En el mundo en el que vivo, las parejas heterosexuales son antinaturales, repulsivas, obscenas y —según mis madres— una abominación para Dios. En la escuela no está permitido que chicas y chicos se tomen de las manos, y los docentes tienen prohibido hablar de parejas heterosexuales, si lo hacen tienen muchos problemas con las familias y autoridades del centro educativo.
«En mi mundo, los heterosexuales son vistos como antinaturales»


A pesar de la discriminación que viven a diario, algunas parejas heterosexuales deciden formar su propia familia, dejar de esconderse y vivir su amor a pleno. Sin embargo, sus vecinos y allegados lo único que hacen es alejarlos de su vidas, como si tuvieran una enfermedad contagiosa de alto riesgo para los niños.
Muchos dicen que los heterosexuales no deberían tener hijos, porque su estilo de vida pervierte la mente de los pequeños y porque que los niños se convertirán en adultos «torcidos» como ellos. Cada vez que una pareja heterosexual camina tomada de la mano por la calle o se besa en la vía pública, la gente la insulta —e incluso la golpea— para que deje de hacerlo, porque si algún niño lo ve quizás quiera intentarlo.
Siempre supe que era diferente
Cada vez que escuchaba a mis madres hablar con repulsión sobre las parejas heterosexuales, mi mundo se venía abajo. Desde pequeña supe que algo en mí me hacía diferente a ellas. Cuando miraba a los chicos, en mi cuerpo sentía cosas que jamás había sentido por las niñas, y eso me hacía pensar que quizás fuera «hetero».

Si hubiese hecho caso omiso a lo que mi cuerpo dictaba, los problemas que enfrenté en la adolescencia no hubieran existido.
Mis compañeros de clase sospechaban de mi verdadera orientación sexual y por eso muchas veces me molestaban. Pero cuando me vieron tomar la mano de un chico, comenzaron las golpizas. Para mi asombro, las autoridades de la escuela no me protegieron, me dijeron que mis conductas estaban prohibidas y que debía conseguirme una novia para quitar de mi mente esas estúpidas ideas de la heterosexualidad. Algunos profesores me dijeron que estaba pasando por una etapa y que con el tiempo acabaría, pero yo sabía que eso jamás pasaría: nací «hetero» y no tenía que hacer nada al respecto.
La peor parte fue cuando mis madres se enteraron de mi condición. Luego de volver a casa varios días seguidos con marcas en mi rostro, fruto de las golpizas que me daban mis compañeros, se dieron cuenta de que algo en mí «estaba mal». Desde ese momento hasta hoy, no han dejado de echar culpa a mi educación, las influencias de mi tía «hetero», los mimos exagerados de mamá y la falta de mano dura al exigirme cosas como entrar al equipo de fútbol o de karate. Pero no saben que nada de lo que ellas hicieran podría haber hecho la diferencia.
Con el tiempo, los abusos aumentaron. Cada noche antes de dormir, recibía varios mensajes implorando que me suicide porque mi condición antinatural destruiría a la raza. Mis madres querían que estuviera lejos de mi hermano para no «contagiarlo» y el chico que me gustaba me dijo que me odiaba delante de todos para que nadie se diera cuenta de que él también era igual que yo.
Todo estaba de cabeza, todo estaba mal, me sentía una basura por no haber podido ser como los demás. Deseaba una muerte rápida y rezaba para que hubiese un paraíso en el más allá apto para heterosexuales.
El absurdo

Una variación en la realidad lo cambia todo, ¿no creen?
Este relato que imaginé es la muestra de lo que a diario viven los jóvenes homosexuales del mundo. Solo vemos lo absurdo que es cuando cambiamos la perspectiva y nos ponemos a nosotros mismos como protagonistas de la historia.
Sería totalmente injusto que alguien viniera a nosotros y nos dijera a quién debemos amar, cómo debemos hacerlo y cuándo es un buen momento. Si eso pasara, pondríamos el grito en el cielo argumentando que el amor no se fuerza y que tenemos derecho a elegir a nuestra pareja, y estaríamos en lo correcto. Sin embargo, nos parece válido decirle a los homosexuales que no pueden hacer demostraciones de cariño en público, que no pueden casarse y que bajo ningún concepto pueden adoptar.
Por alguna razón, creemos que el amor heterosexual es una verdad absoluta y que todo lo que esté por fuera es, sencillamente, una abominación. Tenemos la mente cerrada a una sola verdad y no somos capaces de entender la inmensidad del amor en todas sus formas, y por eso que nos creemos con el derecho de censurar y desprestigiar a todos aquellos que lo defienden.
El amor SIEMPRE es amor

Aunque nos cueste entenderlo, el amor SIEMPRE es amor, no importa la forma en que se de. La vida me ha enseñado que el amor puede llegar de formas ilógicas, pero una vez que llega difícilmente se va. Debemos permitirnos disfrutar a pleno ese sentimiento, sin ataduras, presiones, etiquetas ni tiempos.
El amor está libre de prejuicios y categorizaciones, somos nosotros los que cargados de subjetividad se los atribuimos. «El amor es por naturaleza heterosexual», «el amor es por naturaleza monógamo», y así podría seguir con un montón de frases con las que sobrecargamos al amor y no lo dejamos ser.
Educar sobre el amor
Desde pequeña escucho la famosa frase «all we need is love» (todo lo que necesitas es amor) y me pregunto: ¿es realmente todo lo que necesitamos?
Quiero creer que cuando hay amor no falta nada, pero no puedo ser tan ilusa, necesitamos de la empatía y de la aceptación para poder permitirle al amor triunfar y salvar el mundo, como verdaderamente creo que puede hacerlo.
Los millennials, criticados por muchos, somos la generación del cambio, de la apertura y de la diversidad. Somos la generación que le está abriendo las puertas al amor y le está dando la bienvenida como siempre se debió hacer.
Somos quienes educaremos a otros niños para que nunca más haya alguien que deba esconder sus sentimientos. Son ellos los que gritarán rodeados de banderas de todo color: ¡el clóset es para la ropa!







