(En medio de los procesos de reconciliación y reintegración a la sociedad de cientos de guerrilleros de las Farc, la moda colombiana ha decidido jugar un rol importante. Marcas como 'Pacíficamente' y diseñadores como Juan Pablo Socarrás, María Luisa Ortíz y Diego Guarnizo están contratando, abriendo sus talleres y enseñando a muchos que quieren volverse productivos para la sociedad).
Soy Ruddy, fui guerrillera a los 12 años y he cambiado el fusil por una máquina de coser
En el marco de la feria Colombiamoda 2017 se reunieron en Medellín marcas y diseñadores que están abriendo sus talleres para que ex combatientes reinsertados y víctimas del conflicto puedan tener una nueva oportunidad. Este es el testimonio de una ex guerrillera que cuenta cómo es que dejó las armas y decidió ponerse a coser.

Soy Ruddy Paez-Varón. A los 12 años me entregaron por primera vez un fusil y aunque pesaba más que yo siempre me dijeron que no lo podía desamparar. Aprendí a cargarlo aunque a veces fuera insoportable. Era la más pequeña de ese campamento, pero luego me daría cuenta en otros lugares que muchas mujeres, muchas niñas también llevaban ese pesado fusil al hombro día y noche.
Soy hija de un indígena paez y de una madre blanca. Soy mestiza, crecí en Planadas, Tolima, un pueblo escondido en donde siempre reinó la paz, porque los ‘hombres mayores’ de los paeces lograron por décadas hacer un acuerdo de no agresión con el grupo guerrillero de las Farc.
Yo crecí viendo guerrilleros en las calles. Jugábamos con ellos en la cancha de fútbol. Nadie les tenía miedo porque el pacto decía que ellos no podían atacar ni reclutar a ninguno de los indígenas de nuestro pueblo. Ellos eran más bien otros habitantes más, como el señor de la tienda o el del hospital.
Pero yo era una niña rebelde. Mi padre nos abandonó y eso me dolió mucho. Yo no quería vivir con mi mamá y por seis meses, mientras viví con ella, solo pensé en que me quería escapar. La única manera que se me ocurrió de alejarme de ella fue irme a donde vivían los guerrilleros.
El primer día llegué al campamento, -porque todos sabíamos en dónde estaban con sus camuflados y sus armas-, y me devolvieron inmediatamente. Me mandaron de regreso a donde mi mamá. Pero yo volví a escaparme. El comandante, la segunda vez, me pidió que no los metiera en problemas. A la tercera vez, finalmente me aceptaron. Yo no sabía muy bien qué era la guerrilla, ni qué hacía, solo que yo no quería vivir con mi mamá.
Me dijeron que me quedara un mes y que si me aburría me podía ir. Me pusieron a hacer oficios, a prestar guardia en la madrugada, a levantarme todos los días a las 4 de la mañana, a dormir en un cambuche (una carpa pequeña), a llevar recados al pueblo, a trabajar en el taller de pólvora y a ayudar con la comida y la limpieza.
A los seis meses yo sostuve por primera vez en mis manos un arma. Me mandaron a Marquetalia (uno de los enclaves guerrilleros más importantes del país) a entrenarme por cuatro meses para la guerra y ahí fue que conocí la verdadera ideología de la guerrilla. Aunque uno en la milicia no sabe el nombre ni la edad real de nadie, vi que muchas niñas como yo habían también decidido por alguna razón u otra estar en la guerrilla.
Yo al principio no tuve miedo, pero luego cuando empezamos a salir a patrullar, cuando nos mandaban a hacer misiones, siempre pensaban en que me iba a morir. Duré tres años en la guerrilla pero nunca tuve que matar a nadie. Sí tuve que presenciar confrontaciones con el ejército pero en general yo tenía que hacer labores de estrategia en los pueblos y las ciudades.
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Ahí, en un caserío cerca de Planadas, mientras yo recogía la plata de un peaje, apareció un carro del ejército que empezó a perseguirnos. Ahí sí tuve miedo, miedo de verdad. Una compañera y yo logramos salir corriendo y meternos por el monte y llegamos a una tiendas en donde nos quitamos el uniforme militar. Pero el ejército llegó ahí y empezó a interrogarnos. Yo estaba tranquila, hasta les ofrecía agua, pero mi amiga terminó confesándoles que éramos guerrilleras. Se fueron todos contra mí. Me encañonaron.
Estuve ocho días en un calabozo esperando saber qué iban a hacer con nosotras, hasta que me trasladaron a Chaparral a una fundación para niños. Yo era menor de edad y eso hacía más complicada mi situación.
Ahí me dijeron que había un plan de reintegración y que si nos acogíamos a este plan no teníamos que ir a la cárcel. Les entregamos todo. Y yo dije: “si me voy con esta gente esta vida mía queda en el pasado, queda atrás". Yo me quería olvidar de todo y volver a empezar. Me quería olvidar de todo porque además no quería delatar a nadie.
Hasta ahí llegó mi vida como guerrillera. Yo decidí que quería levantarme todos los días con la tranquilidad de no pensar que alguien me podía matar, que quería crecer como una jovencita normal, tener a mi hija, tener mi casa, no tener miedo y perseguir dos sueños: perdonarme con mi padre y tener mi propio taller de costura.
De hecho eso han hecho muchos que como yo han dejado las armas: ser celadores o trabajar cosiendo o cortando en un taller. En el mundo de la confección siempre nos han abierto las puertas a todos así sea desbaratando lo que otro cosió mal. Muchas mujeres incluso llevan a sus hijitos al taller y entre todas los cuidan como si fuera un jardín. En los talleres uno se encuentra con un ex paramilitar, una ex guerrillera, con un desplazado o una viuda del conflicto. Ahí convivimos todos, sin siquiera saber muy bien cuál es nuestra historia. Nosotros nos llamamos sobrevivientes.
La Agencia Colombiana para la Reintegración me ayudó con cursos de corte y confección. Me prestó un dinero que decidí no usarlo en vivienda sino en crear mi propio negocio y también me juntó con diseñadores muy conocidos como María Luisa Ortiz con su marca ‘Soy’ y Pablo Restrepo de ‘Paloma y Angostura’, con los que he trabajado.
Con María Luisa Ortiz aprendí a coser y hacer bordados, casi como los que se hacen en París. Yo hoy tengo tres máquinas planas, una fileteadora, una collarín, tres módulos, una cortadora. Aunque a veces las tengo paradas porque no sale trabajo, este ha sido mi sustento. Yo quiero que las máquinas me ayuden a salir adelante y espero que ojalá un día muchas más ex guerrilleras y ex combatientes encuentren en la costura una manera de vivir en paz.
Yo ya no tengo miedo, ni me escondo. No me da miedo ni siquiera contar mi pasado y salir en los medios.
* Testimonio recogido por Angélica Gallón
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