Como padres siempre deseamos lo mejor para nuestros hijos, deseamos que tengan éxito en todo aquello que emprendan y que sean felices cuando encuentran una nueva meta para alcanzar. Siempre les digo a mis hijas que lo importante, más allá de los logros, es dar el 100% de cada uno, más allá de los resultados; que desplieguen su máximo potencial y que busquen salidas creativas a los obstáculos que se les presenten.
La diferencia entre estimular y presionar a nuestros hijos

Muchas veces recurro a recuerdos propios de mi vida escolar para utilizarlos como ejemplo para alguna situación en particular por la que están atravesando. Mi hermana muchas veces me tilda de madre exigente; si inculcarles a los chicos la responsabilidad en el estudio, el aprovechar el lugar de privilegio que les tocó en el mundo, el tener padres atentos a sus necesidades, que respetan y aceptan sus preferencias, entonces admito ser exigente. Y no me siento mal con la idea.
Sin embargo, nunca está de más reflexionar acerca de nuestro rol como padres, por eso hoy te invitamos a pensar las diferencias entre estimular y presionar a nuestros hijos en el logro de los objetivos.
Niños estimulados, ¿adolescentes depresivos?
Según estadísticas recientes, una gran mayoría de los adolescentes sufre de depresión y ataques de pánico. Tal vez esto encuentra explicación en esta responsabilidad que asumimos los padres de estimular a los niños, los sobrecargamos de actividades extracurriculares, y finalmente se sienten sobreexigidos y no encuentran tiempo realmente para realizar algo placentero. Las consecuencias las sufren más tarde, en la adolescencia, cuando se quiebran y manifiestan tristeza, apatía, incluso ataques de pánico.
Madeline Levine, en su libro El precio del privilegio: cómo los padres crean presión, explica que mientras los padres estamos ocupados empujando a nuestros hijos a lograr cosas, perdemos la posibilidad de conectarnos realmente con ellos, y sus deseos y necesidades. Destaca la importancia de dedicarles más tiempo, de aprovechar la cena familiar como excusa para fomentar el diálogo; de escuchar más que dirigir.
Acompañarlos cuando decidimos anotarlos en alguna actividad porque así ellos lo pidieron. De nada sirve que tu hijo realice fútbol o rugby, si nunca lo acompañas en algún entrenamiento ni tienes tiempo para sentarte con él y escuchar sus progresos y experiencias.
Recuerda que siempre es más importante el mensaje que ellos reciben, que el que tú crees que les estás enviando; que la infancia y la adolescencia son los períodos en los cuales estos pequeños seres deben experimentar, probar nuevos caminos, correr riesgos y cometer errores, porque de ellos también se aprende. Y necesitan hacerlo sin nuestra mirada atenta y vigilante.
Algunas veces necesitarán soltar nuestra mano, para asir otras oportunidades, y está bien que así la hagan. Porque de eso también se trata ser padres, dejar el barco partir en busca de nuevos horizontes, porque como puertos siempre estaremos esperándolos en el mismo lugar.
Comparte en qué momento sentiste que le estabas sobreexigiendo a tu hijo y cómo lo manejaste.









