La desigualdad de género está presente en todo el mundo. En mayor o menor medida, las mujeres luchan por obtener los mismos derechos, beneficios y oportunidades que los hombres.
¿Sabes quiénes son las latinas que no tienen voz?

Pero para las mujeres indígenas de América Latina el desafío es doblemente más grande: no solo enfrentan la barrera de género que les impide acceder a los mismos derechos de servicios, educación y justicia, sino que además son parte de un grupo considerado marginal, factor que agrava su situación.
Violencia e impunidad
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— Servindi (@Servindi) June 21, 2017
Las mujeres indígenas son víctimas de violencia y asesinatos. Recién en 2016, las mujeres del pueblo maya Q'eqchi’ presentaron sus testimonios a la Suprema Corte de Justicia para demandar justicia por crímenes realizados durante el conflicto armado interno que duró de 1960 a 1996.
Durante ese tiempo, las mujeres experimentaron violencia sexual, esclavitud doméstica, desapariciones forzadas y asesinatos por parte de los militares.
En los 36 años de conflicto, la violencia sexual hacia las mujeres fue sistemática pero ningún oficial enfrentó ningún cargo. Además de que vivían en condiciones inhumanas, enfrentaban violaciones en pandillas, y eran obligadas a trabajar y limpiar para los soldados.
Tres décadas de impunidad fueron necesarias para que dos antiguos soldados guatemaltecos fueran encontrados culpables de crímenes de lesa humanidad.
Sin duda fue un momento único para el país, ya que por primera vez se condenaba la violencia sexual durante la guerra. Y además dicho acontecimiento le dio voz a este grupo tan silenciado e ignorado por años.
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Género y etnicidad: dos grandes desventajas
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— Avispa Midia (@Avispa_Midia) June 22, 2017
Los prejuicios étnicos de la sociedad contribuyen a que las mujeres indígenas se sientan oprimidas y sin posibilidades.
El hecho de ser mujeres y de una comunidad discriminada las pone en desventaja en su lucha por la igualdad. La injusticia asociada a la sociedad patriarcal en la que viven estas mujeres se acentúa todavía más con el racismo y la ambición histórica de aniquilar a los pueblos nativos.
Esta situación conduce a que mujeres de comunidades indígenas que son minoría sean víctimas de abusos y otras formas de violencia sexual, torturas y asesinatos por su identidad étnica, religiosa o indígena.
Se estima que 50 millones de personas indígenas ocupan los lugares socioeconómicos más bajos y viven en las áreas más remotas de América Latina, además de que tienen el doble de posibilidades de ser pobres.
En el caso de Bolivia, a pesar de que más del 60 % de la población se identifica como indígena o afrodescendiente, las mujeres indígenas enfrentan un gran riesgo de ser excluidas. Incluso las mujeres indígenas rurales tienen 5 veces menos probabilidades de terminar la escuela secundaria que los hombres urbanos.
La búsqueda de una salida

Las indígenas carecen de oportunidades tanto económicas como académicas y, en los asentamientos rurales, las mujeres tienen un mayor riesgo de violencia de género. Esto las lleva a optar por abandonar sus territorios ancestrales y vivir en centros urbanos.
Pero sus vidas siguen siendo una lucha diaria, ya que si bien tienen mayor acceso a la educación y también a agua corriente, la discriminación es muy fuerte y eso les impide encontrar buenos trabajos. Y en la mayoría de las ciudades latinoamericanas, las mujeres indígenas trabajan como sirvientes domésticas y carecen de seguro social y son verbalmente y hasta físicamente maltratadas.
El caso de Berta Cáceres
Honduras: apoyamos la ley de derechos humanos de Berta Cáceres, de 1299. No más militarización! No más asesinatos #Act1299 #JusticeForBerta pic.twitter.com/fCuuj3WgVq
— PrensaComunitaria (@PrensaComunitar) June 30, 2017
En muchos casos, las mujeres indígenas se animan a luchar por sus derechos y los de su población pero son brutalmente atacadas, como Berta Cáceres que fue asesinada en su hogar en 2016.
Cáceres estaba comprometida con defender los derechos de las comunidades indígenas Lencas de Honduras, así como sus recursos naturales.
Su madre era una partera y activista social que cuidado a los refugiados de El Salvador y le enseñó a su hija el valor de defender a las personas que no son escuchadas.
Con la enseñanza de su madre, Cáceres se convirtió en una activista y fundó El Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras para pelear por los derechos territoriales de las comunidades Lenca y mejorar sus medios de subsistencia.
Cáceres realizó una campaña contra el polémico proyecto hidroeléctrico Agua Zarca Dam y fue galardonada con el prestigioso premio ambiental Goldman. Y no deberíamos permitir que su historia, su trabajo y su lucha se esfumaran con el tiempo
Tanto Cáceres como muchas mujeres indígenas o comprometidas con la causa, del pasado y del presente, merecen ser escuchadas, obtener justicia y no tener que abandonar su comunidad en búsqueda de la supervivencia.
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