«La belleza es dolor» suelen decir. Desde ponerse lejía en la cabeza para teñirse de rubio, hasta el «facial vampiro» de Kim Kardashian, las mujeres nos hemos sometido por siglos a tratamientos de belleza que un hombre podría confundir por tortura.
5 extraños ingredientes que usaban las mujeres en el maquillaje

Pero bueno, eso no es decir demasiado, para ellos hasta depilarse con cera sería insoportable.
En el siglo XXI estamos un poco mejor y hasta tenemos la chance de elegir maquillaje libre de crueldad animal, pero antes no tenían tanta suerte. Antes de que existiera la industria del maquillaje como la conocemos hoy, las pobres mujeres del pasado tenían que ponerse cosas muy extrañas y, a veces, hasta mortales para pintarse el rostro.
Aquí te mostramos algunos de los ingredientes más extraños (y desagradables) de la historia del maquillaje.
1. Plomo
La palidez extrema era símbolo de estatus, los bronceados eran los trabajadores del campo y los señores de la clase alta no se querían asociar con ellos.
Parece bastante racista (¡y lo era!), pero así eran las cosas en el siglo XVIII. Imagina un cuadro o una película ambientada en la época y enseguida te vendrán a la cabeza imágenes de mujeres con piel que parecía de porcelana, cachetes rosados y pelucas gigantes y empolvadas.
¿Cómo conseguían verse tan blancas? Sencillo: con una mezcla de vinagre y plomo. Una combinación preciosa y mortal. Además en esa época se creía que bañarse seguido era antihigiénico —¡gracias a Dios los tiempos cambiaron!— y las mujeres se quedaban con la cara cargada de plomo por semanas.
Antes de saber los efectos del plomo (la muerte, básicamente) y lo fácil que el cuerpo los absorbía, las mujeres lo usaban como adictas. Para peor, según Kevin Jones, curador del Instituto de Diseño y el Museo de Mercadotecnia de Los Ángeles, con el tiempo el químico «corroía la piel, causando cicatrices y la manera en la que lo cubrían era con más cantidad de maquillaje, que empeoraba la situación».
2. Belladona

En el siglo XVIII las personas no vivían por mucho tiempo y con buena razón. Además de que no existían los antibióticos y que un simple resfriado te podía dejar hecho fiambre, también insistían en llenarse el rostro con veneno.
En la Inglaterra Victoriana las mujeres se ponían gotas en los ojos para que las pupilas se dilataran y parezcan más «seductoras». El problema es que las gotas se hacían con Belladona, una flor venenosa que podía dejarlas ciegas. Una opción menos peligrosa era también echarse unas gotas de limón en los ojos.
3. Insectos aplastados

El extracto de cochinilla es un producto natural que se utiliza para teñir comida y maquillaje. Antes de los labiales hechos con productos químicos, una versión anterior y más orgánica era el extracto.
Dicho así no suena nada mal, incluso parece una versión más deseable y natural que los labiales modernos, pero lo que no sabes es que el «extracto de cochinilla» se consigue aplastando insectos, y hoy en día también lo puedes encontrar en muchos productos, incluyendo algunas bebidas de colores.
4. Radio
No, no se frotaban el rostro con una radio. Aquí no estamos hablando de lo que usamos para escuchar las noticias, sino del elemento que mató a Marie Curie.
Entre los años 30 y 50 el radio se usaba en todo, desde productos de limpieza hasta maquillaje. Por suerte era muy costoso y los productos llevaban poca cantidad, pero era suficiente para causar cáncer.
Una de las marcas de cosméticos más extrañas de Francia fue Tho-radia, irónicamente fundada por un hombre llamado Dr. Alfred Curie (pero que no tenía ninguna relación con Marie). Las cremas radioactivas podían «estimular la vitalidad celular, activar la circulación, afirmar la piel, eliminar grasas, curar el acné y hasta detener el envejecimiento».
El problema es que uno de los efectos secundarios de la crema milagrosa es el cáncer y la muerte.
5. Botox

Es una de las prácticas más extendidas hoy en día. Las actrices de Hollywood se ponen botox hasta en las axilas y los esteticistas juran que es seguro y te tientan diciéndote que si te inyectas antes de los 30 puedes prevenir las arrugas más adelante.
Pero la realidad no es tan perfecta. Botox es el nombre comercial y menos amenazador de la toxina botulínica tipo A, la neurotoxina responsable de una enfermedad rara y espantosa: el botulismo.
La enfermedad paraliza los músculos y dificulta la respiración hasta que la persona muere y, según la Organización Mundial de la Salud, «es una de las sustancias más mortales que se conocen», pero eso no evita que millones de personas se la inyecten en el rostro todos los años.
Se supone que la toxina que causa la enfermedad queda contenida en donde se inyectan (y por eso el rostro con botox queda tan paralizado), pero un estudio de la Universidad de Winsconsin-Madison afirma que la toxina se puede desplazar hacia otras partes del cuerpo y causar la enfermedad.
Más allá de las advertencias, el botox se sigue usando y seguramente dentro de 100 años las mujeres nos mirarán a nosotras con el mismo horror que nosotras miramos a las mascarillas de plomo.








