Con la obsesión típica de un narcisista maligno, el presidente Trump continúa conspirando sin descanso para dar un golpe de Estado. Hace meses que desechó las labores propias de un gobernante democrático. Ni siquiera la pandemia, que ha matado a casi 318,000 estadounidenses en 10 meses, concita su interés. Se dedica más bien a exigirles a sus incondicionales “opciones” para rechazar los resultados de las elecciones presidenciales y mantenerse en el poder a toda costa.
Trump, de narcisista maligno a golpista
"Sus acciones delirantes [las de Trump] socavan nuestra democracia y, a la vez, ponen de relieve la enorme caída moral que para Estados Unidos significó que decenas de millones de votantes le dieran su apoyo en las elecciones de 2016 y 2020".


Sus acciones delirantes socavan nuestra democracia y, a la vez, ponen de relieve la enorme caída moral que para Estados Unidos significó que decenas de millones de votantes le dieran su apoyo en las elecciones de 2016 y 2020.
En ambas ocasiones, Trump dejó bien claro para todo el que quisiera ver o escuchar que no se comprometería con la democracia, la cual exige un respeto solemne a las instituciones de gobierno y de la sociedad, y la aceptación de las reglas del juego electoral y sus resultados.
Tanto en 2016 como este año denunció por adelantado que habría fraude en las elecciones, evidente maniobra para allanar el camino con el propósito de desconocer su posible derrota y justificar un zarpazo autoritario. En eso está con la ayuda de personajes chocarreros y maleantes.
The New York Times, The Washington Post y CNN, entre otros medios, informan que Trump conspira con sus incondicionales para llevar a cabo un golpe de última hora que impida la llegada a la Casa Blanca del presidente electo, Joe Biden. Examina la posibilidad de declarar ley marcial, es decir, militarizar el país o por lo menos estados muy disputados donde perdió. Sin demasiada convicción o firmeza, el presidente descarriado lo negó en Twitter.
Su exasesor de seguridad nacional, Michael Flynn, sería el abanderado en esta trama perturbadora que, incluso, discutió en una cadena de televisión ultraderechista. Un objetivo sería forzar, con ayuda de los militares, otra elección. Críticos suspicaces creen que para intentarlo Trump destituyó a los mandos militares hace escasas semanas y los reemplazó con seguidores aún más serviles que aquellos, lo que ya es mucho decir. Flynn es un delincuente convicto por mentirle al FBI sobre sus relaciones con la dictadura de Vladimir Putin en Rusia. Trump lo perdonó , al parecer, para que lo ayudara en la actual confabulación.
El aspirante a tirano también estaría maniobrando para que el Departamento de Seguridad Nacional, DHS por sus siglas en inglés, se apodere de las máquinas de votación como parte de una manipulación cuyo objetivo es anular los resultados de las elecciones. El paladín en este frenético esfuerzo es el abogado del presidente, Rudolph Giuliani.
Devenido adefesio moral, Giuliani habría llamado al subsecretario interino de seguridad nacional, Kenneth Cuccinelli, para discutir la confiscación de las máquinas, según informan los mismos medios. Cuccinelli ha sido otro confiable tarugo de Trump. Se ha destacado en la persecución implacable de inmigrantes indocumentados conforme a la agenda supremacista blanca del mandatario. Pero algunos asesores le dijeron a Trump que carece de autoridad, bajo la Constitución, para cometer este nuevo abuso de poder.
Una tercera opción golpista que sopesan Trump y sus adeptos consistiría en nombrar a la teórica de las conspiraciones, Sidney Powell, “asesora especial” para que investigue las denuncias de fraude electoral que ella misma ha hecho y que han descartado todas las cortes estatales y federales. Esto como mínimo demoraría la transferencia del poder, programada para el 20 de enero. Powell incomprensiblemente tiene un título de abogada. Y maneja estas denuncias con fanatismo de demente. Trump la premió por ello convocándola recientemente a la Oficina Oval para examinar su posible nombramiento, algo que habría disparado las alarmas de otros cómplices del mandatario que, supuestamente, han llegado al máximo de su abyección.
La mayoría de los analistas y exfuncionarios de presidencias anteriores coinciden en que estas y otras maniobras golpistas de Trump difícilmente prosperarán. Pero de cualquier manera demuestran la enajenación mental a la que ha llegado el mandatario, tal y como advertimos que ocurriría no pocos comentaristas, incluso cuando aspiró a la presidencia la primera vez. Era previsible porque así reaccionan cuando pierden o se ven acorralados los narcisistas malignos, lo que los hace particularmente peligrosos si se les otorga poder, como irresponsablemente hicieron millones de nuestros compatriotas. De esta clase de maniáticos se nutre la interminable legión de tiranos que ha padecido y padece el mundo.
Trump conspira ahora para llevar al Congreso sus afanes sediciosos. Por eso, la Cámara de Representantes controlada por la oposición demócrata debería nombrar, cuanto antes, una comisión independiente que investigue y contribuya a frenar sus intentos de golpe. Luego, cuando llegue a la Casa Blanca, Joe Biden debería designar una comisión de la verdad que investigue el sistemático ataque de Trump a nuestra democracia. Un sector radicalizado del Partido Republicano se dirigía inexorablemente hacia el golpismo hace tiempo. Pero Trump le ha dado voz, poder y vigencia. Sanar el daño que esto le está causando a nuestra democracia y restaurar la fe de los estadounidenses en ella requerirá un trabajo paciente y delicado que comenzará con el entendimiento de hasta dónde ha llegado el asalto trumpista a nuestro estado de derecho.
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