunque las batallas entre partidos a veces tengan un propósito útil, Washington se preocupaba por los excesos del partidismo.
El partidismo es como “un fuego que no se debe apagar, requiere vigilancia constante para evitar que estalle en llamas, no sea que en lugar de calentar, consuma.”
¿Dónde está EEUU hoy? ¿Calentada por el fuego del partidismo o consumida por las llamas? George Washington planteó esa pregunta provocadora hace más de dos siglos, el 19 de septiembre de 1796. Todavía vale la pena hacerla.
*Robert A. Strong es profesor emérito de Política en la Universidad Washington y Lee. También es miembro sénior del Centro Miller, Universidad de Virginia.
Este artículo fue publicado inicialmente en The Conversation. Puedes leer en inglés el original.
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