Una película de ciencia ficción podría tener la clave para revertir el calentamiento global

"Se ha argumentado que el CW7 es la solución al calentamiento global. Y nosotros seremos testigos de ello. Líderes políticos insisten que el calentamiento global no puede seguir siendo ignorado. Hoy, 79 países comenzarán a dispersar CW7 en las capas superiores de la atmósfera, para reducir sorprendentemente la temperatura promedio global. De acuerdo a los científicos, esta sustancia artificial de enfriamiento, logrará reducir la temperatura a niveles apropiados, y es una solución revolucionaria al problema del calentamiento global que enfrenta la humanidad”

Así abre la película de ciencia ficción coreana Snowpiercer, de 2013, dirigida por Bong Joon-ho y protagonizada por Chris Evans (más conocido como el Capitán América en las películas de Marvel).

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Estas palabras, sin embargo, aparecen sobre un fondo negro junto a los créditos de apertura, y se revelan inmediatamente como lo que parecen ser registros de noticieros antiguos, de una época ya olvidada y todavía esperanzadora que ahora definitivamente no existe.

Es que en la película, esta milagrosa solución al calentamiento global resultó eventualmente catastrófica: desató una nueva era de hielo que extinguió toda la vida en el planeta. Excepto, claro está, por unos pocos de miles que ahora viven a bordo de un tren llamado Snowpiercer, que se mantiene en perpetuo movimiento y en el que transcurre toda la trama, situada en torno a una nueva lucha de clases entre los pobres y marginados de los vagones del fondo, y los ricos y privilegiados de los primeros vagones.

Pero a pesar de estar situada en este escenario trágico y post-apocalíptico, la película tiene, en esa solución inicial, elementos que podrían ser aplicados en la vida real.

Ingeniería climática

Imagen Facebook

Esa ficticia sustancia artificial de enfriamiento global llamada CW7 habrá resultado catastrófica, pero la idea de una intervención climática a gran escala, o lo que se conoce como ingeniería climática, parece ser en estos momentos la solución más razonable o probablemente efectiva para abordar el problema del calentamiento global y el cambio climático.

“Líderes políticos insisten que el calentamiento global no puede seguir siendo ignorado” se dice en Snowpiercer, y es tal vez la parte más de ciencia ficción, ya que la resistencia política a entablar soluciones a largo plazo —mediada por intereses económicos— ha sido la característica más saliente en los últimos años, pese a algunos esfuerzos más nominales que efectivos como el Acuerdo de París.

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En los Estados Unidos, el segundo país más contaminante después de China, el gobierno de Donald Trump no solamente se opone a los esfuerzos de cara a futuro, sino que ya ha implementado un plan para dar marcha atrás en los pequeños pero significativos avances que tuvieron lugar durante la administración de Barack Obama.

Volviendo a la premisa de Snowpiercer, el mes pasado se reunieron en Washington un grupo de científicos para discutir posibles soluciones de ingeniería climática, una estrategia que se divide en dos áreas principales: la gestión de la radiación solar y la reducción de dióxido de carbono.

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Con respecto a la primera, con la intención de reducir la radiación solar que alcanza la superficie terrestre, se proponen soluciones tales como el uso de aerosoles en la estratósfera, o la modificación y blanqueamiento de nubes para que los rayos solares reflejen hacia el espacio exterior. Esta última es hasta ahora una propuesta puramente teórica.

Estas estrategias parecen cada vez más necesarias ante las evidencias reales del cambio climático, que no lucen en absoluto alentadoras, aún si se cumpliera con los objetivos de reducción del dióxido de carbono propuestas por el Acuerdo de París.

Las emisiones de gases de efecto invernadero no se están reduciendo al ritmo que sería necesario para prevenir que la temperatura global alcance niveles demasiado peligrosos. La ingeniería ambiental en la gestión de radiación solar podría convertirse en una estrategia complementaria fundamental de la mitigación de las emisiones de dióxido de carbono.

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La palabra clave aquí es «complementaria»: una estrategia no puede sustituir la otra.

Eso es lo que, aparentemente, están pensando desde el gobierno de Donald Trump, según un informe reciente.

Puede resultar, entonces, en un arma de doble filo. Una estrategia necesaria y valiosa, pero también una excusa para algunos países para no cumplir con las exigencias impostergables en la reducción de las emisiones de gases de invernadero, resistidas por la industria del carbón y del petróleo.

No resultará fácil establecer estas estrategias, especialmente en lo que respecta a un marco político y un acuerdo global entre muchos países, en un asunto que requiere de inversión e innovación tecnológica.

Pero de repente, la idea de ciencia ficción de un mundo sin vida en el que solo sobrevivieron unos pocos a bordo de un tren, suena cada vez menos disparatada.