Londres- Donald Trump llegará a Inglaterra en un momento en el que aquí libran una lucha encarnizada las fuerzas de la europeización y las del narcisismo regionalista. La tensión que entre los londinenses ha provocado su inminente llegada, el próximo lunes 3 de junio, se palpa de diversas maneras. Los dirigentes laboristas no esconden su desdén por Trump. Algunos le reprochan a la monarquía el haber consentido que realice una visita de estado, la primera desde que conquistó La Casa Blanca (la anterior no tuvo esa categoría). Entre los politicos conservadores nadie se atreve a proclamar su amor incondicional por el presidente estadounidense, como hacen muchos legisladores republicanos en Estados Unidos. Pero los ultraconservadores remedan su discurso y sus gestos nacionalistas, contra los inmigrantes y contra las minorías étnicas que aquí también van en ascenso.
Londres pondrá a prueba la urbanidad y la paciencia de Trump
“Más de un millón de personas participarían en las protestas contra Trump, según estimados de la policía; 13% de los londinenses manifestarían su repudio al mandatario, a quien acusan de misoginia, racismo, narcisismo, malos modales y hasta de ‘uso indebido de un paraguas’, como advierte una publicación local”.

La visita de Trump coincide con la renuncia forzada de Teresa May como primera ministra porque fracasó en el intento de convencer a la mayoría en el Parlamento de que apoyara su versión light de Brexit. May proponía un divorcio amistoso, afectivo casi, de la Unión Europea, con menos costo político para el Reino Unido pero un alto costo económico. Su probable sucesor será uno de cinco candidatos conservadores como ella, pero con posturas más radicales sobre Brexit. Y es muy probable que Trump aproveche su visita para darle el espaldarazo al que más le convenga políticamente. O al que mejor le acaricie el ego. Ese candidato podría ser el exalcalde de Londres, Boris Johnson, un hombre de estirpe nobiliaria que nació en Nueva York de padres británicos pero renuncio hace poco a su ciudadanía estadounidense. Johnson solía ridiculizar a Trump cuando este no parecía tener posibilidades como aspirante a la presidencia. Ahora ambos se proclaman “best friends”.
Por mucho que he indagado, nadie ha sabido decirme cómo se gestó la invitación a Trump este año. La oposición laborista la atribuye a la chochera de la nonagenaria Reina Isabel II o al afán del Principe Carlos por cultivar una imagen de estadista. A los 70 años de edad, Carlos aún sueña con ser rey. Pero la picaresca londinense sostiene que la Casa Blanca llevaba meses solicitando la invitación y que hubo que convencer a Carlos para que aceptara reunirse con el mandatario estadounidense. Carlos es un tenaz promotor de la lucha para frenar el cambio climático, fenómeno que Trump descarta como una “mojiganga china”. Los cuidadores de la imagen de la Corona meticulosamente trazan una estrategia para evitar que degenere el encuentro entre ambos, el cual tendrá lugar en Clarence House, residencia oficial del principe y su esposa Camila, la Duquesa de Cornwall. La reunión será un éxito si ambos logran tomar el te sin insultarse.
Cuando apenas se estrenaba como presidente, Trump atacó a los aliados de Estados Unidos, como Gran Bretaña, acusándoles de haberse aprovechado durante años de la generosidad estadounidense. Complicó aun más la relación el día antes de reunirse con May en julio del año pasado al declarar que Boris Johnson –rival de May dentro de su partido– sería un gran primer ministro. Y para colmo, divulgó con negligencia secretos de las investigaciones de atentados terroristas en Londres.
Aun así, es evidente que Gran Bretaña ha sido históricamente el aliado más importante de Estados Unidos. Todo lo que pueda hacer un presidente estadounidense, inclusive Trump, por preservar y robustecer esa alianza será significativo y bueno para ambas naciones. El presidente y su esposa Melania asistirán a una ceremonia en Portsmouth para conmemorar el aniversario 75 del desembarco aliado en Normandía, un perfecto recordatorio de lo que la sociedad entre Estados Unidos y Gran Bretaña ha significado para el mundo libre y democrático.
La visita debería servir, además, para fortalecer las estrechas relaciones bilaterales sobre comercio, inversiones y seguridad. Lamentablemente, esa iba a ser la misión de May en esta oportunidad. Pero su poder se ha desvanecido de la noche a la mañana. Y difícilmente podría confiarse en Trump para que asuma el liderazgo en estas materias. Su ánimo y disposición dependerán, en gran medida, de cómo perciba el recibimiento que le preparan los londinenses que rechazan sus políticas nacionalistas, anti inmigrantes y excluyentes de minorías.
Eso no augura nada bueno para el susceptible presidente de Estados Unidos. Más de un millón de personas participarían en las protestas contra Trump, según estimados de la policía . Trece por ciento de los londinenses manifestarían su repudio al mandatario, a quien acusan de misoginia, racismo, narcisismo, malos modales y hasta de “uso indebido de un paraguas”, como advierte una publicación local. Siete de cada 10 británicos tienen una opinion desfavorable de Trump, según una encuesta del portal YouGov. Para que la visite llegue a buen término, haría falta que Trump actuase con la convicción de que las relaciones con Gran Bretaña son mucho más importantes que su imagen entre los británicos. O sea que haría falta un verdadero milagro.
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