Desde que Donald Trump resultó electo presidente e incluso antes, cuando aún era candidato, sus partidarios y críticos moderados nos vienen aconsejando que tengamos paciencia, que lo dejemos hacer, que el hombre no es tan malo ni tan ignorante como suena y que el sol de la democracia más antigua del planeta seguirá saliendo como ha venido saliendo cada día hasta ahora. Pero en eso, la semana pasada, Trump proclamó a la prensa la “enemiga del pueblo norteamericano”, como han hecho todos los tiranuelos que en este mundo han sido, desde Robespierre –al primero que se le escuchó proferir en público la invectiva– hasta nuestra época. La declaración la hizo por Twitter, su medio de expresión favorito. La siguieron implacables ataques a los periodistas en discursos delirantes que pronunció y en comentarios que hicieron algunos de sus cortesanos.
Trump: el verdadero enemigo del pueblo
“La guerra que Trump ha declarado a la prensa y a la libertad de información no es puramente verbal ni representa una mera amenaza para el futuro. En realidad, esa guerra ya comenzó”.


Al proclamar a la prensa “enemiga del pueblo”, Trump ha hecho una clarísima declaración de intención. Nos ha puesto sobre aviso de que hará la guerra a los medios, a los periodistas, a la información y a la verdad. Poder le sobra para hacerlo desde el cargo más influyente del planeta. Otros presidentes norteamericanos también maniobraron contra la prensa, desde Richard Nixon hasta Barack Obama en la era moderna. Pero, con sus ataques frecuentes y virulentos, Trump ha ido mucho más allá: ha anunciado una campaña contra la libre información sin precedente en la historia de la presidencia estadounidense. Su objetivo es el mismo que invariablemente se han propuesto todos los dictadores y aspirantes a dictadores: desacreditar a la prensa, satanizarla y si es posible darle un zarpazo aniquilador para llevar a cabo un programa radical de gobierno sin tener que rendir cuentas ni enfrentar críticas o denuncias; disimular y ocultar a sus partidarios sus fracasos, y controlar mejor las mentes de los estadounidenses.
La guerra que Trump ha declarado a la prensa y a la libertad de información no es puramente verbal ni representa una mera amenaza para el futuro. En realidad, esa guerra ya comenzó y no se limita a los comentarios groseros e indignos de un presidente. Trump y miembros de su equipo de gobierno sistemáticamente están tratando de socavar la credibilidad de los medios, acusándolos de propagar “noticias falsas” ( fake news) mientras que son ellos los que, precisamente, difunden falsedades, como las inexistentes masacres de Bowling Green, Atlanta y Suecia.
El presidente ha ordenado a agencias del gobierno federal no responder a ciertas preguntas de periodistas. La Casa Blanca ignora solicitudes de comentarios sobre asuntos delicados que le hacen los medios y demora cualquier respuesta para luego acusar a los periodistas de no haberla consultado. Portavoces del presidente han caído en el mal hábito, típico de dictaduras en ciernes, de llamar agresivamente a las redacciones para exigir retractaciones y amenazar con represalias. El Presidente ha ordenado investigar las filtraciones a la prensa y castigar a los filtradores, un camino que podría conducirle a la persecución de periodistas, como intentara hacer Obama sin éxito. Y no es descartable que use su enorme poder para investigar las finanzas personales de periodistas críticos y para obstaculizar las operaciones comerciales de los medios a los que detesta. Durante la campaña atacó el plan de fusión entre AT& T y Time Warner, el cual investiga ahora su Departamento de Justicia.
La amenaza del trumpismo contra la libre información es tan real que el senador republicano John McCain advirtió el pasado fin de semana que “los dictadores comienzan así, suprimiendo la libertad de prensa”, en clara alusión a Trump. Y John Kasich, gobernador de Ohio y exrival de Trump en las primarias republicanas, advirtió que “una prensa libre es vital” para nuestra democracia. Ha sido Carl Bernstein, sin embargo, quien mejor ha puesto el dedo sobre la llaga y sonado las alarmas que deberíamos atender todos los estadounidenses que valoramos la libertad de información y de expresión. “El verdadero enemigo del pueblo”, declaró Berstein en CNN, “son las mentiras de un presidente”. Ejerciendo un periodismo incisivo y veraz, Bersntein y su colega Bob Woodward destaparon en el Washington Post el escándalo de Watergate que le costó la presidencia a Richard Nixon, el gobernante pícaro al que más se ha parecido Trump durante su primer mes en la presidencia.
Frente a esta declaración oficial de guerra contra la libertad de prensa y la verdad, los periodistas deberían desarrollar su propia estrategia de defensa y contraataque. Debería comenzar con el apoyo solidario de sus jefes corporativos. Debería seguirle un compromiso firme de informar sobre los asuntos del gobierno con independencia, veracidad y perspicacia, valorando más las fuentes de información responsables y confiables que el tradicional acceso a los portavoces y figuras del gobierno. Conveniente sería, además, que desde ahora trazaran estrategias legales para defender el derecho de los norteamericanos a estar informados, tal vez creando fondos comunes para las contiendas judiciales que podría plantear el gobierno. Los periodistas no escogieron la guerra que les ha declarado el presidente Trump. Pero, a menos que éste rectifique, no tendrán otra alternativa que librarla con integridad y firmeza, como eventualmente tendrán que librarla también otras instituciones de nuestra democracia, como el poder judicial y el Congreso, a los que el mandatario ha lanzado ya los primeros dardos antidemocráticos.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







