Se ha vuelto bastante recurrente el chiste sobre Hitler retorciéndose en su tumba cada vez que juega la selección de fútbol de Alemania, un combinado que en los últimos tiempos ha incluido jugadores negros, de origen judío, polaco y turco, y un gran delantero llamado Mario Gómez (de origen español).
Inmigrantes en la Copa del Mundo: las fronteras del campo de juego sí están abiertas

Pero no es necesario remontarse al tirano más icónico y extremo del siglo XX, el de la famosa teoría de la raza aria.
En estos mismos días, se puede imaginar Marine Le Pen, reciente candidata a presidenta de Francia que tiene una posición abiertamente xenofóbica y anti inmigrantes y que obtuvo más de 33% de los votos en las últimas elecciones, frustrada al ver cómo la selección de su país compite con éxito en Rusia 2018 con un equipo formado por 78% de jugadores de origen extranjero.
Su padre, Jean-Marie Le Pen, dijo famosamente en 1998 que la selección de su país —la que salió campeona del mundial en su propias tierras— no era «lo suficientemente francesa».
Zinedine Zidane, el mejor jugador francés de todos los tiempos, y uno de los mejores del mundo, de ascendencia argelina, se opuso públicamente a Marine Le Pen en 2017, antes de las elecciones.
Lejos está Francia de ser la única selección con una fuerte presencia de jugadores de procedencia extranjera en el Mundial de Rusia 2018, aunque es la que más tiene.
The World Cup could also be called the World Immigrants Cup #WorldCup2018 pic.twitter.com/2ugaJIL4DD
— Ashraf Garda (@AshrafGarda) July 1, 2018
Es prácticamente la regla para todas las selecciones europeas que participan del Mundial (y las que no participan también), casi una contradicción en tiempos de crisis migratoria en Europa y de un crecimiento generalizado de sentimientos xenofóbicos en muchos países, esos que son avivados por políticos de extrema derecha como la mencionada Le Pen.
Mientras los líderes de la Unión Europea se reúnen para negociar acuerdos en un escenario en el que la intención de todos es cerrar sus fronteras y detener el ingreso de inmigrantes a sus países, los hijos de inmigrantes de otra generación contribuyen a que las selecciones nacionales triunfen en la Copa del Mundo, ese popular evento deportivo que también es político, aunque reorienta la exaltación nacionalista y la épica simbología bélica al lenguaje del fútbol y sus circunstancias.
Un europeo o un africano, dependiendo del resultado

Quizá la mejor síntesis de esa doble vara con que Europa trata a los inmigrantes que quieren cruzar las fronteras del país y los que cruzan la frontera del terreno de juego gracias a su talento futbolístico la reveló Romelu Lukaku, el delantero belga estrella de su selección, en una conocida carta reciente, donde habló de sus humildes orígenes y su sueño de triunfar en el fútbol.
«Cuando las cosas iban bien para nuestra selección» dice Lukaku, «leía los periódicos y todos me llamaban Romelu Lukaku, el goleador belga. Cuando las cosas no iban muy bien, me llamaban Romelu Lukaku, el goleador belga de origen congolés».
El éxito deportivo es europeo, el fracaso es de los inmigrantes.
Bélgica, un país con 12% de población de origen extranjero, tiene 10 jugadores de 23 en el plantel que son hijos de inmigrantes, casi la mitad.
En el fútbol se acepta esta diversidad, pero no siempre en la sociedad.
Suiza, detrás de Francia, es el otro equipo con mayor cantidad de jugadores descendientes de inmigrantes.
Este aspecto provocó una de las manifestaciones políticas más fuertes del Mundial de Rusia.
Casi como si hubieran jugado con más ganas que el resto de su equipo, en el enfrentamiento de Suiza con Serbia los dos goles del equipo suizo —que ganó 2 a 1— fueron anotados por futbolistas de origen kosovo-albanés: Xherdan Shaqiri, nacido en Kosovo, y Granit Xhaka, hijo de padres albaneses étnicos de Kosovo.
Ambos festejaron con un gesto que simboliza el águila de dos cabezas de la bandera albanesa, y por el gesto la selección suiza recibió una multa de 9 mil euros por parte de la FIFA.
Los habitantes de origen étnico albanés de Kosovo proclaman su independencia, que no es reconocida por Serbia.
En ambos sentidos

El fenómeno, curiosamente, también llega a observarse en el sentido opuesto, quizá menos esperable.
17 de los 23 jugadores de Marruecos, un equipo que clasificó a un Mundial por primera vez en 20 años, son nacidos en Europa. En el equipo de Túnez, 11 jugadores son europeos.
Es la otra cara de la misma moneda, la moneda del colonialismo.
Estos jugadores prefirieron mantener la nacionalidad del país de sus padres o abuelos y así tener la posibilidad de jugar un Mundial, cosa que quizá en la selección del país donde nacieron —Holanda y Francia, la mayoría— habría sido más difícil.
La inmigración sigue siendo un terreno político y social espinoso y cargado de tensiones, pero dentro del terreno de juego, la integración y la convivencia priman y se alzan como clave para el desarrollo colectivo, dejando demasiado cerca una inevitable metáfora entre el deporte y la sociedad.
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