Sin su abrigo, con un traje otoñal sencillo, como si de verdad no fuera a salir muy pronto de casa, como si desprevenidamente se hubiera asomado a abrirle la puerta a una visita, apareció esta mañana Michelle Obama en un traje borgoña de tweed de Jason Wu, de corte perfecto y cinturón negro delgado a recibir a su sucesora , Melania Trump.
El último vestido de Michelle, su mejor declaración política
Así, sin mucha parafernalia, con un traje sencillo de corte perfecto en color borgoña, Michelle Obama se despidió de la Casa Blanca, el lugar en donde tejió su reinado en la moda. Incluso esta última aparición pública fue un momento estratégicamente usado para hacer de su vestido un poderoso mensaje para las mujeres.

Melania llevaba mucha más pompa encima. Michelle no apostaba más que por dejar sus celebrados brazos desnudos a pesar del frío y en confiar en sus stilettos de altura siempre razonable. Ahí paradas, las dos sonriendo para las fotografías, su imagen hablaba de una transición, no solo de gobierno, también de estilo, de mirada.
No todas las primeras damas tienen como destino convertirse en íconos de estilo. No sabemos si Melania Trump lo va a lograr. Michelle Obama, por ejemplo, no parecía tener muchas intenciones de convertirse en uno en sus inicios.
En sus primeros recorridos por todo el país hombro a hombro con su marido durante la primera campaña presidencial nunca resaltó demasiado o llamó la atención por una particular elegancia. En realidad, fue en la Casa Blanca el lugar en donde a esta abogada de Harvard se le reveló el verdadero poder de la moda.
Desde su primera aparición como primera dama en el día de la posesión presidencial de 2008, con aquel memorable traje amarillo de tres piezas, Michelle Obama quiso mandar un mensaje: ella siendo una mujer negra, la primera de su raza que caminaba al escaño más alto del poder estadounidense, elegía a una diseñadora cubano americana como Isabel Toledo para demostrar que todo un país estaba representado, resumido, unido en ese simple acto de vestirse.
Si de mensajes se trata, el que tempranamente podemos leer de la apuesta de Melania Trump parece más obvio al elegir al emblemático, costoso y siempre celebrado Ralph Lauren.
La proeza de hacer política con su ropa, la repitió Michelle Obama, 4 años después, cuando en 2013, su marido reelecto le daba la oportunidad de seguir inspirando a su electorado. En su segunda vez en una posesión, Michelle Obama eligió un traje gabardina creado Thom Browne, un diseñador que tímidamente había enviado sus bocetos a la Casa Blanca sin sospechar que la primera dama fuera usar sus creaciones en semejante ocasión. Esta vez el mensaje era otro: su compromiso iba a ser con visibilizar y apadrinar a esos jóvenes talentos de los que Estados Unidos está llena.
Conforme los días fueron pasando en la Casa Blanca, su carácter, la elección estratégica del diseñador justo para cada ocasión, su versatilidad para llevar diferentes estilos de forma sencilla, sin nunca mostrarse incómoda y la manera fácil de imitar con la que se presentó ante el electorado la convirtieron no solo en fenómeno de ventas cuando elegía algo de una marca, sino en consentida de los diseñadores.
Su cuerpo grande, grueso, que sin embargo encajaba perfecto en cualquier silueta, de la más vanguardista a la más clásica, fue siempre un parte de tranquilidad para las mujeres reales que siempre vieron con angustia cómo sus ídolos distaban a millas de sus verdaderas carnes.
En su último día como primera dama, Michelle Obama ese emblema de la mujer real, ahí parada al lado de Melania Trump, de porte típico de modelo, sin abrigo ni mucho atavío encima fue capaz de decirles una vez más a las mujeres que eligiendo el vestido adecuado, que conociendo su cuerpo y sacándole partido a lo que más les gusta, (pensamos en cómo capitalizó sus brazos) se puede no solo lucir estupenda, sino inspirar a toda una nación de principio a fin.
Su último vestido, fue su mejor declaración política.



























