Café Society: Woody Allen apela a la nostalgia hollywoodense [crítica]

Woody Allen ya tiene su idioma propio en Hollywood y hemos visto tanto de su trabajo que sabemos reconocer los detalles. En este caso tenemos dos actores que ya han trabajado juntos en el pasado y no funcionan tan mal: Jesse Eisenberg y Kristen Stewart. Habiendo llegado a mitad de la película tenemos claro algo evidente: el protagonismo es de Jesse Eisenberg como una especie de representación ficcional del propio Woody Allen y Kristen Stewart es solo el interés romántico de un joven ingenuo.

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De New York a Hollywood

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La historia comienza con Bobby, un chico judío e inocente, llegando a Hollywood para trabajar con su tío. El avasallador mundo de las estrellas de cine es retratado tal cual lo conocemos: grandes fiestas, vestidos costosos y romances clandestinos. Una especie de The Great Gatsby, pero con los productores de cine como titiriteros de la maquinaria de lo exagerado.

Bobby se mueve bien en este mundo, pero no necesariamente porque le atraiga lo frívolo, sino por su simpatía natural. Verborrágico como solo Jesse Eisenberg sabe serlo, los cumplidos y las historias salen de su boca sin dificultad, de forma totalmente espontánea. Si bien parece que Woody Allen intentó representarse a sí mismo en pantalla, cualquiera que haya visto películas recientes del actor sabe que también es parte de su personalidad.

En cuanto a Verónica (Stewart), es una secretaria sencilla que supuestamente aspira a una vida tranquila, no a los lujos de los famosos. Eisenberg hace un gran trabajo mostrando que para un chico tradicional como él, alguien como ella es adecuada. Claro que las complicaciones románticas están a la vuelta de la esquina. Kristen Stewart está lejos de ser la chica que vimos en Crepúsculo (por suerte), pero aún así todavía es difícil lograr empatía con ella.

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Estereotipos

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Por estar ambientada en los años 30, dentro de dos ciudades ya de por sí estereotipadas, los personajes tienen características reconocibles a simple vista. Tenemos a la típica familia judía, al agente de Hollywood que está todo el día ocupado con sus clientes, al mafioso, a la secretaria que sale con un hombre casado, al intelectual universitario. En cuanto a este último, es curioso como todo lo superficial es contrastado con sus frases profundas, que la mayoría de las veces explican muy bien la realidad.

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El clásico gángster neoyorquino es también alguien muy cercano a su familia, mientras la prostituta es en realidad una actriz que no logró despegar en su carrera. En fin, los estereotipos rondan todos los rincones.

La nostalgia en la imagen de los años 30

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Está claro que es una película nostálgica y la estética acompaña bien la historia. Los colores nos hacen pensar en un viaje en el tiempo, la ropa es impresionante y única para cada personaje. Solo es necesario pensar en los pantalones algo grandes de Bobby, típicos de un muchacho inocente de New York, mientras los sencillos vestidos (y calzado con medias cortas) de Verónica la presentan como una mujer que prefiere lo simple pero bonito.

Si hay alguien que merece la atención a pesar de su corta aparición es Blake Lively, quien está presente hacia el final de la película y cuya personalidad, compleja pero aparentemente superficial, es suficiente para demostrar su talento.

En resumen, es un buen ejemplo del trabajo de Woody Allen, pero al mismo tiempo no debes esperar ver algo similar a sus grandes clásicos. Para nada quedará en tu memoria después de algunas semanas, pero a pesar de lo predecible, tiene momentos de humor destacables, diálogos interesantes y una historia romántica que convence.

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