A pocos días de las elecciones generales del tres de noviembre, el Presidente Trump anda sumamente ocupado minando la integridad de la votación.
La peligrosa campaña de descrédito contra el servicio postal
No será fácil evitar que Trump y sus secuaces boicoteen las elecciones sembrando el caos en el servicio postal, el vehículo principal para la votación del tres de noviembre. Pero los estadounidenses que valoran la democracia deberían tratar de evitarlo.


Lleva a cabo una campaña extraordinaria de desinformación, cuestionando la legitimidad de elección por correo que, debido a la pandemia, será la más grande en la historia del país. Trump no pierde ocasión en denunciar que conducirá a “fraude masivo”, aunque no aporta evidencias de lo que denuncia. Más bien se asegura de que él y sus allegados puedan votar por correo.
En la peor tradición orwelliana, sus palabras deberían interpretarse como una confesión de que el fraude lo cometerá él; y de que hecho lo está cometiendo con sus denuncias infundadas y otras manipulaciones. Fue exactamente lo que sucedió en 2016, cuando acusó a Hillary Clinton de preparar un fraude electoral que en realidad perpetraban él y su campaña mediante el contubernio con el régimen de Vladimir Putin.
Intenciones fraudulentas lleva el nombramiento que hizo Trump del empresario Louis DeJoy hace pocos meses para dirigir el servicio nacional de correos. DeJoy es uno de los principales donantes de Trump y el Partido Republicano, a los que ha contribuido más de $3 millones 200 mil en los últimos cinco años, $1 millón 200 mil de ellos al mandatario.
Sin asesorarse debidamente, DeJoy ingresó a su flamante cargo como elefante en una cristalería. Ordenó desmantelar equipos que procesan decenas de miles de piezas de correo diariamente. Retiró buzones de las calles. Recortó las horas de “overtime” o tiempo extra que trabajan los empleados del servicio postal. Y adoptó otras medidas con el pretexto de mejorar las deterioradas finanzas del servicio, pero cuyo verdadero fin era boicotear la votación mediante boletas de ausente.
“Has estado en el trabajo menos de un mes. ¿No quisieras escuchar la opinión de los sindicatos y la comunidad de correos de lo que podría suceder si recortas así el servicio? El nunca habló con nosotros ni procuró nuestras sugerencias”, le dijo al Washington Post el líder sindical Mark Dimondstein.
La razón es sencilla: los republicanos piensan que mientras menos estadounidenses voten, mejores posibilidades tienen de ganar elecciones. Esto les ahorra la ardua labor de desarrollar un programa de gobierno que atraiga a una población cada vez más diversa étnica, social e ideológicamente. De ahí la consigna de suprimir todos los votos y votantes que sea posible.
Las torpes medidas draconianas de DeJoy han demorado la entrega de correspondencia en el país, incluyendo medicinas que necesitan muchos para tratarse enfermedades. Algunas oficinas de correo reportan una semana de retraso en los trámites de paquetes y cartas. El Washington Post informa que, durante las primarias, se rechazaron más de 500,000 boletas remitidas por correo.
De ahí que DeJoy enfrente una auténtica insurrección interna y protestas de legisladores demócratas y republicanos quienes hoy lo sientan en el banquillo de los testigos incómodos en la Cámara de Representantes. Los sindicatos de trabajadores de correos ya apoyaron a Joe Biden. Ante tan airada reacción, DeJoy suspendió algunas de sus decisiones horas antes de comparecer en el Senado el viernes pasado.
La guerra personal de Trump contra el servicio portal es asimismo una consecuencia de su guerra personal contra Jeff Bezos. Odia a Bezos, el dueño de Amazon y uno de los hombres más ricos del mundo, porque también es propietario del Washington Post, diario que con valentía y lucidez expone puntualmente muchos de los abusos de poder y falsificaciones del presidente. Trump acusa sin fundamento al servicio postal de dejarse “explotar” por Bezos en la entrega de productos que se venden a través de Amazon.
Pero los expertos coinciden en que es todo lo contrario. La entrega de esos productos ayuda al correo a mantenerse a flote pese a que no recibe un solo centavo del Congreso desde 1970. El servicio postal era autosuficiente hasta que los estadounidenses empezamos a correspondernos por internet. Ahora depende en gran medida de préstamos billonarios que le ha hecho el Departamento de Tesoro de Estados Unidos, es decir, nosotros, los contribuyentes.
No será fácil evitar que Trump y sus secuaces boicoteen las elecciones sembrando el caos en el servicio postal, el vehículo principal para la votación del tres de noviembre. Pero los estadounidenses que valoran la democracia deberían tratar de evitarlo. El Congreso debería mantener una estrecha vigilancia de las maniobras de Trump y DeJoy. Los medios deberían complementar esa vigilancia, como han hecho ya los que informaron de los chanchullos que hace el compinche de Trump.
A su vez, los electores deberían entender que no todos podremos votar por correo en noviembre. Muchos no tendrán otro remedio que arriesgarse a hacerlo en los centros de votación a pesar de los riesgos que entraña la pandemia. Eso incluye a personas con necesidades especiales, a los que sufren impedimentos visuales para leer boletas de ausente, a quienes necesitan ayuda para entender su lenguaje y a quienes carecen de dirección postal fija o válida, entre otros.
Todos, en principio, podríamos aprender además de los retos que pusieron de manifiesto las primarias. Tales retos no equivalen a fraude, como ruge Trump.
Pero pueden servir de aviso para garantizar la eficiencia de la que será una de las elecciones más importantes en la historia de este país.







